La intempestiva salida de Miranda lo había dejado con la palabra en la boca y los pensamientos tan enredados como antes de ir a verla. Ni siquiera pudo comentarle sobre la peculiar pareja que había seguido hasta la casa del tipo del aura azul, ni del cetro que examinó la chica clarividente. Estaban pasando cosas muy raras y no podía ser coincidencia, algo se estaba cocinando y necesitaba saber dónde y quién revolvía el caldero.
Se sentó frente a su laptop y conectó el Skype para llamar a Miranda, con la intención de terminar de ponerla al día con los acontecimientos, porque podían ser piezas de un rompecabezas mayor y no quería que le faltaran datos a la hora de investigar en la biblioteca Akásica. Empezó a sonar la llamada y vio el rostro de su amiga con el cabello anudado en un moño sobre la coronilla y los anteojos en equilibrio en la punta de la nariz. Se había cambiado el vestido n***o y llevaba puesta una enorme camiseta con el número 44 en el frente. Su dosis de cafeína estaba servida en una taza Haviland con la parte superior y el asa bañadas en oro. Definitivamente, era una mujer de contrastes.
—A ver, mi ángel, ¿ya te hago falta? Pensé que tardarías un poco más en clamar por mi hermoso rostro—dijo mientras tomaba un sorbo de su taza de café y se subía los anteojos con la punta del dedo—. Aún no tengo nada que contarte de tu piel de becerro.
—No te llamo por eso, es que te fuiste sin que pudiera decirte un par de cosas que no sé si tendrán que ver con el pergamino.
—Lo siento, cariño, me dejé llevar por las emociones, el sobrecito n***o me subió la adrenalina como hace mucho nada lo hacía. ¡Me estoy divirtiendo de lo lindo investigando su procedencia!
—Pues, te va a gustar lo que tengo que contarte. Estaba dando un paseo para combatir el aburrimiento y llegué hasta la esquina de la calle Ring con Boyslton, donde me detuve a fumar un cigarrillo.
—¿Sigues con ese vicio? ¿No crees que podías centrarte de otra manera, cariño? Te estás humanizando más de la cuenta.
—¡Y me lo dice una diosa retirada que toma café en una taza de burdel de lujo del siglo XVIII y viste una camiseta de fútbol americano con un 44 sobre el pecho!
—No sigas por ese camino, mi ángel, o vas a cabrearme antes de tiempo. Si las tuvieras expuestas, te quemaba tus preciosas alas—. Miranda se cruzó de brazos y empezó a jugar con un mechón de cabello rojizo enroscándolo entre los dedos, visiblemente enojada.
—Tú empezaste, mi cigarrillo no es mucho peor que tu café—. Cameron se acomodó en la silla giratoria del escritorio y miró por sobre su hombro al lugar donde hubieran estado sus alas. Miranda siempre disparaba a matar.
—Como te decía antes de que me regañaras, mientras disfrutaba de mi mundano y poco elevado vicio, me llamó la atención una pareja del otro lado de la calle, porque los dos tenían auras muy raras. La de él era de un tono azul que variaba de intensidad de oscuro a claro y la de ella dorada, de casi dos metros de diámetro, algo fuera de este mundo, literalmente hablando.
—Los humanos no tienen auras doradas de dos metros, querido. ¿Estás seguro de que es mortal?
—Cien por ciento, la olí y no había ni rastro de aromas de otros niveles. Nunca ha salido de este plano, al menos no con su cuerpo actual—. Cameron se había echado hacia atrás en la silla reclinable y subido los pies para estar más cómodo. Iba descalzo, aunque todavía vestía sus jeans y la camiseta de cuello en «V».
—¿Y el tipo me dices que tenía un aura fluctuante? Eso tampoco es muy normal, puede ser que este no sea su campo de acción natural, que se encuentre fuera de su elemento. Así como cuando tú no logras materializarte del todo y pareces un televisor de los setenta o el holograma de la Princesa Leia que R2-D2 proyectaba a medias en El Despertar de la Fuerza.
Cameron hizo caso omiso del comentario venenoso de Miranda, porque no pensaba distraerse en jueguitos que no aportaban a la investigación del caso. Además, él podía materializarse perfectamente cuando no estaba alterado.
—Y eso no es todo —continuó ante la sorpresa de Miranda, que no podía creer que no se diera por aludido—. Tiene una armadura que también fluctúa, aparece y desaparece cuando le cambia el ánimo. Pero juro que no es demoníaca, las he visto todas y ésta es etérica, me atrevo a pensar que angélica. Primero creí que era un caído, pero no tiene alas, nunca las desplegó y tampoco pude percibirlas. Si es un ángel, no sé de qué tipo.
—Interesante…Puede que sea un dios de algún panteón venido a menos, habrá que investigar un poco entre los que no conocemos a fondo. Me daré una vuelta por los Akásicos a ver qué encuentro.
—Y falta la cereza del pastel —dijo él con una sonrisa de oreja a oreja—. La chica puede verla.
—¿¡Qué dices!? —Miranda saltó con tanto ímpetu que se materializó en casa de Cameron y quedó sentada sobre el escritorio, justo al lado de sus pies.
—Vaya, capté tu atención, estás de vuelta.
—Déjame ver si he entendido bien, ¿la chica le ve la armadura al tipo este?
—Sí y también el cambio de color del aura. Creo que es una profitis.
Miranda se llevó la mano a la cabeza, con expresión desconcertada. Se veía realmente graciosa en medio de su apartamento, con una camiseta enorme que dejaba ver sus piernas desde la mitad de los muslos hacia abajo, como si vistiera una tienda de campaña encogida. Cuando se fijó en sus pies, no pudo contener una carcajada al descubrir unas medias acolchadas de algodón a rayas que parecían la bandera del orgullo gay.
—¡Ahora sí que vas a quemarme las alas! – dijo sin parar de reír―. ¡Has perdido la gracia por completo! ¡Ya casi luces como una cuarentona sin marido! —. Le faltaba el aire de tanto reírse y casi se cae para atrás con todo y silla giratoria mientras señalaba entre carcajadas las medias de su amiga.
Miranda levantó el dedo en señal de advertencia, entorno al que empezaron a girar chispas y pequeños rayos, en franca amenaza de lo que venía. Cameron le hizo señas de que no lo hiciera y trató de recobrar la compostura antes de que le lanzara una descarga.
—Lo siento, de veras, no te había visto en estas fachas jamás. ¿Dónde dejaste tu peplo?
—Me parece que no aprecias tu cuerpo, cariño. No puedo destruirlo, pero si joderlo un poco y ver cómo te regeneras una y otra vez hasta que me sienta compensada por tu ofensa.
Miranda tenía los brazos cruzados sobre el 44 y lo miraba con enojo, al tiempo que tamborileaba con uno de sus pies envueltos en las medias felpudas multicolor. Cameron se levantó de su silla y caminó hacia ella con las manos en posición de súplica.
—Te pido disculpas, no debí reírme de tus medias, son muy…originales, en verdad. —dijo haciendo grandes esfuerzos por no volver a reírse y enfurecerla más de lo que estaba.
—No pareces arrepentido, pero tampoco me apetece chamuscarte en estos momentos. Mira, creo que en vez de divertirte a mis costillas deberías darles una vuelta a esos dos especímenes y averiguar quiénes son, de donde salieron y si traman algo.
—Ella no trama nada, me parece que el tipo la está utilizando y que sabe bien de sus poderes, aunque dudo que se haya enterado de que le ve el aura y la armadura. La necesita para algo, aparte de traducirle el griego.
—¿Habla griego?
—Fluidamente, antiguo, además. Sólo no pudo traducir un par de signos que yo tampoco conocía. Y otra cosa, tiene un guardián a******o que la sigue a todas partes.
—¡Por los dioses que ya no existen! —saltó Miranda y se sentó de golpe en la butaca de cuero n***o.
—Incluyéndote, supongo.
—Yo existo, querido, por si no te has dado cuenta ¡Y deja ya de burlarte de mí!
Con mirada furibunda, Miranda abanicó ambas manos frente a su cara y transmutó su indumentaria a un impresionante kaftan verde musgo, bordado con hilos de oro y pedrería, que ceñía con un fajón a juego bajo el pecho. Las medias de arcoíris fueron reemplazadas por sandalias doradas y su cabello lucía perfectamente peinado con una trenza que rodeaba su cabeza, rematada en un moño bajo la nuca.
—¿Te parece mejor mi aspecto o prefieres un kitón?
—No era necesario que te cambiaras, estabas muy linda con tu pijama de universitaria.
—Explica lo del guardián—dijo ella con cara de pocos amigos.
—Se mantiene fuera del aura de la chica, tiene palidez de muerto, cabello largo hasta media espalda con dos trenzas al frente. Lleva una túnica blanca, ceñida con un cinturón de seda brocada y una espada dentro de una funda de metal. No es un ánima, porque no me ve.
—Si no entra en su campo áurico, puede ser que su vibración sea muy alta para él. Me desconcierta que no pueda verte, eso complica las cosas—. Miranda caminaba en círculos con los brazos cruzados sobre el pecho, en actitud pensativa—. Debemos averiguar quién es esta chica. Tienes que seguirla.
—Asumo que, en forma incorpórea, porque no tengo manera de acercarme físicamente, ni siquiera me conoce.
—Ponte creativo, mi ángel. Arréglale la casa, cambia un neumático de su auto, lo que sea, pero entra en contacto con ella.
—No veo por qué no hacerlo sin que me vea, sería más práctico.
—Para que hables con ella, precioso, para que la sonsaques y te diga cosas.
—Leo la mente, Miranda.
—Sólo cuando piensan, no extraes pensamientos, así que necesito que la hagas hablar de lo que nos interesa.
—Me la estás poniendo difícil, no me gusta el contacto con los humanos, soy torpe en eso.
Cameron la miró con cara de pocos amigos y pensó si no querría fastidiarlo por burlarse de ella. Miranda siempre había sido vengativa.
—Cariño, que esa mujer te vea es una de tus mejores armas. Ya sé que no eres consciente de que eres un tipo guapo, pero créeme, tienes lo que se necesita para que no se resista a hablarte y hacerse tu amiga. Lo malo es que vas a saber todo lo que le gustaría hacerte y puede que no te agrade mucho, pero de ninguna manera debes marcharte ni poner cara de asco. ¡Te lo advierto!
Cameron se sentó en el sillón n***o y colocó la cabeza entre las manos, con los codos apoyados sobre las rodillas. ¡Ahora sí lo había jodido, esto era peor que chamuscarle las alas! Jamás había tenido habilidades sexuales, era andrógino a pesar de su apariencia masculina y las mujeres le gustaban igual que el helado o las galletas, porque olían bien, pero hasta ahí llegaba la cosa.
—Sabes que no tengo sensaciones eróticas, Miranda, no puedo seducir a nadie, no sé cómo. Además, esta chica está enredada con el tipo del aura intermitente, se cogen como conejos.
—No tienes que tener sexo con ella, sólo que se interese en ti lo suficiente para que suelte la lengua. Hazte su amigo, gánate su confianza y sacude al c***o lejos para que no te estorbe. En cuanto al otro tipo, puede que no sea sencillo manejarlo, sobre todo si me dices que tienen una relación y no sabemos qué tipo de entidad es.
—Una mala. Sigo pensando que es un caído.
—También puede ser un nefilim[1] en esteroides, no lo descartes.
—De cualquier manera, su energía es oscura, aunque tenga el aura azul. Esa armadura no es para tomarla a la ligera, necesito que averigües por mí de qué clase es y qué facultades tiene, en caso de que me toque enfrentarlo.
Cameron se puso de pie y caminó hacia Miranda. Cuando la tuvo a un paso, le agarró el moño que sujetaba su rebelde cabellera sobre la nuca y tiró del broche para soltarlo. Siguió con la trenza que le rodeaba la cabeza y metió sus grandes dedos en ella para deshacerla, con rostro impasible. Miranda tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abrir la boca como idiota y mostrar su asombro ante el inesperado gesto de su amigo. Nada mal para un andrógino, el tipo tenía un talento natural para la seducción y no se había dado cuenta. Siglos siguiendo reglas lo habían castrado emocionalmente, pero, a pesar de todo, ahí estaba la llama, escondida en lo más recóndito de su dolorido y maltrecho corazón de guardián en el destierro.
—Lamento haberte hecho sentir mal, Miranda. —dijo con su voz grave y melódica en un griego impecable—. No debí reírme de tus medias y, la verdad, no me gusta tu pelo con ese moño de diosa vieja, ya lo llevaste así por varios milenios. Creo que la liberación te sienta bien y, aunque el kaftan es realmente hermoso, la camiseta del 44 se ve más cómoda.
Antes que Miranda se diera cuenta, Cameron le devolvió el atuendo con el que había llegado a su apartamento, sin siquiera hacer un gesto.
Veía bastante mal a la del aura gigante, iba a cantar como una soprano todo lo que sabía.
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[1] En idioma hebreo “Néfilim”, en plural, que viene de nafál: "caer", y de ahí “los caídos” o “los que hacen caer". Según el Génesis serían los descendientes de los «hijos de Dios» (ángeles) y las «hijas de los hombres» que vivían antes del diluvio (Génesis 6:4).