CAPÍTULO DIECINUEVE Catalina no recordaba un tiempo en el que no hubiera tenido dolor. El sufrimiento se alargaba hacia el pasado, llenándolo tanto que ella no podía ver más allá. No podía recordar el tiempo que había estado allí, no podía calcular si habían sido minutos, horas, días o años. Lo único que recordaba era el dolor de cien o más torturas diferentes. Se soltó del agarre de una monja enmascarada, después corrió por un pasillo lleno de brazos agitándose, cada uno de ellos acabado en una mano con garras. Las garras le hacían cortes, quemaban cuando le atravesaban la carne, haciéndola chillar mientras avanzaba. Las heridas sanaban al instante, pues allí no había carne que herir, pero eso no paraba el dolor. —Por favor —suplicó, a su pesar—, haz que esto pare. Una vez había pensa