En el vehículo Giovanna intentaba zafarse del agarre de Rodrigo, claro no podía hacer mucho, debía comportarse como una religiosa, y no como la mujer llena de ira que estaba a segundos de estallar como un volcán en erupción. —Pero ¿cómo se atreve? ¿Se ha vuelto loco? —rebatía Giovanna, lo observaba casi aniquilándolo con los ojos. —Santa Caridad —susurró él—, deje de restregarse de esa forma, caso contrario, perderé la poca cordura que me queda —murmuró cerca del oído de ella—, y volveré a besarla…, y eso sería solo el comienzo —expresó con la voz ronca. Giovanna abrió sus ojos, sorprendida, sus mejillas se volvieron carmín, sintió como si un fuerte corrientazo la golpeara, recordó el beso, su piel de forma involuntaria se estremeció. —¡No sea atrevido! ¿Qué va a pensar el señor de