Los padres contemplaban a sus hijos abrazados, se llenaban de felicidad al verlos tan enamorados. - Pasemos al comedor – sugirió Esperanza. Fernando y Constanza se soltaron y luego se miraron fijamente. Con un suspiro que infló todo su cuerpo, él tomó la mano de ella y caminaron hacia el comedor. Los tres hombres abrieron las sillas para que las damas se sentaran. El ambiente en el comedor estaba lleno de risas y felicidad, ya que todo estaba saliendo como lo habían planeado, gracias al destino que permitió a sus hijos conocerse en medio del mar. Francisco contemplaba a su hija, definitivamente su niña se había convertido en una mujer. Durante años, había sentido remordimiento por lo que haría con ella cuando creciera, pero ahora que la veía feliz y enamorada, toda su culpa se esfumó.