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Extraño amor, libro 2

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Mi historia con Rithana se remonta a dos mil años atrás, en el antiguo Egipto, a la noche maldita en la que a mi hermano y a mí nos dieron la inmortalidad. Allí ocurrió la primera muerte de Rithana. Después, cada siglo, siguió con más dolor, mi hermano y yo disputábamos una mujer que no sería de ninguno de los dos, pues en su última vida, mi hermano le hizo un hechizo para que ella ya no volviera.

Cuando la vi parada en mi oficina, no podía creerlo, mi Rithana había vuelto a mí, como también los celos, el miedo de perderla una vez más y las intrigas a nuestro alrededor.

Y cometí un error que pagaría muy caro…

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Prólogo y Capítulo 1
Me metí a la ducha molesto, una nueva secretaria llegaría a entrevistarse conmigo, según dijeron Adolfo y Verónica, era la chica ideal, la que calmaría mi ansiedad y la que, por fin, se quedaría trabajando conmigo. Sí, me advirtieron con ahínco que controlara mi carácter. Pero ya estaba harto de aquella vida miserable donde ya nada tenía sentido… Ni lo volvería a tener jamás. Mientras dejaba correr el agua por mi cuerpo, pensaba en cómo la recibiría, cómo sería esa chica tan especial y cómo sería su carácter, esperaba que pudiésemos llevarnos bien, al fin y al cabo, como habían dicho mis queridos amigos, ella era la última oportunidad de conseguir secretaria. Claro que no había empezado con buen pie nuestra “relación”. Me olvidé de la entrevista que estaba concertada para las cinco de la tarde y me fui al gimnasio. Eran las cinco y media y recién me había entrado a bañar, no podía recibirla en ropa deportiva y el sudor corriendo por mi cuerpo, supuse que eso sería mucho peor. Salí del baño secándome el pelo, no la miré de inmediato, la verdad era que ya había tenido demasiadas chicas que querían algo más conmigo y mojado no era un buen comienzo si resultaba igual que las otras, como Tamara, por ejemplo. Me senté en mi sillón y lo giré para darle la espalda, no quería encontrarme con otra de esas chicas que únicamente buscaban ligarse conmigo. Cuando sentí que mi cabello ya no goteaba, lancé la toalla a un mueble cercano y me volví a mirar a mi nueva secretaria. ―¡Oh, por Dios! ―exclamé al verla. Parada en medio de mi inmensa oficina, sola, pequeña, como una aparición… Rithana, mi primer y único amor, a la que creí jamás volver a ver, estaba allí en mi oficina. Detuve el tiempo… ********************** Capítulo 1 ********************** Todo empezó hace dos mil años en Egipto… Nuestro país estaba a punto de cambiar. Y no, precisamente, para mejor. Al contrario, ya había perdido su poderío y gran parte de la gloria que lo caracterizaba. Estábamos perdidos. Egipto estaba a punto de desaparecer. Un ejército enemigo estaba tras nosotros, querían adueñarse de nuestro país para agregarlo a sus conquistas, sin embargo, teníamos confianza, habíamos salido de peores situaciones, habíamos combatidos contra otros dioses; nuestros antiguos faraones, dioses encarnados, habían superado maldiciones de otros pueblos que quisieron elevarse sobre ellos; habían sabido salir airosos de grandes hambrunas, sostuvieron, incluso, a otros países con nuestras reservas; habían luchado con muchos guerreros que querían hundir a nuestra r**a. Nunca lo habían logrado. Siempre supimos salir adelante a pesar de la adversidad. Y aquella vez no sería la excepción. Superaríamos ese escollo. Nuestro hermano, Cesarión, había muerto a manos de los romanos que querían dominar nuestro pueblo. Aunque muchos culpan a Rodhon de su muerte y de haberlo traicionado, en realidad quien quería traicionarnos era mi hermano. Él tenía planes para pertenecer a la élite romana a cambio de entregar su familia a Octavio, quien quería tener a mi madre como esclava y exhibirla públicamente en sus fiestas. Aquello no lo podíamos permitir. Yo quería dar la batalla. Pero mi madre no me lo permitió. Ella ordenó que se nos llevara lejos de Egipto, donde nadie pudiera encontrarnos. ―Rodhon, por favor, cuídalos y dales lo que tienes ―solicitó mi madre, Cleopatra VII, una noche poco antes del ataque del ejército enemigo. ―Sabe que los cuidaré con mi vida, no tema por ellos ―respondió nuestro fiel sirviente. ―Ellos deben cumplir su propósito, por favor, Egipto debe volver a su gloria natural y uno de mis hijos, Alejandro o Ptolomeo, será el que traiga al mundo de nuevo a nuestro poderío. ―Lo sé, Cleopatra, ellos harán lo que tienen que hacer. ―Gracias. ―Mi madre dejó caer un par de lágrimas cuando nos besó a mi hermano y a mí―. Obedezcan a Rodhon, él los guiará a lo que ustedes deben hacer, cuídense y sean felices. Aunque apenas teníamos unos quince años, nuestro propósito debía ser cumplido y yo lo haría, aunque mi hermano Alejandro era el mayor, se creía demasiado perfecto y era excesivamente engreído y orgulloso para ser un gran faraón. Partimos en la madrugada, casi al amanecer. Íbamos cinco: mi hermano, Alejandro; Rodhon, nuestro fiel sirviente; Khala, nuestra nodriza y esposa de Rodhon y Rithana, la hija del hermano de mi padre, prometida de Alejandro, la que estaba predestinada a ser la madre del hijo que salvaría Egipto… y mi único amor. Al día siguiente, caminamos por muchas horas y poco antes del atardecer, nos detuvimos y armamos la carpa que nos cobijaría de la inclemencia del clima. En ese momento hacía calor, pero muy pronto comenzaría el viento y el frío nocturno. Aquella noche hubo tormenta de arena, estábamos todos en el interior de la carpa que parecía volarse con el viento. Rithana tenía miedo, no le gustaba el viento, cuando era pequeña, en una feroz tormenta, su madre fue muerta al ser lanzada por los aires, fue encontrada muchos días después en unas dunas. Ella estaba presente y también fue arrojada lejos, aunque ella corrió con mejor suerte, quedó protegida entre unas rocas, lo que le salvó la vida. Quería abrazarla, protegerla, pero mi hermano tenía ese derecho. Ya hubiese querido yo ocupar su lugar. Se suponía que ellos deberían cumplir la profecía. “El heredero del trono, una virgen poseerá, hija de la diosa Astarté, el reino tomará, su hijo sacrificará y el poder otorgará, vida eterna y poderío suyo será” Rithana era la hija de Astarté que, con su hijo, cumpliría la profecía. Y yo quería ser el padre de ese hijo, estaba seguro de que nadie la amaría como yo, por mucho que mi hermano quisiera ser la pareja perfecta, él jamás sentiría lo que yo sentía por ella, ya me lo había confesado, a él lo único que le importaba de Rithana era el hijo que tendría con ella. Incluso, eso era casi irrelevante para él. Si no fuera porque de esa manera se aseguraba el trono de Egipto, ni siquiera miraría a Rithana. En cambio yo la amaba, no me importaba no tener ese hijo ni el poder si estaba con ella. Cuando el viento cesó, salimos, a la luz de la luna llena. Aquella noche, Rodhon nos convertiría en inmortales como él, para asegurarse, de ese modo, que pudiéramos cumplir con las profecías. No solo esa, sino las otras, la forma de hacer de Egipto una nueva potencia mundial. Una vez convertidos, Rodhon quiso hacer lo mismo con Rithana, pero mi hermano no lo dejaría, ella debía tener ese hijo antes de ser inmortal, como nosotros. Se lanzó sobre él, no permitiría aquella aberración, una vez que el niño naciera, podía ser convertida, no antes, según Alejandro. Me lancé sobre Alejandro y nos enfrascamos en una pelea colosal. Al ser ambos inmortales y perfectos, la lucha era fuerte, le rompía los huesos, pero eran regenerados casi al instante, él me daba golpes mortales, pero no me hacía daño, mis heridas se curaban al momento. Rodhon intentaba detenernos, pero a él tampoco le iba mejor, ninguno de los dos cedería, yo no quería que Rithana se muriera y Alejandro no quería que ella se convirtiera. Cuando herí a mi hermano y le rompí huesos y gran parte de su rostro, dejé que Rodhon me apartara de él. ―¡Basta ya, Alejandro! ¿Hasta cuándo seguirás con esta estupidez? Tu madre me pidió explícitamente que los cuidara y ¿qué haces con el don que te acabo de entregar? Debes dejar que Rithana se convierta como ustedes, sino, será demasiado vulnerable ante el ejército enemigo. ―¡Jamás dejaré que se convierta! ―gritó con altanería―. Por lo menos no, hasta tener el hijo que debe venir de su vientre. ―La profecía puede esperar, ni siquiera sabemos si es por ella… ―Ella es hija de Astarté, ¿por quién más podría venir? ―No sabemos, Alejandro, no lo sabemos, pero ella no puede quedar desprotegida, lo mismo Khala, ¿o también me vas a prohibir que la convierta a ella? ―Rithana será primero mi esposa y la madre de mi hijo antes de que sea convertida en inmortal. Rodhon lo miró con decepción, pero a él no le importaba nada de lo que pudiéramos decirle. Se acercó a Rithana que estaba aterrada junto a Khala. Ambas estaban abrazadas, esperaban el desenlace de tamaña pelea. ―Rithana, cariño, no quiero que pienses que no te amo o algo parecido, te amo mucho más de lo que puedas imaginar, por lo mismo, te pido que seas mi esposa, reinemos juntos en la nueva era que viene para la gloria de Egipto ―suplicó arrodillado frente a ella. ―Alejandro… ―dudó ella―. Tengo miedo… No me gusta esto. ―Tranquila, cariño mío, no te preocupes por nada, todo estará bien. ―Los de Roma se acercan cada vez más y no quiero ser esclava de ellos. ―Jamás permitiré que seas una simple esclava, nunca, ¿me entiendes? Ella asintió con la cabeza, tenía miedo, se le notaba en la mirada. Yo quería acercarme, convertirla, sacarla de ese lugar donde corría peligro su integridad y su vida si no era convertida en inmortal como nosotros. Ella, por primera vez aquella noche, clavó sus ojos en los míos. Yo amaba a esa mujer más que a nada en el mundo. La quería conmigo. No me importaba el hijo que se suponía vendría por ella. Lo único que anhelaba era estar con ella para siempre. Cosa que, estaba seguro, mi hermano no quería. Alejandro giró la cabeza para mirarme. Había odio en su mirada. No entendía por qué. Nuestra madre nos había criado con igual amor y si alguien había hecho diferencia entre nosotros, esa había sido Khala, que siempre le había dado el favor a él, era su consentido, aun así, a mí no me molestaba, él era mi hermano y no podía guardarle rencor. Pero en ese instante, al ver su mirada… Me di cuenta de que no pensaba igual. ―Cariño. ―Mi hermano le tomó la cara con poca suavidad a Rithana para obligarla a que lo mirara a él―. Escucha, nadie te hará daño, mientras estés conmigo, mientras tengamos un propósito… ―¿Y después de cumplir ese propósito? ―inquirí molesto. ―Tú no te metas, lo que yo haga con Rithana es asunto mío. ―No creo que sea de ese modo, ten en cuenta que esto afectará, no solo a nosotros, también a la humanidad, no puedes… ―¿No puedo? ―me interrumpió, se levantó y se paró frente a mí―. ¿Qué es lo que no puedo? ¿Hacer que Rithana me dé un hijo? ¿Convertirla en mi esposa? ¿Amarla? No contesté, no pude, imaginar a Rithana en brazos de mi hermano… Bajé la cabeza, no quería seguir oyéndolo. ―Vamos, Ptolomeo, ¿tú crees que no me he dado cuenta de que estás enamorado de ella? Yo levanté la cabeza de inmediato, eso era algo que a nadie le había contado. Jamás hubiese revelado una cosa así, esa mujer era la prometida de mi hermano. ―¿Quieres robarme a la que será mi mujer? ―Alejandro, no sabes lo que dices. ―¿No lo sé? ¿Estás seguro? ¿Acaso de verdad crees que no se te nota? ―Alejandro… Miré a Rithana que me miraba con los ojos muy abiertos, al parecer, ella no se esperaba aquella confesión, pero ya no podía negarlo más. Él la quería para utilizarla, en cambio yo… yo la amaba. Ella era todo para mí. ―Niégalo, niégalo delante de ella. ―Alejandro miró otra vez a su novia―. ¿Tú me vas a decir que no te habías dado cuenta? Acaso las flores, las cartitas de amor… ―Nunca le escribí cartas de amor ―rebatí de inmediato. ―Esas cartas de “amistad” entre los dos… ¿Ustedes creen que yo soy idiota? Niégalo, hermano, niega que estás enamorado de Rithana, sin importarte que sea mi prometida. Tragué saliva, no podía negarlo, no con ella mirándome como lo estaba haciendo.

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