Luisana Rosero

1192 Words
           —¿Te enteraste del asesinato de la hija de Xavier Rivero? —Me pregunta Carlos, mi compañero de trabajo y mejor amigo.                 —No, no sabía, ¿no era de nuestra edad? —Le pregunto pues según recuerdo es una chica bastante dedicada a su trabajo.                 —No, sé, bien sabes que no me preocupo en esos detalles, pero de que estaba linda, eso sí —Me responde con una amplia sonrisa.                 —¿Cuándo no?, hombres —digo en negación torciendo los ojos—, volviendo al tema que nos interesa, ¿sabes cuál fue el móvil?                 —Hasta ahora se desconoce, parece información confidencial, de esas que son clasificadas por el gobierno —Me responde con seriedad.                 —¿En serio? —Le pregunto con interés.                 —Según me enteré, parece que la chica estaba investigando a una organización criminal que ha logrado expandirse en todo el país, seguro su muerte está relacionada con eso, solo que muy pocos se atreven a decirlo por temor a represalias —Me informa Carlos.                 —¿Cuál es el temor?, ¿no es parte de nuestro trabajo preguntar, sacar conclusiones? —le inquiero.                 —Así es, solo que parece que hay intereses superiores sobre este hecho —agrega.                 —Bueno, veremos en qué termina todo esto —Le digo dándole la espalda para volver a mi trabajo. Aunque lo intenté, este me fui difícil lograr la concentración que necesito para trabajar, se armó todo un revuelo en todas las dependencias del Ministerio Público, lugar donde trabajo, parecía como si hubieran asesinado a la hija del presidente de la república. Todos hablaban del tema, todos cuchichiaban en los pasillos, como si realmente les afectara. Yo, como siempre, permanecí apática de lo que no tuviera relación con mi trabajo, con los casos que tengo asignados, no presté atención a lo que ante mis ojos y oídos no es nada más que el chisme del momento. Enfocada en la cantidad de expedientes que tengo al pendiente, haciendo uso de mi poder de abstracción, colocándome unos audífonos para escuchar la música que más me distrae y me permite concentrarme, el resto del día me encerré en mi oficina para tratar de adelantar lo más que pudiera, pues ya me habían informado de que otros casos nos serian asignados. Tengo seis años trabajando en el Ministerio, me inicié como abogado desde el nivel más raso, hoy en día ocupo el cargo de Directora del Departamento Disciplinario, y Carlos Spencer, es mi adjunto, nos encargamos de las investigaciones disciplinarias, esas que tienen por finalidad investigar las conductas irregulares de los demás funcionarios del Ministerio, bajo mi mando tengo a cargo a un grupo de abogados que, en principio, se encargan de realizar el proceso de investigación. Digo en principio porque, aunque no estoy directamente obligada a hacerlo, me he visto sumergida en los tramites de esas investigaciones. No lo niego, me gusta eso de hurgar, de investigar, de meterme de lleno en cada procedimiento como si de mí misma se tratara. En mis manos tengo el destino de los que son denunciados por algún hecho irregular o han sido encontrados con la prueba del delito entre las manos. Antes de llegar al Ministerio, venía desempeñándome como investigadora de las denuncias iniciadas en contra de los funcionarios policiales, fui transferida desde una de las dependencias del Ministerio de Justicia, supuestamente en forma temporal para cubrir una incapacidad y aquí me dejaron. Satisfecha estoy con los logros alcanzados. Poco a poco y con el apoyo de Carlos, ambos hemos llegado a escalar posición en medio de una turba de mal intencionados que han querido hacernos quedar mal, pues no creen en nosotros, no creen en mi y mis capacidades en un mundo donde ciertamente se necesita mucho temple y carácter para imponer las opiniones. No ha sido tarea fácil pero aquí estoy luchando día a día por mantenerme en medio de lo que más me apasiona. Creo en la justicia, creo en la ley, amo mi profesión, y aunque el sistema esté tan corrompido, sé que siempre que haya personas como yo, con ideales y sueños como motivación diaria tarde o temprano se lograra una claridad en medio de tanta tiniebla. Mi nombre es Luisana Rosero, tengo veintisiete años de edad, de tez morena, cabello castaño largo hasta la mitad de la espalda, un poco rebelde, pero de sentimientos nobles, vivo sola desde los diecisiete años de edad, soy de talla baja, con una estatura que a muchos engaña, piensan que, por tener el tamaño de un niño de ocho a nueve años, soy incrédula y fácil de engañar como a los niños. Sí, tengo ilusiones, pero solo en eso y la estatura me parezco a los niños; de resto, el espíritu que se alberga dentro de este pequeño cuerpo anda como encogido pues pienso, siento y tengo aspiraciones que superan el cuerpo y estatura de una persona promedio. En la vida nada me ha detenido para lograr las metas que me he propuesto, pese a mi condición. Aunque llevo a cuesta la decepción de haber sido abandonada por mi madre, día a día despierto motivada a no permitir que ese sentimiento que me ha acompañado durante veintidós años de mi vida, haga los estragos que amenaza con dejar en mi si me siento si quiera unos minutos a permitirme sentirla a profundidad. He vivido una guerra interna de años, pues a los cinco años de edad, me enteré de la razón de vivir en un orfanato, y no como otros niños con su papá y mamá.  Saberme abandonada, no me dolió tanto como conocer el trasfondo de esa decisión. La madre superiora, encargada del orfanato, dos años después de haberme contado que había sido dejada allí con documentos, ropa y algo de dinero para cubrir mis gastos hasta los quince años de edad, ante mi insistencia, me terminó contando que la razón de ser de ello, fue simplemente porque mi madre era una chica inmadura y sus padres, mis abuelos, nunca aceptarían a una nieta con mi condición. Nunca entendí, ni entenderé, el peso de ese argumento para abandonar a un hijo. A mi corta edad pasé días buscándole una excusa valedera a esas razones, no las he conseguido, y pienso que ni aunque la busque en ella misma, mi madre, jamás he de entenderla ni aceptarla, y menos si ella contaba con los medios económicos suficientes para sacarme adelante. Intenté buscarla, no al conseguí, de información que obtuve en mi búsqueda me informaron que apenas me abandonó salió del país sin dejar rastro donde ubicarla. Me hice mujer en medio de mucha tristeza, resentimiento y frustración, pero llegó un momento que hice todos esos sentimientos negativos, mi trampolín para impulsarme y enfocarme en buscar verdades que tal vez otros jamás han encontrado o encontraran, teniendo como lema de vida la justicia y la equidad, me muevo en lugares donde mis colegas jamás lo harían, pues soy las que piensa que para poder dar una opinión de peso, como las que en mi profesión me toca a diario, debo ponerme en el momento y el lugar de los involucrados.   
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