CAPÍTULO ONCE La última vez que Ruperto se había reunido con los que le apoyaban, había habido considerablemente menos hombres. Ahora, había los suficientes para llenar a rebosar el comedor de la casa señorial en la que estaba, sorbiendo oporto mientras ellos intentaban fingir que habían estado con él todo el tiempo y que solo habían estado esperando a que les preguntaran. Era en la forma de ver las cosas que los hombres eran variables. —Caballeros —dijo, desde un lugar que había escogido al lado de la chimenea—, agradezco ver a tantos hombres de prestigio aquí. Tantos soldados valientes, miembros decididos de la Asamblea y hombres ricos. Eso era cierto. Lo que él planeaba solo funcionaría si tenía a los soldados, los legisladores y los hombres cuyo dinero movía el mundo a su alrededor.