Barcelona, España. Mabel había quedado tan impresionada con lo que contó su madre, que no se había dado cuenta de que uno de sus aretes de finas esmeraldas que le regaló Aldo se le había caído. Lo notó cuando se miró al espejo, retocando su maquillaje. —¡No puede ser! —exclamó, empezó a buscar, de pronto miró algo brillante debajo de la parte de frente de su escritorio, se agachó. En ese momento Tommy abrió la puerta, sus pupilas se dilataron sin poder evitarlo, al ver esas finas bragas, esos redondos glúteos blancos. Mabel no se dio cuenta del espectáculo que estaba dando. Tommy se quedó sin aliento, y luego reaccionó, ella era prohibida para él, sacudió la cabeza. —Buenas tardes. Mabel al escuchar la voz de él, y por el apuro de salir, se golpeó la cabeza con el escritori