Nunca había comprado un post day, nunca había necesitado hacerlo porque soy de los que saben controlarse. Pero ahora estoy en la droguería y una mujer de edad, con lentes grandes, oscuros y gruesos me examina, después, da un suspiro y se dirige al interior de los pasillos de la drogaría buscando la caja de la pastilla. Cuando ya lo tiene en sus manos vuelve a acercarse al mostrador, examina nuevamente que sean las que he pedido. Entre los dos se ha hecho un silencio incómodo, como si el mismo silencio quisiera decir “ni pienso contar lo que sucedió y… no quiero saber qué pasó, porque el que estés aquí quiere decir que terminó mal”. La farmacéutica se acerca a la caja registradora y comienza a oficializar la compra, me dice el valor y yo saco de mi cartera un billete, se lo paso, ella lo