Giovanna corrió a su habitación, entró agitada. —Te traje el agua que necesitas, ¿estás bien? —preguntó a Lulú. La pequeña asintió, bebió del vaso, como si hubiera estado en el desierto, claro nunca había comido tantos dulces como aquella noche. —Sí, solo tenía sed. ¿Qué te pasa? —Parece que Rodrigo está enfermo, ¿te puedes quedar sola un momento? —Ya soy grande, no soy una bebé, claro que puedo dormir sola —recalcó y luego sus tiernos ojos se enfocaron en los de su mamá. —¿Se va a morir? —preguntó con la voz temblorosa. —No, claro que no, creo que se resfrió, voy a atenderlo. —Cuídalo, yo no quiero que se vaya a morir, él prometió cuidarme siempre, y si algo le pasa, la hermana superiora me encerrará de nuevo en el convento. —Los ojos de Lulú se llenaron de lágrimas—, él es el