Rodrigo escuchó los alaridos de la religiosa, miró como el conserje y el jardinero se acercaban a ellos con prisa, el uno tenía en sus manos una pala, y el otro un rastrillo. —¡Montoneros! —gruñó—, no saben con quién se están metiendo. Miró, hacia todos lados, era riesgoso enviar a Lulú sola a la calle, podía tener un accidente. —Tenemos que escapar —propuso Lulú. —Sí, lo sé, pero no pienso soltarte la mano. Lulú, al igual que su papá, miró por todo lado, se mordió el labio inferior, pensativa, miró la arena que había en la construcción, ambos pensaron en lo mismo. Rodrigo se inclinó. —Vigila que no se acerquen —propuso. Lulú asintió, Rodrigo agarró la arena en sus puños. —¡Están cerca! Cuando los dos hombres se aproximaron, Rodrigo les lanzó tierra a los ojos. Los emp