Nahara, quien ya estaba tensa, pareció que todos sus sentidos la abandonaron de golpe al escuchar aquella voz que parecía venir desde el más allá. Chiara, al verlos a todos muy interesados, entornó los ojos.
―Señor, es mejor que se siente para que le suturen esa herida. ―Mordió sus labios al ver el cuerpo bien trabajado del hombre para después cerrarle la cortina―. Cielo, ya viene el doctor y una asistente, ¿vale? ―Le sonrió, agarró a Nahara por el brazo y tiró de ella incluso antes de que su cuerpo le permitiera la suficiente movilidad para mirar tras esa cortina―. ¿Puedo saber por qué tan pálida? ―Alzó las cejas al entrar a la habitación de los insumos―. Noventa y nueve por ciento de efectividad, uno de…
―Dios… ―Nahara por fin pudo respirar.
¿Por qué escuchó la voz de aquel hombre? ¿Cómo podía estar embarazada? ¿Habría tardado mucho para el plan B? ¿Qué se suponía que hiciera ahora en su primer año de universidad?
―No puede ser. ―Empezó a hiperventilar.
Chiara le pasó una bolsa y se echó a su lado para abrazarla.
―¿Qué piensas hacer? ―preguntó sin tacto―. Debes pensar rápido.
Nahara cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el hombro de su amiga.
―No puedo permitirme un bebé ―negó al borde de las lágrimas―. Las facturas del hospital, pagar las deudas y la mudanza me dejaron a penas para pagar mis estudios ―sollozó.
―Ay, cariño ―Chiara se sintió mal por ella―, con ese corazón de pollo que tienes dudo que vayas a interrumpir el embarazo.
Nahara no estaba tan segura. Ella debía elegir entre sus estudios y su bebé, pero ¿para qué iba a traer a un niño al mundo cuando no podía ofrecerle nada?
―Puedo darlo en adopción.
Chiara alzó las cejas.
―¿Segura? ―No la creyó capaz―. Mira que lo llevarías en tu vientre, lo parirías y después lo verías siendo entregado a otras personas.
Sin duda, para Nahara eso sería un golpe fuerte, pero no tenía más que hacer.
―No pienso matarlo. ―Las lágrimas se desbordaron―. Tampoco puedo mantenerlo. ―Cerró los ojos―. Estudiaré embarazada y después lo entregaré a una familia. ¿Puedes ayudarme a encontrar padres buenos?
Chiara, que la mayoría del tiempo era la más explosiva y quien hacía las cosas sin pensar, lamió sus labios.
―Por alguna razón, pienso que estás acelerando la decisión. ―Mordió sus labios―. ¿Qué dices de buscar al papá del bebé? Me has dicho que tenía dinero. ¿No es mejor que el bebé esté con su padre biológico?
Nahara respiró hondo. De verdad se sentía asfixiada.
―No sé cómo se llama. No nos presentamos ni nada. ―Se sintió avergonzada―. Solo fue un trato que cumplimos y ya está… El dinero fue entregado en efectivo y… ―Resopló cansada. ¿Por qué todo parecía ir cuesta abajo desde que su yaya murió?―. Ya no estoy en Roma. Será difícil que la vida nos vuelva a reunir. ―Se puso en pie, se tragó todos sus sentimientos y, como siempre, los selló―. Mañana mismo subo a obstetricia para que me ayuden. Lo daré en adopción.
Chiara se asustó al verla cortar todo de raíz sin pizca de remordimiento.
―Chica, realmente me asustas muchas veces.
Nahara le sonrió. Estaba acostumbrada a perderlo todo. Por eso no le gustaba encariñarse con nadie.
Una vida donde solo existían su yaya y ella era perfecta. Por ello jamás hizo amigos ni fue muy sociable. Jamás le había gustado rodearse de tantas personas.
Mekeril fue suturado entre luchas y gruñidos. Quería ir tras esa mujercita. Estaba seguro de que era ella. Estaba embarazada, llevaba a su hijo en su vientre, y no podía pasar por alto ese hecho. Alessandro lo mantuvo lo más quieto posible para que se dejara hacer, y cuando finalmente terminaron, solo escuchó la furia de su jefe.
―Señor ―lo miró a los ojos―, Nahara Relish cumplirá veinte años en tres semanas, estudiante de primer año en Medicina. Trabaja como voluntaria en este hospital.
Mekeril enarcó una ceja. El muy imbécil ya la estaba investigando.
―¿Qué esperas para ir por ella?
Alessandro suspiró.
―No podemos hacerlo así nada más. Esa amiga que tiene es un peligro. ―Observó el interior del lugar―. Vamos a casa, pero esta noche la tendrá en la mansión bajo su poder.
Mekeril miró el hospital y sonrió. Deseaba entrar ahí, echársela al hombro sin importar que todos lo vieran y llevársela de una buena vez, pero por primera vez deseó ser prudente. No podía arriesgarse a lastimarla.
―Espero que la traten bien. Y asegúrate de que mantenga a mi hijo dentro de ella.
Alessandro asintió. Ya eso lo tenía cubierto.
Nahara fue un desastre el resto del día. Lo hacía todo mal o de plano las cosas se le estropeaban en algún punto. Esa fachada de que había adormecido todos los sentimientos que le producía el saber que estaba embarazada no fue para nada buena.
―Nos vemos mañana ―se despidió de sus colegas, y miró al frente. La noche estaba fría, como le gustaba―. ¡Dios mío! ―Se llevó la mano al pecho al ver al hombre aparecer de la nada―. Lo siento, venía distraída. ―Sonrió un tanto nerviosa y aceleró sus pasos.
―Veo que se olvida con rapidez de las personas. ―Nahara paró en seco todavía dándole la espalda―. Para un genio como usted esto es algo bastante curioso, ¿no lo cree?
Ella, que pareció quedar pegada al piso, hizo un esfuerzo y giró solo para encontrarse al hombre alto, de pelo n***o y ojos grises frente a ella.
―Hola, señorita. ¿Un paseo? ―Le mostró el auto que se acercó a ellos.
―No. ―Dio un paso atrás―. No iré con usted ni con nadie, y si no quiere que grite como una loca, es mejor que monte su culo al auto, vaya con su jefe y me dejen en paz. ―Empezó a entrar en pánico.
¿Por qué entraba en pánico si debería estar feliz de haberlo encontrado? No lo sabía, pero algo con ese encuentro la ponía de los nervios.
―¡No, déjeme!
Alessandro la tomó en brazos con todos los cuidados que ella le permitió. Estaba arrebatada.
―¿Puede, por favor, hacerme la tarea más fácil?
Nahara estaba incrédula. ¿En qué se había metido para quedar en esa situación tan absurda?
―¡Te voy a arrancar los ojos! ―chilló al verse en el auto―. Déjeme ir, por favor. ―Perdió por completo los nervios al ser testigo de cómo la alejaban de todo el que la podía ayudar―. ¡Auxilio! ―vociferó con fuerza después de poder bajar la ventana un poco.
Alessandro se vio en la penosa situación de pelear con una pulga. Ella parecía saltar y escurrirse de su agarre. Él, un hombre que mataba a sangre fría, ese que con solo una mirada podía hacer mear a un hombre, recibía golpes, gritos e insultos de una mujercita menuda. ¿Cómo era eso posible?
―Mierda ―gruñó por el pisotón que le dio a sus bolas antes de bajar del auto.
Nahara, quien saltó, cayó de rodillas por la forma tan desesperada en la que salió del auto. Al ver los zapatos negros y brillantes, alzó la mirada lentamente, recorriendo el enorme cuerpo de quien estaba frente a ella.
―Hola, gitana.