-No deberías estar aquí – la voz de Diego detrás de mí, me hizo sonreír.
-Eres un fastidio, ¿lo sabías? –Ni siquiera me giré a verlo, mis ojos no se apartaron del hombre que estaba a 10 metros de distancia de nosotros, y que podíamos ver a través de la pared de cristal.
-Un fastidio al cual amas – dijo con superioridad, ya un lado de mí.
-¡Eso quisieras! –Respondí, dedicándole una mirada fugaz y media sonrisa de condescendencia.
-Es que lo estás desgastando con tan sólo verlo – había burla en su tono.
-Lo mismo le digo yo – intervino el ser fantasmal, que había permanecido en silencio y recargado en el vidrio.
-Tú – dirigí mi mirada a Diego, -tienes una esposa que espera por ti en casa, ¿qué haces aquí? Y tú – giré a ver al fantasma – estabas muy bien callado - me defendí ante la ofensa.
-No puedo acostumbrarme a que hables sola – Diego cambió toda la diversión a seriedad; quizá, nunca cambiaría su sentimiento de culpabilidad, ante las secuelas que presentábamos.
-Lo siento, es tan normal para mí – me excuse con pena, porque en realidad no quería hacerlo sentir mal. Solía contenerme para interactuar con ellos cuando estaba frente a otras personas.
-¿No se ha presentado ninguna novedad? –Cuestionó con interés y preocupación, haciendo referencia a que si yo había viajado en el tiempo.
-Así es, ninguna novedad. Te digo que no hay de qué preocuparse – juguetée con mi localizador en la mano derecha, el cual estaba dañado; sin embargo, le daba cierta tranquilidad a mi ansiedad. Saber que si por accidente volvía a viajar, tendría la oportunidad de arreglarlo para que pudieran ubicarme, me daba cierta tranquilidad.
Aunque tenía la esperanza de haber controlado los saltos, después de todo, ya no había hecho ningún otro viaje; no obstante, era conciente que el tema era terreno inóspito y a ciencia cierta, no sabía nada. Además, debía ser realista, jamás podrían buscarme, ya que los viajes en el tiempo habían desaparecido. Al menos esos eran los rumores.
Cuando Owen dijo que el gobierno estaba persiguiendo a todos los miembros de la Corporación, pasámos dos años escondiéndonos, viviendo en diferentes lugares e incluso en países diferentes.
Le tomó 756 días a Diego localizarnos; y para mi sorpresa, estaba mejor preparado para una contingencia de la magnitud que atravesamos. Nos llevó a una isla al norte del planeta, donde construímos casas para llamarlo de nuevo: hogar. También plantábamos y criábamos diferentes clases de animales, para que las personas que alguna vez servimos en la Corporación, además de sus respectivas familias, tuviéramos un lugar para vivir y alimento que nos permitiera sobrevivir.
Owen, había decidio participar en la escuela como profesor de matemáticas en la primaria; mientras yo, impartía clases de idiomas a los adolescentes. Sin embargo, estaba gozando de unas necesarias incapacidades; ese día, había caminado un par de casas para pasar por mi esposo a su trabajo.
Finalmente la clase terminó, Owen comenzó a caminar hacia la puerta de cristal, en el extremo contrario de donde nosotros estábamos; abrió la puerta, permitiendo a los niños salir. Fue entonces que se percató de nuestra presencia.
-Por la mirada que trae, te va a regañar –Diego no se contuvo con la emoción. Le agradaba ver que mi esposo de cierta forma podía controlarme, ya que para mi amigo, yo siempre sería una rebelde.
-¿Qué haces aquí? –Owen se acercó, después de poner una mano sobre el hombro de Diego a forma de saludo, me dio un casto beso.
-El médico dijo que debía caminar con mayor frecuencia – me defendí con la excusa que ya había preparado con antelación.
-Es que, se nota que ya no puedes caminar – su intranquilidad y ansiedad fueron notorias.
-Owen, es recomendación del médico, no voy a desobedecer – contraataqué con severidad.
-¡Tú! ¿Siguiendo órdenes? – Diego se burló de mí.
-Recuerda que hoy irán a cenar a la casa, y quién sabe, cosas extrañas pueden aparecer en tú plato – manifesté con malicia.
-¡Owen! ¡Haz algo con ella, es odiosa! – Cuando ya no podía defenderse, Diego apelaba a la autoridad de Owen. Pero en ese momento, él, estaba carcajeándose de nosotros.
-Vamos a casa – dijo en medio de las risas, transmitiéndome una tranquilidad que creí no volvería a tener.
Saber que estábamos unidos más allá de nuestra mente, de nuestro cuerpo, de las circunstancias y del tiempo mismo, me generaba una calidez y una paz inigualable.
Esa noche, en medio de la cena y de las risas por la convivencia que estábamos teniendo, se rompió la fuente. Diego, salió corriendo por el médico; mientras Lisa, comenzó a darle órdenes a Owen, que estaba aturdido, provocando que sus reacciones fueran torpes y yo, irritada y con dolores, comencé a molestarme con él; y es que debían preparar las cosas para que cuando el doctor llegara, todo estuviera listo.
Esa noche de otoño, el milagro por el que había implorado hacía algunos años atrás, llegaba a realizarse: tener a mi esposo conmigo, para formar una familia que con anterioridad nos había sido arrebatada.
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Con el pasar de los años, la situación política cambió. Ya nadie parecía recordar, que habíamos sido capaces de alcanzar uno de los logrogros más insólitos para la humanidad. Poco a poco, las familias comenzaron a salir de la isla, y finalmente lograron establecerse alrededor del mundo, sin temor de ser descubiertos, regresando de esa forma la normalidad a nuestras vidas.
Obed, nuestro hijo, fue uno de ellos. Salió a estudiar la universidad, consiguió un buen empleo y finalmente, se casó. En la isla, solo quedamos Diego, Lisa y nosotros; no obstante, Obed nos visitaba con regularidad, y su estadía se extendió, cuando nació nuestro primer nieto.
Owen y yo, disfrutábamos contemplar el ocaso a orillas de la isla, abrazados y en silencio, envueltos en una calma que habíamos logrado conseguir. Confiaba, que mi último día de vida, sería de esa forma: entre sus brazos, envuelta en esa aura de amor y paz.