Atada, enjaulada y vigilada todo el tiempo, así estaba Nahara después de rechazar la propuesta de Mekeril y amenazar con hacerse daño para perder al bebé y obtener su libertad. Sintió culpa inmediatamente por ser tan cruel con un ser que no tenía culpa de las atrocidades de quien era su padre, pero estaba desesperada. Mekeril despertó con un suspiro. La castigó. Ella debía dormir con él, y lo hacía con total tranquilidad porque dormía atada, sin posibilidades de hacerle daño. Al mirarla, notó ya lo observaba con ese odio que se había ganado a pulso, según ella. ―Buenos días, gitana. ―Ladeó la sonrisa, provocando un jadeo en ella. ―¿Cómo puede alguien tan atractivo ser tan repugnante? ―Mekeril borró la sonrisa de golpe. Esa mujer era una viperina―. ¿Puedes desatarme? Me estoy meando. ―D