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Resultó ser qué la isla no era privada como yo lo había creído, aunque claramente Arthur tenía la posibilidad de comprar una, pero claro, no el tiempo para visitarla. Aquella isla, apesar de no ser de Arthur, vaya qué era en cierta forma exclusiva y es que había yates por doquier, por supuesto, no como el que nosotros llevábamos, pero era sencillo imaginar cuanto poder tenían las personas que visitaban ese sitio. Arthur se negó a llevar su silla de ruedas justificando qué sé sentía bastante bien como para poder caminar, así que cuando pudimos bajar al puerto, él bajo por su propio pie, aunque con ayuda de ese elegante bastón. Había grandes hoteles de renombre, tiendas dignas de la realeza y autos lujosos por doquier, además de mujeres semidesnudas caminando por las calles sin ningún tip