Crush
Zaideth, dieciséis años de edad.
—No lo vas a volver a ver —me dijo Eva, cuando estábamos hablando sentadas en la cama, cada una abrazando una almohada—. Ese tipo de personas solo la ves una vez en la vida.
—Pero Santa Marta es pequeña —solté, llevando mi mirada a la laptop con tristeza, donde había comenzado a escribir mi primer libro inspirado en el chico bonito del restaurante—. Puedo volver a encontrarlo si voy otra vez al restaurante chino.
—Ay, Zai, deja de ser tan inocente, —replicó—, ¿no viste su aspecto y el de sus amigos? Ellos no se ven como costeños, tienen una pinta de cachacos que no se las quita nadie. Seguramente son turistas.
—Quiero volver a verlo —confesé y llevé mis manos a mi rostro—. ¡Ay, ¿por qué no le pedí el número?!
—Ajá, no puedes hacer nada, —soltó cansada por la conversación—. Si lo ves de esta forma, él seguramente se debe ir de la ciudad en un momento, era un turista, así que nada iba a resultar ahí. —Subió los hombros—. Mejor… lo puedes escribir y hacerte famosa con ese libro. Ahorita, cuando entres a la U, vas a conocer chicos mucho mejores que él y que sí viven en esta ciudad. Hay unos que están buenísimos, Clara y yo te los vamos a presentar todos, así que ya olvídate del bonito del restaurante.
Miré el libro que había titulado Ojos de ángel y mis labios comenzaron a temblar.
Lo triste de enamorarse de una persona que apenas viste un momento te hace sentir patético, porque nadie se enamora de esa forma: nadie.
Bajé la pantalla de mi laptop y me acosté en la cama. Escuché un suspiro de mi hermana, lleno de cansancio.
—¿Quieres que llame a Clara y le digamos que salgamos a alguna parte? —preguntó con tono tranquilo, eso solo me rectificaba que sí estaba siendo muy patética—. Zai, por favor, no puedes pensar en quedarte todo diciembre así, debes superarlo. Además, en enero comienzan las clases, y, como te dije, conocerás mejores chicos que el del restaurante chino. A mí hasta se me olvidó su cara.
Vi que Eva se bajó de la cama y caminó hasta la mesa de noche, donde reposaba mi celular. La vi andar la pantalla, con rostro curioso.
—Ajá, sí, está bonito, cierto. Pero, tampoco es para tanto —alejó un poco la pantalla del celular de su rostro—. Creo que conozco a un chico mejor que este.
Solté un gruñido y me senté en la cama. Sabía que debía dejarlo ya, como decía mi hermana.
—Llama a Clara —acepté.