Año 35 – Grecia.
―Ella va a volver, Ptolomeo, ten por seguro que es así ―afirmó Rodhon ante mis dudas.
―Quiero verla, sé que ella me amará como yo la amo a ella.
―Así será, amigo mío, así será ―confirmó para mi satisfacción.
―¿No sabes dónde está ahora?
―Vendrá muy, muy pronto. Ella está esperando por ti.
Yo me conformé con aquellas palabras, ella sería mía como tanto había anhelado, nada ni nadie nos podría separar, mi hermano no había vuelto. Y ya no volvería. O por lo menos eso esperaba.
En aquel tiempo era dueño de muchas hectáreas de tierra, casi un pueblo completo, donde las personas eran mis súbditos. Pero aun así, no tenía el poderío que ostentaba mi querido pueblo, Egipto. Incluso, estaba desapareciendo, a pesar de que seguía existiendo como nación, no poseía el dominio que merecía. Y eso me molestaba. Pero no podía hacer nada.
Una tarde cualquiera, mientras paseaba con mi fiel asistente por las praderas, vi una joven de hermosa apariencia. Rithana. Espigaba junto a otras esclavas. Su piel, morena por el sol, no le quitaba su belleza, mas no lucía el esplendor de otrora, de su otra vida. De su verdadera vida.
Mandé llamar al capataz de las esclavas, precisaba saber el nombre de esa muchacha.
―Su nombre es Noemí, señor, llegó no hace mucho a trabajar con nosotros, debimos obligarla, sus padres son nuestros esclavos y ella debía seguir ese rumbo, pero la ocultaron de nuestros ojos, señor, por eso no la había visto antes ―me informó.
―Llámala, requiero de su presencia en mi casa esta tarde, muy bien arreglada y preparada para mí.
―Sí, señor, enviaré a los eunucos a prepararla para darle la satisfacción que necesita.
―No la quiero como mi concubina, la tomaré como esposa ―repuse molesto, no quería que nadie la tratara como una cualquiera.
―Lo siento, señor, pero ella es solo una esclava.
―Eso a ti no te importa ―repliqué―. Si yo digo que será mi esposa, es porque así será y de ese modo debe ser tratada.
―Está bien, señor.
Me retiré de allí, también me prepararía para recibirla, ella debía quedar prendada de mí, aunque si no lo hacía, buscaría la forma de obligarla a quedarse conmigo. Era de vital importancia tener ese hijo pronto, antes de que mi país cayera en la ruina total, eso no lo podía consentir. Todo estaba tan reciente, que anhelaba hacer de mi país lo que era antes. Mi madre se había sacrificado por mantener el honor de nuestro pueblo y estaba muerta. Lo único que quería era vengarla a ella y vengar a mi pueblo. Y Rithana era el camino para lograrlo. Juntos seríamos los líderes de nuestro pueblo y del mundo.
A las cuatro en punto llegó, hermosa como nunca, como en sus mejores días de princesa en Egipto. No obstante, parecía tímida, también un poco nerviosa y asustada, pero ya se lo quitaría, haría que ella confiara en mí, era necesario para nuestro propósito.
―Hola, Noemí, ¿cómo te sientes? ―saludé y le indiqué un asiento para que se sentara.
―Señor… ―Se sentó, me miró un breve instante y bajó la vista. Era deliciosa.
―Noemí, mírame ―Me arrodillé ante ella para poder contemplarla.
―Señor… ―Levantó la vista y posó sus hermosos ojos marrones sobre los míos, buscaba reconocerme.
―Noemí, querida, no temas, no te haré daño, no quiero lastimarte.
―Yo estoy comprometida, señor, mis padres ya habían dado su autorización para casarme con Terión, del pueblo vecino, señor.
―No puedes casarte con nadie más que no sea conmigo, yo debo ser tu esposo.
―Señor, usted puede tener las mujeres que quiera a su disposición y todas ellas muy dispuestas a amarlo, señor, pero Terión solo me tiene a mí y yo a él, por favor, le suplico que no haga algo que…
―Noemí, tú debes ser mía, tú debes ser mi esposa, la madre de mis hijos, ninguna otra mujer podrá ocupar jamás tu lugar a mi lado, tú eres la mujer que he esperado.
―Señor, por favor…
―¿Estás enamorada de Terión?
―Él es el hombre con quien debo casarme. Claro que lo amo.
―¿Y él te ama como tú lo amas a él?
―Estoy segura de que sí, Terión es un hombre maravilloso, según él, ha esperado mucho tiempo por mí. ―Sonrió con un brillo especial en la mirada, sí, estaba enamorada.
Me levanté furioso, aunque no lo exteriorizaría con ella, Noemí no debía temer mi presencia, le di la espalda por un minuto, luego me giré para mirarla, ella se observaba las manos que, nerviosa, se sobaba entre sí.
―¡Rodhon! ―llamé a mi fiel criado.
―Ptolomeo, tú dirás ―contestó mi hombre de confianza al entrar al salón.
―Necesito de un hombre, su nombre es Terión, es del pueblo vecino, el prometido de la dama aquí presente. Habla con sus padres, con amigos, con quien sea, pero exijo su presencia aquí sin tardanza.
―¡Señor! ―intervino la muchacha, yo la miré, no era bien visto que una mujer hablara a un hombre sin la autorización de éste. Y yo no le había dado autorización a hablar. Ella apartó su mirada avergonzada, su respiración era agitada.
―¿Qué quieres? ―pregunté algo alterado.
―Señor… ―Me regaló una mirada cargada de culpa―. No lo lastime, por favor, yo estoy dispuesta a casarme con usted o a hacer lo que usted quiera, pero a él no le haga daño.
―¿Tanto lo amas? ―Me agaché frente a ella, busqué en sus ojos algo de amor o reconocimiento hacia mí, no podía amar a otro, era imposible.
―Con toda mi alma, señor, incluso, siento, señor, que lo conozco desde siempre, desde antes de nacer.
“¡Alejandro!”, exclamé en mi mente. No podía ser cierto, no, él no debía aparecer. Nunca más debería aparecer en nuestras vidas, él se había marchado para no volver.
Caminé despacio hacia el salón contiguo. ¿Cómo era posible que él apareciera y encontrara a Rithana antes que yo? ¿Por qué ella tenía que enamorarse de ese idiota, otra vez? Lo más seguro era que él hubiera usado alguno de sus nuevos poderes para hacerlo. El problema era que yo no sabía qué poderes tenía él ni lo que haría con ellos.
Y Rithana, enamorada hasta el tuétano de él, tanto, que hasta se hubiera entregado a mis órdenes con tal de salvarle la vida. Si supiera que a él no le podía hacer daño…
Regresé con ella. Tenía un plan para hacer que él desistiera de estar con ella, para que la dejara en paz, conmigo, como debía ser.
―Noemí, escucha. ―La levanté de la silla con suavidad, tomándola de los hombros―. Quiero que cuando venga ese hombre, le digas que ya no quieres casarte con él, que tú me amas a mí.
―¿Quiere que le mienta?
―Llámalo como quieras, pero él debe saber que tú y yo estaremos juntos, porque es lo que corresponde.
―Pero él…
―Pero él nada, tú debes ser la mujer que esté a mi lado, reinaremos juntos, Noemí, un mundo nuevo se abrirá ante nosotros y todo el poder será nuestro. ¿Qué te puede proporcionar Terión a diferencia de lo que te puedo ofrecer yo?
―Nosotros nos amamos, señor ―repuso con mirada de cordero que va al degüello.
―¿Y crees que eso basta, Noemí? ―objeté―. ¿Cuánto durará el amor si tendrás que trabajar toda tu vida de esclava, recogiendo espigas, ya no en mis terrenos, sino buscando en otro sitio donde te dejen trabajar? ¿Y crees que él podrá encontrar otro empleo? ¿De qué van a vivir?
―Señor, yo ya le dije, estoy dispuesta a casarme con usted, a obedecer sus órdenes, a entregar mi vida a cambio que no le haga daño a Terión, no lo merece. Como tampoco merece que le mienta diciéndole que lo amo a usted, señor, él no lo merece.
―¿Y qué le quieres decir, entonces?
―Señor, que prefiero llevar una vida cómoda y usted está poniendo el mundo a mis pies, señor, que prefiero vivir en este castillo a vivir en una choza, que ya no quiero ser más pobre ni trabajar espigando los campos, señor. Prefiero que crea que soy una interesada, así me olvidará más rápido, estoy segura de eso, señor.
―Bien, lo que sea, dile lo que sea, pero no lo quiero volver a ver cerca de ti, ¿está claro?
―Sí, señor ―agachó la cabeza.
Pasadas las seis de la tarde apareció “Terión”, efectivamente, era mi hermano Alejandro. Nos miramos con animosidad, él no tenía idea a qué iba a la casa del amo del pueblo. Pero al verme, se dio cuenta de inmediato de toda la situación.
―¿Dónde está Noemí? ―preguntó nada más verme.
―Hola, hermano, tanto tiempo que no te veía, ¿cómo has estado? ¿Qué es de tu vida? ―me burle―. Ella está conmigo ahora.
―¡Mientes! ―exclamó malhumorado.
―¿Eso crees? ―pregunté con sorna―. ¿Quieres que te lo diga personalmente? Podría llamarla y hacer que te lo diga.
―No te creo, pero no la expondré a ella a decir una mentira por tu culpa.
―¿Por mi culpa, hermanito? Por tu culpa será.
―Ella estaba destinada a ser mi esposa, Ptolomeo, tú quisiste arrebatarla de mi vida, pero ella siempre me ha amado a mí. Siempre. Y eso tú no lo aceptas. En cuanto me vio, me reconoció. ¿Hizo lo mismo contigo? Ella solo se confundió en Egipto. Nunca ha estado enamorada de ti.
Yo lo miré con ganas de asesinarlo. Aunque era cierto lo que decía; a mí no me reconoció, no hubo nada, ella haría lo que le pidiera con tal de que no destruyera al amor de su vida. Nada más.
¡Maldita mujer! Debió enamorarse de mí, no de mi hermano. Ahora eso ya no importaba, estaba seguro de que al estar conmigo y tener a nuestro hijo, ella se prendaría de mí, yo haría que ella se enamorara como lo había hecho en Egipto, ella murió en mis brazos confesando su amor por mí. No podía ser un error ni una confusión. Yo estaba seguro de que me amaría otra vez. Si lo hizo en su otra vida, lo haría de nuevo.