—Peluchita, empezó su madre, eso le hizo enderezarse. Sabía que era el típico apodo que usaba cuando iba a solicitarle algo. Por otra parte, su papá carraspeó la garganta y los ojos de Constanza bailaron de su padre a su madre. Cruzándose de brazos, se quedó a la espera de lo que iban a decir. Al ver que ninguno de los dos se animaba, cuestionó: “¿Pasa algo?” Ellos se miraron mutuamente y asintieron al mismo tiempo.
—Sí, replicó su padre aclarando por segunda vez su garganta. Los conocía muy bien y sabía cuando estaban nerviosos y emocionados, y resultaba que en ese preciso momento lo estaban.
—¿Qué sucede? ¿Podrían decirme qué pasa sin dar tantos rodeos?— indagó impaciente.
—Está bien cariño, ¿recuerdas a nuestros amigos del colegio, Esperanza e Ignacio?— Constanza negó porque no tenía ni idea de quiénes eran.
—No, jamás me los han presentado. ¿Qué tienen que ver tus amigos con lo que van a decirme?— indagó con impaciencia.
—Es porque ellos no vivían aquí, pero ahora han regresado y…
—¿Y qué hay con eso?
—Bueno, ellos tienen un hijo muy guapo, diría demasiado.
—Mamá… sin rodeos.
—Bueno Peluchita, la cuestión es que en nuestra juventud hicimos un acuerdo, el cual implicaba que si teníamos hijos, es decir, una niña y un niño, nuestros hijos se casarían. Para ser más convincente, desde el día que naciste quedó estipulado quién sería tu esposo— aclaró su madre. Y Constanza se quedó en trance.
—¡Espera madre! ¿Me estás diciendo que estoy comprometida con el hijo de tus amigos antes de existir?— La mujer asintió feliz como si fuera un compromiso normal.
El padre, que había permanecido en silencio, suspiró y volvió a aclararse la garganta.
—Cons, mañana se realizará una reunión en casa de tus futuros suegros. Allí conocerás a tu prometido y se elegirá la fecha de la boda, que por supuesto no pasará del mes. Constanza escupió el té que acababa de ingerir.
—¿Fiesta de compromiso? ¿Prometido? ¿De qué me están hablando? ¿Es broma, verdad?— Al ver que había mucha seriedad en ellos, Constanza tomó aliento y replicó— Papá, mamá, yo no tengo pensado casarme aún.
—¡Debes hacerlo!— dijo con la voz algo alterada.
—¡No pienso casarme!— respondió con seguridad.
—Vas a casarte porque es nuestro sueño desde jóvenes unir a las dos familias. Siempre fuimos los cuatro y juramos que cuando tuviéramos hijos los casaríamos. Y tú no vas a arruinarnos. El chico no es feo, claro que es cinco años mayor que tú, pero eso no importa.
—Bien dices papá, sus sueños, no los míos. Yo tengo otros planes en mi vida en los cuales no cuenta casarme, al menos no por ahora, mucho peor si es con alguien a quien no amo— gruñó y se propuso a salir del comedor.
—Peluchita, no puedes retractarte.
—¿Retractarme? ¿Acaso en algún momento me preguntaron y dije que sí?
—Entiende que si no aceptas, perderemos toda nuestra fortuna— acotó su padre, apretando los dientes.
—Ah, ya veo, todo es dinero y poder— les miró con los brazos cruzados— ¿Firmaron algún papel?— inquirió, y ellos negaron.
—Entonces no hay de qué preocuparse. No entiendo qué perderíamos si no hay ningún acuerdo firmado. Uniendo sus manos sobre su boca, Meredith explicó.
—Porque dimos nuestra palabra y fue de honor, si una de las familias no cumple, se verá obligada a pasar el 80% de su fortuna. Es algo así como un pacto de sangre — balbuceó al sonreír.
—Eso es una estupidez. ¿Cómo pudieron comprometer a una niña que ni siquiera sabían que iban a tener?... No puedo entender cómo ustedes dos pueden querer arrojarme a los brazos de un hombre desconocido. Esto es una aberración, me están vendiendo — reprochó muy enojada.
—Hija, no lo veas así. Créeme que si no supiera que te vas a ser muy feliz no te estaría arrojando a sus brazos. Dicen que el joven es un caballero.
—¿Dicen? ¿Quién? ¿Sus padres? Te pregunto, papá, ¿tú hablarías mal de mí?
Francisco bajó la mirada y suspiró frustrado. No pensó que le sería tan difícil convencer a su hija, ya que sabía que no tenía novio.
—No me casaré. Es mi última palabra — dijo, saliendo del comedor. —Vas a casarte, Constanza Báez, o de lo contrario perderás todo, incluyendo los libros de tu biblioteca — sentenció con voz alta para hacerse escuchar.
Constanza salió de casa con la estupidez del compromiso que sus padres habían planificado sin su consentimiento en mente. Pensaba que era demasiado tonto y estúpido lo que intentaban hacer con su vida. A pesar de verse mostrada fuerte delante de ellos, no pudo contener las lágrimas una vez que salió de casa y las dejó drenar. Su corazón le dolía porque sus padres la tuvieron solo con el objetivo de aumentar su dinero.
—Cons — gritó Lourdes desde la distancia para que se acercara. Una vez que llegó y la vio llorando, la observó extrañada, más cuando Constanza se lanzó a sus brazos.
—¿Qué sucede, Cons? — indagó con preocupación.
Lourdes Stuart era la mejor amiga de Constanza, lo que ella consideraba su hermana, aquella hermana que nunca tuvo.
Acomodándose a un costado, explicó:
—Mis padres quieren casarme con un desconocido. Dicen que es mi novio desde antes de que yo naciera. ¿Puedes creerlo?
—¡Oh, cariño! Seguro lo dijeron en broma — Lourdes intentó levantarle el ánimo y ella negó. Los había escuchado hablar muy en serio, y cuando ellos hablaban así, no había nada que los hiciera cambiar de opinión, especialmente a su padre.
—Se veían muy serios. Hablaron con mucha firmeza. Conoces a mi padre y sabes cómo es.
—Pero… ¿Por qué hacen esto? Hasta donde los conozco, ellos no son así. ¿Por dinero, crees que lo hacen? — Constaza asintió mientras se limpiaba las mejillas, ya que eso era lo que le habían dicho por la mañana.
—¡Me es difícil de creer! Yo tenía a tus padres en lo más alto del podio.
—Yo también, pero hoy me decepcionaron. Sabes, hicieron un juramento cuando eran jóvenes. Eran cuatro amigos: mi mamá, mi papá y los que dicen serán mis suegros. Juraron que cuando tuvieran hijos, unirían sus familias. En caso de no cumplir el juramento, la familia que lo incumpliera sería despojada del 80% de su fortuna. Y como sabes, mi padre ha logrado mucho en estos años.
—¡Oh, amiga! Estás en serios problemas. Aunque viéndolo desde este punto, no creo que llegue a suceder algo así. Total, son amigos; no creo que se lastimen de esa manera. Peor aún, si no hay nada firmado, mejor olvida ese tema.
—Papá puede romper cualquier cosa material, pero una palabra que dio, jamás. Y si es verdad lo que dijeron, me terminarán casando, a costa de todo.
—¿Qué vamos hacer, Cons? No quiero perderte. Eres mi única amiga, y si te casas, quedaré sola — Constanza se encogió de hombros sin tener idea de qué haría. Ambas se quedaron en silencio y, al poco rato, Lourdes aconsejó —¿Y si te revelas?
—No sé qué hacer, pero te digo que prefiero morir antes de casarme.
—Tal vez lo dijeron de broma para que busques novio — bromeó Lourdes, pero Constanza forzó una sonrisa. Después de unos minutos, dieron punto final a esa conversación y entraron al salón. Al salir de clases, se sintió abrumada. Solo esperaba que ellos no continuaran con ese tema porque, de lo contrario, se volvería una rebelde, algo que nunca había sido.
Al entrar a su casa, una mujer que se encargaría de preparar la fiesta de compromiso la abordó. Constanza dejó caer el bolso que sostenía en sus hombros al darse cuenta de que todo iba en serio.
—Señorita Constanza, ¡buenos días! Seré la encargada de los arreglos para la noche de compromiso y para su boda, ¿podría…?
—¡No! —refutó y corrió hasta la habitación. Segundos después, entró Meredith, su madre, y al sentir su caricia en el cabello, lloró con fuerza.
—¿Por qué? ¿Por qué, mamá?
—Peluchita, no llores. Cuando conozcas a tu prometido, te enamorarás desde el primer día. Es un chico guapo, demasiado guapo.
—No me importa si es guapo o si podría enamorarme. Lo que me duele es ver cómo me usan para cumplir sus promesas.
—Peluchita, entiende —le acarició el mentón e intentó convencerla, pero Constanza se levantó y la dejó con la palabra en la boca. Bajó rápidamente las escaleras y, al ver que la mujer que arreglaría su boda aún se encontraba ahí, salió corriendo de casa para dirigirse a la de Lourdes.
Esta última abrió los brazos y la recibió con ternura. Subieron las escaleras e ingresaron a la habitación, y continuaron hablando sobre ese tema.
—¿Y si huyes? Así sea por un tiempo.
—Ellos jamás me perdonarían. Además, podríamos perderlo todo.
—Cons, eso es chantaje para que aceptes. Escucha, dices que son los mejores amigos, entonces, si son mejores amigos, no se lastimarán a sí mismos. Además, ¿qué importa el dinero? Tu padre es muy trabajador y tiene un puesto sumamente importante. Seguro volverá a resurgir.
—¿Crees que no se enojen?
—Yo creo que al principio sí, pero luego se les pasará. Ellos no se ven malvados. ¿O lo son?
Constanza negó. —La única maldad que han hecho desde que tengo uso de razón es esta —formó un puchero y suspiró—. ¿Dónde podría ir? Como dices, papá tiene un puesto sumamente importante. Donde vaya, ellos me encontrarían.
—Hay un lugar donde no podrían encontrarte —Lourdes mordió su labio, mientras Constanza se quedó expectante de lo que iba a decir.
—¿Hablas del cementerio? Aún no quiero morir. Eso sería muy cruel para ellos.
—En el mar, tontita — acotó Lourdes.
—¿No comprendo?
—Estuve investigando lugares para viajar. Pensaba en realizar un viaje contigo después de que terminemos la U, y me enteré de esto. Mañana zarpa un crucero y estará en alta mar por cuatro meses.
—¡Un crucero! ¿Qué tiene que ver el crucero con mi problema?
—¿Eres tontita o qué? Podrías zarpar en el crucero y perderte por cuatro meses, y luego volver cuando las aguas estén calmadas.
—Sabes que le temo al mar, ¿verdad?
—Eso es lo de menos. Podrías encontrar a un William Levy que te ayude a perder los miedos. —Constanza sonrió, pero lo dudó—. Es eso o casarte, amiga.
Después de pensarlo varios minutos, aceptó.
—Consigue mi pase al crucero. Prepararé las maletas.
—No puedes salir con maletas, ellos no te dejarían irte.
—Entonces, ¿qué sugieres?
—Comprar, o si no… Es mejor eso, ya que supongo que no tienes dinero.
—Guardo mi mesada cada mes, pero no será suficiente para comprar el boleto y la ropa.
—Yo compro el boleto, tú encárgate de la ropa.
—Constanza abrazó a su amiga: “¡Te quiero!”
—Yo también te quiero.
Con esto en mente, regresó a casa. Apenas llegó, su mamá la cuestionó nuevamente.
—Peluchita, ¿sigues enojada?
—No, lo he pensado bien y sí, acepto casarme.
—Hija, no sabes lo feliz que me haces —dijo su padre mientras sonreía y la abrazaba emocionado.
Constanza subió a su habitación, pensando en todo lo que había dejado preparado en casa de Lourdes, ya que no planeaba casarse con un desconocido, por muy guapo que fuera. Dio varias vueltas en la habitación, imaginando el día en que se casaría por amor y porque así lo decidiera. Solo esperaba que su decisión no arruinara a sus padres.
Pero ella consideraba que no debieron planear su boda sin su consentimiento, mucho menos antes de existir.