Esa voz grave, la mirada apacible, pero dominante y el porte en general del hombre alteró los latidos de Nahara. Sus piernas ni siquiera las sintió y su respiración se entrecortó. Algo en ella hizo corto y, por algún motivo, su razón se desvaneció. ¿Debería correr? ¿Acaso debía alegrarse? ¿Debería temer por su vida? ¿Era mejor darse por muerta?
Sin saber el motivo de su reacción, mordió la pierna del hombre y corrió desesperada por el mismo camino donde entró el auto, lo cual era absurdo, y ella lo sabía. El enorme portón que vio cerrarse una vez que el auto pasó parecía impenetrable. ¿Qué estaba haciendo?
―Iremos por ella, jefe…
―Nadie la toca ―gruñó demasiado grueso. Se había tragado el grito―. ¡Gitana! ―gritó tan fuerte que Nahara sintió la tierra moverse bajo sus pies―. Te harás daño. Por favor, para.
Ella, que ya empezaba a trepar el muro, lo señaló con advertencia y desesperación en su mirada.
―¿Por qué me ha traído aquí? ―Estaba agitada. Todo parecía ser una pesadilla para ella―. ¿Acaso quiere hacerme su cautiva? ¡Me vendí a usted porque necesitaba el dinero! ¡No soy así! ―le hizo saber, y Mekeril solo la miraba. «¿Cómo ha llegado tan alto?», era lo único que pasaba por su cabeza―. Si era usted quien estaba en el hospital y escuchó a mi amiga, quiero que sepa que no tiene nada que ver con lo del embarazo y…
―Es mi hijo. ―Ella calló, y él ni siquiera tuvo que alzar la voz, ese solo tono le cerró boca―. Y eso te hace mía. ―Nahara abrió los ojos y la boca a tope―. Ahora cierra esa boquita y baja.
Nahara miró hacia arriba. ¿Qué hacía?
―¿Me dejará ir? ―Mekeril enarcó una ceja―. No me mire así. Cualquiera en mi lugar habría reaccionado como yo, así que responda. ¿Me dejará ir?
―No puedo hacer eso ―se negó―. ¿No me escuchaste? Ese bebé y tú son míos.
Nahara negó una y otra vez.
―Está usted loco. No pienso quedarme aquí. ¿Qué clase de personas lo criaron? ―Lo miró horrorizada.
―Una madre amorosa y dedicada que murió de cáncer y un padre estricto pero cariñoso. ―Se encogió de hombros―. Esas fueron las personas que me criaron.
―Pobres ―se lamentó ella―. Su hijo salió defectuoso y con un enorme delirio de Dios.
Mekeril evitó carcajearse. ¿Cómo era que todavía podía estar aferrada a ese portón llena de miedo y aun así faltarle al respeto?
―Gitana… ―El zapatazo lo descuadró por completo. ¿Cuándo se había quitado la zapatilla?
―¡No me diga así! ―enfureció más―. Si piensa que por venderle mi primera vez le da el derecho de tratarme como a una puta, está equivocado. ―Mekeril por primera vez en su vida se vio sorprendido por una mujer―. ¡No soy lo que usted piensa!
―¿Y qué tiene que ver con que te llame así? Tienes sangre gitana, ¿no?
Nahara lo observó ahora perdida.
―¿No me llama así porque es el seudónimo que me decían en el antro? ―Mekeril le dio una mirada inquisitiva―. Creí que era por eso y… ¡No! ―chilló al verse en los brazos de la enorme bestia―. Por favor, déjeme ir, se lo suplico ―gritó hasta no más―. Por favor, ayúdame. ―Le tendió la mano a una de las mujeres de aseo, pero esta ni siquiera la miró.―. ¡Me han secuestrado! ¡Hagan algo! ―vociferó para probar suerte, pero nadie hizo nada, y ella se sintió desesperada.
―Te quedarás aquí hasta que te decidas a hablar conmigo. ―La puso en el piso―. No hagas nada de lo que puedas arrepentirte después. ―La miró a los ojos―. No hagas esfuerzos. Puedes hacerle daño a mi bebé, y me enojaré muchísimo. ¿Lo comprendes?
Nahara, ya al borde de las lágrimas, sollozó.
―Por favor, no me dejes aquí ―le imploró, pero verlo tan relajado la enfureció, y empezó a golpearlo con fuerza, hasta que se vio encerrada en esa enorme habitación―. ¡Me van a encontrar y te voy a denunciar para que te lleven a la cárcel!
Mekeril se acarició su mejilla. Le había dado un buen guantazo.
―¿Seguro que quiere hacer eso? ―Alessandro se acercó y contempló la puerta; parecía que la derribaría en cualquier momento―. Está hecha una fiera.
Mekeril asintió anonadado.
―Ella no mostró miedo. ―Alessandro lo miró con las cejas alzadas. A él nada lo sorprendía. ¿Por qué estaba así?―. Ella se plantó a pesar de tenerlo todo en contra. ―Ladeó la sonrisa―. Ella será mi reina.
Alessandro observó la puerta y después a su jefe. ¿El hombre que menos quería una responsabilidad y al que le encantaba llevarse a mujeres distintas a la cama era quien quería una sola mujer?
―Ella no sabe lo que es ―le recordó―. No está hecha para este mundo. Puede que…
―Nadie nace hecho para este mundo. ―Lo escrutó―. Ella podrá aprender. ―Comenzó a caminar―. Quiero que para mañana le tengan la mitad de mi clóset para ella. Habla con el doctor. Quiero que me recomiende a una obstetra de su confianza. ¿Dónde está su móvil?
Alessandro se lo entregó.
―Su amiga está furiosa.
A Mekeril no le interesó eso.
―Yo me ocupo de eso.
Alessandro no cuestionó a su jefe y se marchó para hacer lo que le había pedido.
Nahara intentó derribar la puerta, incluso la golpeó con todo lo que encontró, pero todos sus esfuerzos eran en vanos. Gritó, pidió ayuda y suplicó por su liberación, mas nada resultaba. ¿Cómo había quedado enredada con ese loco? ¿Por qué se le ocurrió la grandiosa idea de vender su cuerpo? Ya había pasado por todos los estados de ánimo y ahora parecía estar sintiendo nada. Solo permaneció sentada frente a la puerta. ¿Cuál sería su destino ahora a manos de ese desubicado?
Mekeril dejó pasar unas buenas cinco horas. Ya era pasada la medianoche, pero no podía dejar la conversación para después. Sus hermanos y padres siempre le habían dicho caprichoso, pero a esa mujer no había podido sacársela de la cabeza desde que la probó y ahora que incluso llevaba a su hijo en su vientre estaba dispuesto a enamorarla y hacerla su mujer.
―No te me acerques ―le ladró mientras retrocedía.
―No soy lo que piensas, bueno, soy peor, pero contigo no.
Nahara se rio con ganas.
―¿Mágicamente su corazoncito se ha derretido por saber que llevo a su hijo en mi vientre? ―se burló de él.
―Te tengo una propuesta. ―Mekeril supo que con ella no podía ser como acostumbraba. Necesitaba ganársela.
―No. Mire dónde estoy por escuchar sus propuestas ―se negó de inmediato―. Embarazada y secuestrada.
Mekeril sonrió. No pudo evitarlo.
―Quédate. ―La dejó estupefacta. ¿Por qué se escuchaba como que ordenaba y no que pedía las cosas?―. Vivirás aquí conmigo. Te daré todo lo que quieras. Das a luz a mi bebé y después te daré tu libertad. ¿Qué dices?