Horas después.
El joven de amplia sonrisa, cabello claro, y ojos verdes soltó los dedos de su pareja, mientras ella se acomodaba su sombrero y tomaba asiento en uno de los sillones del lobby del hotel, esperando a que su amante regresara con la tarjeta de la suite.
Alain, con su particular galanteo, se acercó a la joven recepcionista.
—Hice una reserva en la suite presidencial.
—¿A nombre de quién? —averiguó la joven.
—Paloma Borrero —respondió, presionando sus labios.
La chica observó en el computador, asintió, entonces le entregó a Alain, la tarjeta, él sonrió agradeciendo y enseguida caminó de vuelta al lobby.
Su novia se puso de pie y de inmediato subieron a la cabina del ascensor, sin pérdida de tiempo sus labios se unieron en besos desenfrenados, así como las caricias no se hicieron esperar, enseguida ingresaron a la suite, despojándose con premura de la ropa.
—No tenemos mucho tiempo —susurró la joven.
—Lo sé —respondió Alain, acercándose a ella, para tomarla en sus brazos y llevarla hacía la cama.
Una vez que depositó a su novia sobre el lecho, la contempló embelesado por su particular belleza, enseguida la cubrió con su cuerpo, a medida que sus labios recorrían la figura de ella.
Minutos después los gemidos y jadeos de aquella pareja, retumbaban en las paredes de aquella cómoda y, amplia habitación de aquel lujoso hotel; sus cuerpos bañados en sudor daban rienda suelta a toda la pasión que sentían uno por el otro.
Alain, sostenía de las caderas a su novia, mientras ella cabalgaba sobre él, agitando su n***o cabello, gritando el nombre del artista, enloquecida de placer.
—Te amo —jadeó Alain.
—Y yo a ti —aseguró ella.
Entonces prosiguieron con la rítmica danza de sus caderas, alcanzando juntos la tan ansiada liberación.
La mujer dejó caer su cuerpo sobre el pecho de Alain, él le acarició la espalda.
—Cásate conmigo —propuso él.
Ella levantó su mirada llena de brillo.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó.
—Sé que no es la manera adecuada, pero te aseguro que tendrás tu anillo de compromiso y una propuesta formal —respondió, entonces tomó de la barbilla a su novia—. Pero no has contestado mi pregunta: ¿Te casas conmigo?
—Sí, claro que sí —respondió, se abrazó a él, con emoción.
****
Anochecía mientras Paloma, llegaba a su casa corriendo a fin de no ser regañada por su padre, a medida que subía los escalones para ingresar al apartamento, los fuertes bramidos del señor Borrero, se escuchaban.
—¿Qué pasas haciendo todo el día? —vociferaba a su esposa—, vengo cansado del trabajo y me encuentro con este desastre.
—Guido, estoy con dolor de garganta y fiebre, me duele el cuerpo. —Se disculpó la señora, pero su marido no entendía razones.
—Yo así esté enfermo, salgo a trabajar para darles todo a ustedes y no me quejo —bramó; en eso Paloma, apareció.
—¿Por qué llegas a esta hora? —increpó a su hija con el ceño fruncido, y la frente arrugada.
La chica le temía a su padre, por lo que no pudo evitar temblar, e inventar una mentira.
—Me quede en la biblioteca de la facultad estudiando, tengo examen mañana —balbuceó la joven.
—¡Eso espero! —exclamó—. Porque el día que me salgas con el domingo siete, te olvidas que yo existo; adiós estudios, casa, y demás —advirtió, elevando el tono de voz.
Lourdes, la madre de Paloma, con escalofrío, y el semblante descompuesto, se puso de pie con la finalidad de servir la cena.
—Yo me encargo de eso mamá —señaló la chica, mientras tocaba la frente de su madre con la intención de constatar que tenía fiebre —. Acuéstate —solicitó—, ya te llevo tu comida y unas pastillas de ibuprofeno para que se te pase el malestar, mañana iremos al centro de salud para que te revisen. —Besó en la mejilla a Lourdes.
—¡Fiebre! —bufó. —¡Pretextos para no hacer nada! —reclamó Guido.
Paloma, no se atrevía a contradecir a su papá, el señor era muy violento.
La joven calentó la cena le sirvió a su padre. Ella se sentó a comer con él, en profundo silencio; en su mente, aunque respetaba a su progenitor deseaba con toda su alma no tener por esposo a un hombre así, claro que Guido Borrero, era trabajador y responsable, pero gracias a su machismo Lourdes, no pudo desarrollar su profesión.
Paloma, no comprendía como todos los estudios de su madre se quedaron estancados, para dedicarse a un esposo que no la respetaba, y cada que podía la humillaba y golpeaba.
Mientras Paloma, se llevaba a la boca la cuchara con la crema de espárragos, no pudo evitar sonreír al recordar a Iván, ese recuerdo, le alegraba su vida, él era distinto a su padre, era el hombre de sus sueños.
Después de lavar la vajilla, se dirigió a su habitación, tomó asiento en su cama, sacando de su mochila el móvil que se compró con el dinero que se ganaba en su trabajo, y que su familia desconocía. Sincronizó todas las funciones, y se recostó pensando en la tarde maravillosa que pasó junto a él.
*****
En la mansión Arellano, mientras una de las empleadas le servía la cena a Iván, su hermano menor llegó con una gran sonrisa.
—Debes felicitarme hermanito...me caso —comentó con gran felicidad el más joven de los Arellano, abrazando Iván.
El hermano mayor dejó de servirse su pedazo de filet mignon, para observar con preocupación a Alain tenía miedo que su novia, solo fuera una oportunista.
—¿Cuándo me presentas a esa misteriosa dama? —preguntó Iván.
—A nuestro regreso de Alemania, la vas a conocer —afirmó con brillo en su mirada. —¡Es la mujer más maravillosa del mundo! —suspiró, en la expresión de su rostro, se notaba que estaba muy enamorado.
—Me da mucho gusto hermanito —comentó Iván.
—Es mi impresión, o a ti te pasa algo —expuso Alain, observando a su hermano, ambos se conocían muy bien y no existían secretos entre ellos.
Iván bebió un poco de vino, inhaló profundo, mirándolo a los ojos.
—Vas a pensar que estoy loco, hace un par de días conocí a una muchacha, yo no sé qué hizo, pero me tiene embrujado, nunca nadie me había inspirado tanto como ella —mencionó con el corazón acelerado.
Alain sonrió con su particular alegría, muy feliz porque al parecer su hermano mayor también estaba enamorado.
—No estás loco Iván... ¡Estás enamorado! —exclamó—, debo advertirte que el amor vuelve pendeja a la gente. —Carcajeó.
Los dos hermanos se pusieron a reír entre ellos, mientras cada uno hablaba de las chicas que les gustaban.