—No hay nada imposible para un Arismendi —enfatizó, torció una sonrisa, arqueó una ceja. Majo, sonrió, suspiró, se inclinó a la misma altura de Lulú, la abrazó fuerte. La niña se quedó estática, no estaba acostumbrada a las muestras de cariño. —¿Quién eres? —preguntó, y se reflejó en la mirada de Majo. —Yo soy tu abuela. Lulú se rascó la cabeza. —¿Cómo la del cuento de la caperucita? —indagó, observó con atención a Majo—, pero no tienes el cabello blanco, ni arrugas, ni eres vieja. Majo soltó una carcajada. —Yo soy una abuela joven y bella, y estoy muy feliz de conocerte. ¿Te llamas Lourdes? Lulú negó. —Soy, María de Lourdes. —Vaya, qué coincidencia, en nuestra familia casi todas las mujeres tenemos el nombre de María, es que mis abuelos son muy devotos de la virgen, bu