Capítulo 2

1919 Words
IRIS Esto tiene que ser una maldita broma. Mis manos se tornan puños, arrugando el papel. Lanzo la pequeña bola de palabras sin sentido y traición en forma de petición judicial contra la pared. Mi visión se tiñe de rojo mientras desciendo por las escaleras del sótano. El corazón me golpea con fiereza, mi respiración se ha vuelto irregular y mi mente ha decidido desconectar mi lado racional. No tengo tiempo para vendar mis manos y protegerme de lesiones, ni siquiera pierdo tiempo en colocarme los guantes ni en encender la luz grande que ilumina todo el espacio, la claridad que entra de las escaleras es suficiente como para saber dónde tengo que golpear. Mis puños impactan sin descanso contra el saco n***o de boxeo que cuelga del centro de la estancia mientras mi mente se convierte en un torbellino de oscuridad de la que no sé cómo deshacerme. Era mi amiga, eran mis amigos. Confié en ellos y lo único que obtuve a cambio fueron mentiras, puñaladas que me dejaron sangrando y que tendré que curar sola, como siempre. Nunca me ha importado demasiado tener que luchar mis propias batallas, pero pensaba que estaba comenzando una nueva etapa en la que podría dejar las espadas de lado y deshacerme de la pesada armadura de metal. Estaba tan equivocada. Niego con un rápido movimiento cabeza, tratando de centrar mi energía en los golpes. Ni siquiera fue capaz de enfrentarme, no fue capaz de mirarme a los ojos y disparar la última bala, se limitó a ver cómo me marchaba, cómo desaparecía. Sus palabras siempre fueron claras, nunca dijo que me quisiera ni que estuviera dispuesto a hacerlo. Sin embargo, confié en que la química y compatibilidad que existía entre nosotros hiciese todo el trabajo. Por supuesto mi intención nunca fue encontrar la felicidad para toda la vida a su lado, ni siquiera estaba en mis planes encontrar a alguien con quien poder compartir algo ahora. Pero eso no es algo que elijas o planees porque el amor es como un robo a gran escala, cuando te quieres dar cuenta ya han entrado a tu casa y tu bien más preciado ha desaparecido. Hardy fue así, sin quererlo logró conectar conmigo de una forma más profunda de lo que ninguno de los dos estábamos dispuestos a aceptar. Logró despertar cosas en mí que había experimentado anteriormente, pero con él es —era— todo más intenso, más... real. Río mientras mis nudillos sangran. El líquido carmesí ha comenzado a correr por mis manos y gotear en el suelo. La humedad que amenazaba con abandonar mi ojos ya baña mis mejillas y las piernas comienzan a fallarme. Me aterra la idea de que mi vida sea todo una gran mentira. Es desgarradora la sensación de estar completamente sola luchando contra el mundo que trata de hacer hasta lo imposible por romper mi alma en tantos pedazos que me sea imposible mantenerme en pie. Mis rodillas se clavan en el suelo y el llanto se convierte en la banda sonora de la escena hasta que el dolor anestesió la decepción y el sueño me venció. —¿Iris? Escucho una voz lejana que trata de sacarme de este bucle autodestructivo en el que se han convertido mis sueños, pero no es lo suficientemente fuerte como para logralo. —¡Ve! —grita mi hermana. Penélope. Abro los ojos, desorientada. Me encuentro en el suelo del sótano en posición fetal. La luz del amanecer ya ilumina todo a mi alrededor: las estanterías con todas las herramientas que nunca uso y material de entrenamiento, la enorme casa de muñecas de Penélope que no ha querido tirar, el escritorio de mamá, el saco de boxeo y la sangre seca en el suelo. Mi mirada se dirige a las heridas que adornan mis nudillos, no puede verme así. Entro en el pequeño baño, limpio la sangre seca que seguía bañándome las manos, me deshago del rastro de lágrimas de mi rostro y subo las escaleras corriendo. —¡Estoy abajo, peque! Escucho sus pasos bajando las escaleras a toda velocidad. —¡Ten cuidado! —le recuerdo, pero hace caso omiso. Llega al salón abrazada a Joy, su elefante azul de peluche. El brillo de sus ojos me da la información que necesito, estaba asustada. —Ven aquí... —susurro mientras extiendo los brazos en su dirección. Asiente y corre a mi lado. Sus pequeños brazos rodean mi cuello y se aferran a él con fuerza lo que me permite notar su corazón acelerado contra mi pecho. —Pensaba que tú también... Su voz se quiebra. —Eh, tranquila. —Aparto los rizos de su preciosa carita—. Yo nunca me voy a ir. —Tú no eres mamá. —No lo soy. —Limpio una lágrima rebelde de su mejilla—. Vamos a por unas tortitas antes de que se nos haga tarde. Una sonrisa se forma en sus labios y la luz vuelve a sus preciosos ojos azules. —Tengo que envolver el regalo de María. —Comemos y luego te ayudo con eso, ¿te aparece? Asiente efusivamente. Tras desayunar y prepararlo todo, emprendemos camino hacia la casa de la que se ha convertido en su mejor amiga. Estar rodeada de niños pequeños no es lo que necesito ahora mismo, pero sí lo que hará más feliz a mi hermana. Así que aquí estamos, frente a la puerta de la pequeña casa de los padres de María. —No te he preguntado —dice dramatizando la frase más de lo que debería—. ¿Qué tal tu cumple? ¿Me necesitaste cuando me fui? No debería haberme ido, ¿verdad? Doy gracias al cielo por su carisma y extrema preocupación que logra sacarme una sonrisa, porque de otra forma recordar lo sucedido anoche podría haberme hundido un poco más. Me agacho a su altura, pongo mis manos en sus hombros para que se tranquilice y digo: —Todo fue genial, me encantó la sorpresa y siempre te necesito, pero pude sobrevivir sin tí un par de horas. Está a punto de responderme cuando el sonido de la puerta abriéndose hace que nuestra mirada se dirija al joven que nos mira desde arriba con una sonrisa deslumbrante. —¡Hola Jace! —saluda mi hermana como si lo conociera de toda la vida. ¿Cómo es posible que esta renacuaja conozca a todos antes que yo? ¿Quién es este y por qué se están abrazando? —¿Jace? —pregunto un poco desconcertada. Conozco a los padres de María y este no es su padre. —Tú debes ser Venus. —Iris —le corrijo amablemente. —Te lo dije. —Se encoge de hombros mi hermana riéndose con el ojos avellana. —Cierto, pequeñaja. Corre, entra, María está esperándote en el jardín. Asiento dirección a Pe para que le haga caso y vaya con su amiga, pero mis ojos vuelven al joven que tengo frente a mí. Su pelo castaño ligeramente largo está perfectamente peinado pero lo suficientemente suelto como para que el viento juegue con él y sus ojos avellana desprenden la misma calidez que su sonrisa ladeada. —Soy Jace, el hermano mayor de María. ¿Por qué no sabía de tu existencia? —Me paso el año estudiando en Londres, así que eso explicaría el por qué, pero tienes fotos mías por toda la casa. Quizás eso te ayude a verificar mi versión. Acabo de pensar en alto. Perfecto. —No será necesario, la ausencia de bronceado corrobora tu versión. —Río. Su sonrisa sigue intacta. Eleva una ceja. —Conoces bien el clima de la ciudad. —Nací allí, en Knightsbridge. Se aparta de la puerta para invitarme a pasar. Me encantaría poder quedarme aquí, en esta burbuja de felicidad infantil y globos de colores, mas necesito aclarar el significado de la carta que recibí ayer. —Lo siento, tengo algo urgente que solucionar pero volveré antes de que sople las velas. Solo serán un par de horas a lo sumo. En cuanto hable con él, buscaré al mejor abogado de la ciudad y lucharé con uñas y dientes por mantener a mi hermana a mi lado, donde debe estar. Subo al coche y pongo rumbo a su domicilio, ese que un día consideré mi propia casa. Tengo la sensación de estar a punto de enfrentarme al mayor monstruo contra el que jamás haya luchado. Solo alguien con un corazón lo suficientemente n***o sería capaz de hacer algo así, solo una persona sin alma estaría dispuesta a comenzar una guerra por la custodia de Penélope. Supongo que todos estos años no le han servido de mucho, porque si realmente me conociese sabría que tendrá que pasar por encima de mi cadáver para quitármela. —Dile que salga —pido todo lo calmada que puedo cuando Anne, el ama de llaves, abre la puerta. —Iris... —Por favor, Ann, necesito verlo. Asiente y entra a la casa dirección a su despacho. Respiro profundamente. Centrarme en hablar las cosas como adultos sería lo que tendría que hacer en este momento, pero si él decidió hacerlo por las malas, así es como lo haremos. Sale enfundado en su habitual traje n***o, se dirige a paso lento y decidido hacia mí. Sus ojos ya no son los mismos, ni siquiera logro ver a la figura paterna que tuve durante toda la vida. Este no es más que un desconocido sin escrúpulos que está dispuesto a arrasar con lo poco que queda de mí, pero no estoy dispuesta a darle ese placer. —Es mi hermana —digo entre dientes. —Relájate. —¡No pienso relajarme! ¡No tienes ningún derecho! ¿¡Qué cojones te pasa en la cabeza como para pensar que voy a cederte su custodia !? —Sé que no me la cederás, pero es lo mejor para ella —contesta con toda la calma del mundo. Río. —¿Y qué sabrás tú de lo que es mejor para ella? —Iris... —Tengo al mejor abogado de la ciudad con el caso, espero que estés preparado para la guerra porque no me rendiré sin luchar. Asiente. —Contaba con eso. Siempre tratando de ayudarnos, siempre intentando quedar como el salvador que nunca fue. Sé que no es justo culparle de lo sucedido pero, ¿dónde estaba él cuando Cristian pegaba noche tras noche a mi madre? Desde hace años he notado la sobreprotección que tenía con Penélope. Supongo que asegurarse de que nada malo le suceda a ella es su forma de compensar todo el daño que no pudo evitarnos a mamá y a mí, pero su sentimiento de culpabilidad por no haberse dado cuenta antes de lo que pasaba está comenzando a ser un problema. Necesito ganar y solo hay una forma de hacerlo: tener al mejor de mi parte. Paro el coche frente al enorme edificio y tras inspirar profundamente decido entrar. La arquitectura del lugar no es nada espectacular pero sí lo suficientemente elegante y actual como para impresionar. Se respira profesionalidad y armonía entre estas cuatro paredes. —Buenos días. —Me dirijo a la anciana secretaria de sonrisa amable que aguarda en la entrada—. Me gustaría ver al Señor Blake. —Buenos días, señorita. ¿A cuál de ellos buscaba? Una punzada en el corazón me recuerda que existe la posibilidad de verlo caminar por estos pasillos. —A Carlos. Busco al Señor Carlos Blake.
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