―Debería cuidarse un poco más ―lo reprendió el doctor―. Su padre, hermanos y usted son mis pacientes más problemáticos. ―Vendó la herida de nuevo―. Las heridas están sanando, pero no como deberían. ―Negó un poco cansado de la necedad de Mekeril. ―¿Ya terminamos? No estoy para escuchar sermones ―gruñó, y se colocó el polo. ―Sí, ya terminamos. Mekeril se puso en pie y salió de la clínica. Nahara se había dormido, y él decidió dejarla en paz. Ella quería espacio, y él se lo dio sin problema alguno, pero ya había dormido demasiado y debía alimentarse, o después las náuseas la volverían loca. Al entrar en la habitación y ver a su mujercita con el vestido pegado a su cuerpo, dejando en evidencia su tripita, que ya empezaba a notarse, sonrió feliz. ―Te ves tan hermosa ―susurró, y lamió sus