3. No me princeses, imbécil.
Lizzy.
— Toma — Jade me pasa una toalla y la agarro con brusquedad para secar el agua que escurre de mi cabello.
Parezco un perro mojado.
Y todo por culpa del maldito Jared Preston.
Lo odio.
Lo odio.
Lo odio.
— Deja de repetir que odias a mi hermano en tu cabeza y sécate antes de que te resfríes — cuando rechino mis dientes y continúo en mi mente con mil escenarios en donde asesino a Jared Preston sin ser descubierta por la policía, Jade suspira con resignación y quita la toalla de mis manos para ella misma empezar a secarme.
— Deja mis pensamientos en paz — le mascullo, dejándola manejar mi cabello.
— Pensé que ustedes ya habían terminado con su guerra — continúa después de varios segundos en silencio.
— Compartimos una clase y ahora el imbécil parece recordar lo mucho que disfruta torturarme.
— Voy a empezar a prepararme psicológicamente para lo que viene, la última vez casi incendian la casa.
Ruedo los ojos, sin creer que ella siga recordando ese pequeño incidente con la cortina.
— De todos modos, eso no viene al caso. Más bien ayúdame a pensar cómo desquitarme de él. Jared tiene en sus manos las llaves del coche y mi teléfono.
Jade da una última sacudida con la toalla a mi cabello y se aleja, luego busca entre la ropa de quien sea el dueño de la habitación en la que estamos, y me lanza una camiseta y pantaloneta demasiado anchos, pero supongo que tienen que servir.
— Vístete, te esperaré abajo — me mira —. Y no me metas en las peleas entre mi hermano y tú. Él puede ser un imbécil, pero tú no te quedas atrás. Tienes las uñas bien afiladas cuando se trata de él, así que mátense entre ustedes. Yo estaré al costado, mirando el espectáculo mientras como palomitas de maíz.
Y con un gesto que podría ser gracioso si no me sintiera aun enfada, ella sale, dejándome a solas y con la rabia rugiendo en mis venas.
Maldito Jared.
|…|
Cuando me he cambiado de ropa, pero mi estado de ánimo sigue siendo el mismo, salgo hacia al jardín en donde, conociéndolo, sé que Jared se está secando al aire libre. Y en efecto, él está allí, sentado en una tumbona, vistiendo sólo una pantaloneta, sus pies descalzos y su torso desnudo, presentando su marcado pecho y abdomen como si fueran una ofrenda santa para los ojos de los demás. ¿Lo peor? Casi una docena de chicas pululan a su alrededor, intentando captar su atención.
Pero él no les presta atención, oh no, él está demasiado ocupado con el teléfono que tiene en manos, mi teléfono.
A este punto, maldigo que el aparato sea a prueba de agua pues habría preferido que se dañara a que estuviera en manos del enemigo.
— Dámelo — le gruño, parándome frente a él.
Él sonríe, pero no me mira. En cambio, continúa moviéndose por la pantalla táctil, pinchando aquí y allá con entusiasmo, feliz con lo que sea que está viendo.
— Literatura erótica, porno de ángeles e incluso porno de aliens, grandes cosas lees, mi pequeña marimacho.
Siento que mis muelas se van a romper de lo fuerte que las aprieto.
Cuando no le contesto, él continúa revisando mi teléfono y dice —: Fue realmente fácil descubrir tu contraseña, tu cumpleaños, que cosa tan patética de… — se detiene cuando levanta su mirada y me ve por primera vez.
Su mirada se pasea de arriba a abajo por mi cuerpo, evaluándome, y entre más me mira, más rabia llena sus ojos.
— ¿Qué demonios traes puesto? — Gruñe, luciendo como si mi atuendo fuera una ofensa para sus ojos. Casi quiero mirarme a mí misma para comprobar que no estoy usando alguna monstruosidad, en lugar de un short y una camiseta de algún chico del que ni siquiera sé el nombre.
— ¿Cuál es tu problema, troglodita sin cerebro? Dame mi teléfono.
Al ver que no lo hace, me abalanzo sobre él e intento quitarle el teléfono, pero Jared me esquiva y, en menos de un parpadeo, me está tomando del brazo y sacándome casi a arrastras de allí. Incluso él va descalzo y en su urgencia de hacer lo que sea que está haciendo ni siquiera le importa la grava que pisa.
— Jared, ¿qué está mal contigo?
Intento empujarlo por el costado, pero él me ignora, de hecho, mis golpes no le hacen nada, y sigue arrastrándome hasta que llegamos a su camioneta. Sin soltar mi brazo, abre la enorme cajuela y sacando una mochila, rebusca en ella hasta que saca unas prendas y me las extiende en mano.
Lo miro, sin comprender.
— Toma, cámbiate — me dice.
— Tú eres quien está casi desnudo, no yo, gran imbécil.
— Estás usando la ropa de alguien más.
— Genio.
— Cámbiate, Elizabeth.
— Oh, oh — llevo mi mano a mi boca con dramatismo —. Usaste mi nombre completo, ¿debo esconderme ahora, papi?
Él rechina sus dientes hasta que casi puedo escucharlos agrietarse.
— Me sacas de quicio, Lizzy.
— Estoy vestida con la ropa de alguien más por tu culpa, así que vete muy a la mierda. Si por alguna estúpida razón te molesta verme usar esto, aguántate, no estoy para cumplir tus caprichos y sinsentidos.
— Ah — pasa la mano por su barba incipiente, mirándome con irritación. Tiene pelotas este sujeto por atreverse a mirarme así —. ¿Con que así es?
Jadeo, soltando el aire con brusquedad cuando me arrincona contra la cajuela y, vigilando que no haya nadie alrededor, él baja de sopetón la pantaloneta de mi cuerpo, dejándome sólo en diminutas bragas que están mojadas debido al chapuzón en la piscina.
— ¡Hijo de puta!
Golpeo sus hombros y omoplatos, también su cabeza aprovechando que está agachado frente a mí, pero es como si una hormiga golpeara a un elefante, inútil e imperceptible. Jared, con manos rápidas, me sube su pantaloneta de gimnasia y amarra el cordón en la cintura, evitando que la prenda se caiga. Levanta su mirada y ahí sé su siguiente movimiento. Golpeo sus manos antes de que empiece a subir la camiseta por mi torso desnudo.
— Yo lo hago.
Me mira, como si no confiara en mí.
— Yo lo hago, maldito seas — repito —. Estoy desnuda aquí arriba, no verás mis tetas, joder.
Una lenta sonrisa se estira en sus labios.
— Ahí, eso me motiva más.
— Estúpido.
Arranco la camisa de sus manos y me giro para darle la espalda. Entre murmullos en donde lo nombro por todas las malas palabras que puedo encontrar, levanto rápido la camiseta y pongo la suya en su lugar. Me pica la piel de estar rodeada de su aroma y él ve mi desagrado en mi rostro cuando me giro a mirarlo.
— Podrías herir mis sentimientos, nena.
— Si los tuvieras, ambos sabemos que tu corazón es de piedra.
— Auch, lo acabas de agrietar con ese comentario, princesa.
— No me princeses, imbécil.
— Entonces, ¿cómo te llamo? ¿Bebé?
Le enseño mis dientes y muerdo en su dirección, precisamente hacia sus dedos que se han levantado seguramente a jalar un mechón de mi cabello.
— Deja mi cabello en paz.
— Péinate, bruja.
— De princesa a bruja, ¿qué será?
— Lacaya.
— ¡A la mierda contigo! — Lo empujo con fuerza y me empiezo a alejar, el sonido de su risa me saca de quicio, entonces recuerdo mi teléfono en sus manos.
Miro alrededor, buscando algo, cualquier cosa que me sirva de ayuda.
¡Bingo!
Con ambas manos, agarro una roca que pesa y me muevo directamente a su coche, a la ventana de su impecable camioneta blanca.
— Dame mi teléfono.
Jared detiene su risa abruptamente cuando ve mis intenciones, sus ojos se ven enloquecidos y él sabe que cuando se trata de él, estoy dispuesta a todo, incluso a dañar su camioneta.
— Lizzy, ya me debes la pantalla de mi teléfono, no querrás deberme también ¡una puta camioneta! — Lo último lo grita, perdiendo el control.
— Dame mi teléfono y las llaves de mi coche.
— ¿Tanto te enfada que haya descubierto tu porno literario?
— Me vale mierda, dame mi teléfono.
— Tienes una mente muy sucia, nena, debo aceptar que no lo esperaba.
— No te conviene provocarme, quien tiene el arma aquí soy yo.
— ¿En serio? — Me sonríe con socarronería y toma todo de mí no lanzarle la roca a la cabeza. Lo miro iracunda cuando saca mi teléfono de su bolsillo trasero, empieza a mover sus dedos por la pantalla táctil y dice —: ¿Qué dirá tu profesor de literatura si le envías por correo un libro titulado “Domada por el alien”? Lindo nombre, por cierto.
— Jared…
— ¿Orcos? ¿Dragones? ¿Cambiaformas? — Alza las cejas con sorpresa mientras sigue viendo mi teléfono —. Nena, no sabía que podías ser tan perverti…
El estruendo detiene sus palabras.
No, no lo hice.
No partí su camioneta.
Sólo agarré lodo y la lancé en toda su impecable carrocería blanca. Luego me muevo hacia el parabrisas y lo lleno más, hasta que el vidrio ni siquiera se ve.
Jared me mira inmóvil, con la mandíbula desencajada.
— Lo juro, lo siguiente va a ser la ventana del asiento del conductor hecha pedazos — vuelvo a tomar la roca en mis manos —. Sabes que me desquicio cuando se trata de ti, Jared.
— Tus palabras sonarían eróticas si estuviéramos en otro contexto.
— A la una — empiezo a contar — a las dos y a las tr… — se lanza hacia mí antes de que pueda terminar mi conteo, me quita la roca y la lanza lejos. Yo subo mis manos embarradas y las arrastro por todo su rostro, el lodo baña su cara y meto más en su boca, haciéndolo tragar. Jared casi escupe, pero con su mano en mi cintura nos manda al piso, directo al lodo. Golpeo su espinilla con mi pie, duro, y le empujo lejos. Jared me enseña las llaves y teléfono aún en sus manos, limpia el lodo de su rostro y me mira con triunfo. Ambos estamos en el lodo como dos cerdos en su criadero, pero no me importa. Me lanzo hacia él, me subo encima suyo y voy por mis cosas. El imbécil levanta las manos sobre su cabeza y mantiene los objetos lejos de mí. Yo me inclino hacia arriba, yendo por mis cosas. De repente, fuertes dientes muerden mi sensible pezón a través de la delgada camiseta que llevo puesta y es que no contaba con que en esta posición mis pechos quedan literalmente en su rostro.
— ¡Hijo de puta!
Jared aprieta con más fuerza, sus dientes sin soltar mi pezón.
Jadeo entre adolorida y acalorada, sin creer al imbécil.
— Jared...
Cambia el morder a chupar y luego abre su boca en grande, metiendo más de mi teta en su boca, tanto como se le es posible hasta que siento que la está chupando entera, tragándola entera. Su lengua pasa mojada por mi pezón, sus ojos se levantan para mirar los míos y, sin dejar de mirarme, gira el rostro, muerde una buena cantidad de carne en un abultado costado, cerca de mi pezón endurecido, y después chupa como un maniaco adicto a mi carne. Se aleja, mira mi teta, gime enronquecido y baja otra vez a aferrarse a ella, succionando mi pezón y mordisqueándolo varias veces. Luego chupa con más fuerza, engullendo casi mi teta entera de nuevo en su boca, sin tener suficiente. Chupa y chupa y se amamanta de ella. Es salvaje, casi animal, mi pecho duele por su brusco trato, pero quiero más. La humedad de su saliva envía un torrente de electricidad por mi cuerpo y antes de que él descubra el efecto que está teniendo en mí, me alejo de sopetón, el sonido húmedo de su boca soltando mi pecho pone mi piel de gallina. Lo miro a él con odio, luego miro hacia mi teta, que casi está expuesta debido a que su boca al chupar mojó la tela, volviéndola casi traslucida.
Estoy respirando con fuerza, la tensión en el ambiente cambia y es que nunca los límites entre nosotros se habían cruzado hasta este punto.
Nunca nada ha sido s****l entre nosotros… hasta ahora.
Y toda la situación me deja tan descolocada que no salen palabras de mi boca.
Jared mira de mi pecho casi expuesto a mis ojos, lame sus labios y casi creo que va a avanzar un paso hacia mí, pero en el último segundo sacude la cabeza, me mira de nuevo a los ojos y por primera vez puedo jurar que Jared Preston empieza a sonrojarse.
Ambos respiramos con dificultad, sin apartar la mirada del otro.
Él parece desconcertado, yo también.
Él luce como si no pudiera terminar de entender lo que acaba de pasar, yo también.
Él luce hambriento de más… y estoy segura de que yo también.
De sopetón, lanza las llaves de mi auto en mi dirección, las atrapo en el aire y él gira, alejándose de mí.
Me quedo allí, inmóvil por varios segundos.
¿Qué demonios fue eso?