Nahara miró el suelo. Ciertamente, había unas gotas de sangre apenas visibles, pues el agua las disipó con rapidez. Se puso recta con la ayuda de Mekeril, pero no sintió ningún tipo de dolor, incluso metió la mano para asesorarse, y fue su error. Le salió un poco manchada. ―Yo… ―Tengo que llamar a la doctora. ―La tomó en brazos―. No, no te muevas de la cama. ―La señaló. Nahara lo observó impresionada. Ese hombre jamás perdía el control ni se dejaba llevar por una situación y ahora actuaba como un loco en ese momento. ―Yo te buscaré la ropa. ―Corrió al clóset. ―Mekeril, estoy bien. No me siento dolorida y… ―¡He dicho que te quedes en la cama! ―Perdió los estribos. Estaba asustado. Si por su culpa ella perdía al bebé, no se lo perdonaría nunca―. Por favor, solo siéntate. Te ayudaré en