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En ti encontré

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Blurb

Luisana Rosero, una abogada amante de la ley y Aarón Still, un hombre acusado injustamente de un asesinato, totalmente desconfiado e incrédulo del sistema de justicia y de todo lo que lo representa, verán unidos sus destinos cuando el asesinato de una periodista desencadene toda una trama, que llevara a Luisana a buscar la verdad, y Aaron, aunque la subestima, por ser de talla baja y mujer, se vera obligado a protegerla en su terquedad por sacar a relucir la verdad oculta detrás de él.

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El regreso
Diecisiete años de mi vida perdidos, diecisiete años pagando una culpa que no me corresponde, llevando a cuesta el estigma de ser el asesino de mi propia hermana, Airam Still, uno de los eres que mas he amado en la vida, por quien estaba dispuesto hasta a padecer sus dolencias, con tal de que no sufriera más de lo que ya lo venía haciendo, desde los cinco años, que le fue diagnosticada esa enfermedad, fibromialgia, y que no le permitía hacer una vida como cualquier otro niño, como sí la estaba disfrutando nuestra otra hermana, Aimara Still, su gemela. Mucho fue lo que sufrí los primeros años de encierro. Siendo un joven acostumbrado a una vida totalmente alejada de la maldad, de los vicios que se esconden en el submundo de las grandes ciudades, me costó aceptar mi destino y adaptarme a esa nueva forma de vida, me tocó aprender a vivir como un delincuente. Encerrado en prisión ya no tenía las consideraciones ni las atenciones de mi familia y amigos. Ya no estaban mis padres para protegerme, ya no tenía la ternura y el cariño de mis hermanas. A fuerza me tocó terminar de madurar, me tocó entender que si no ponía de mi parte no sobreviviría allí adentro. Aprendí mañas que jamás hubiera considerado como forma de vida, aprendí a manejar armas de elaboración casera. Vi los vicios más aberrantes de los que el ser humano pueda ver, cuando la vida no te da más opción que toparte de frente con ellos. Luché por no dejarme arrastrar por ellos. Al principio cuando mantenía la pureza y fragilidad de mi espíritu fui obligado a ingerir drogas. Dos veces fueron suficientes, dos veces bastaron para que sacara a relucir esa fortaleza que no sabía tenía e imponerme para no convertirme en el monigote de los demás reclusos. Allí adentro una sola persona estuvo de mi lado, Anderson Ortega, otro de los reclusos, un hombre de veinticinco años de edad, también acusado de asesinato, con la única diferencia que él sí admite ser responsable, el sí admite que por la vida que venía llevando, carente de recursos económicos y educación, hizo del sicariato una forma de vida. No lo juzgué ni lo juzgo hoy en día. Metido allí, comprendí que cada quien y a su manera, se amolda a la forma de vida que el mundo puede ofrecerte.  Solo él, justo en el momento que creí que perecería en manos de los que ocupábamos el pequeño espacio donde me encerraron y en la oportunidad en la que tuve que demostrar mi valentía, después de haber derribado de un golpe certero en la nuca a uno de los que venía acosándome desde que ingresé en el centro de reclusión, se puso de mi lado, todo con tal de apoyar a ese joven larguirucho y asustadizo, como me decía él, a no perecer tan rápido. Gracias a Anderson ese primer año logré sobrevivir a lo que creía serían mis últimos años de vida, a él le debo el haber aprendido muchas de esas mañas que lamentablemente me sirvieron para convertirme en quien soy hoy en día. Un hombre incrédulo, con un odio profundo en contra del mundo y enfocado a un solo objetivo: vengar la muerte de mi padre y de mi hermana, así como también el habernos llevado a mi otra hermana, a mi madre y a mí a una vida de penurias y sufrimiento extremo. Cegado por esa frustración, el odio y el resentimiento de haber sido injustamente acusado de la muerte de Airam, luego descubrir que el único responsable del destino aterrador que le tocó vivir de toda mi familia es Enrique Still, hermano de mi padre, a quien siempre creímos un hombre correcto, de principios y fiel creyente de la familia, con el apoyo de Orlando Rodríguez, mi abogado, abogado de la familia  y fiel amigo de mi padre, y de Anderson Ortega, dediqué cada minuto de mis días a prepararme para el día en que lograra salir del infierno que me tocó afrontar, mi escuela. Para la época en la que fui acusado de ser el autor intelectual y ejecutor de la muerte de Airam, yo era un chico normal, con sueños, proyectos de vida, con un corazón dispuesto a ayudar a toda mi familia y a quien lo necesitara. Tenía apenas dieciocho años de edad, había culminado mis estudios de secundaria. Me encontraba a la espera de ingresar en la Universidad, y mientras ello sucedía, continué preparándome para asumir la presidencia del Grupo Empresarial Still, la empresa familiar, y que por disposición testamentaria me correspondía asumir, a raíz de la muerte de mi padre, Roberto Still. Gracias a Roberto, quien desde que cumplí los quince años de edad, insistió en que conociera poco a poco los movimientos de la empresa, las actividades que él venía realizando como Director Financiero y las que se realizaban en cada una de las áreas del Grupo Empresarial, para cuando cumplí la mayoría de edad dominaba muchas de las tareas que se realizaban en la empresa. Desde muy niños tanto a mis hermanas como a mí, se nos exigió dominar por lo menos, dos idiomas a parte del idioma natal. En prisión, gracia a un programa de reinserción al sistema educativo, logré residirme como Licenciado en Ciencias actuariales, los números eran mi vida, y estando allí se convirtieron en ese escape que necesité para no enloquecer, para enfocar la mente en algo que tuviera real valor y que me pudiera servir para comenzar a cumplir una parte de mi plan de venganza. Todos los días amanecía con la esperanza de que era un día menos para el comienzo del fin de mi mayor enemigo. Después de obtener el título, con la ayuda de Orlando, funde una empresa dedicada a la importación de armas que luego son vendidas al gobierno, y de manera solapada a algunas organizaciones criminales, todo con la intención de hacerme del patrimonio suficiente y de los contactos necesarios para cuando lograra salir de prisión, hacerle frente a Enrique Still. El haberme preparado académicamente, motivó a muchos de mis compañeros de reclusión a seguir mis pasos, y con ello gané aliados. De a poco me fui haciendo de una fila de adeptos a mi forma de vida, a una ideología que solo tenía por norte aparentar una verdadera resocialización, cuando en el fondo solo buscaba destronar a quien nos quitó toda la felicidad y las ganas de vivir. A un año de haber salido de ese infierno, me encuentro en mi casa a la espera de mi hermana y mi madre que vienen a visitarme por ser hoy el día de mi cumpleaños treinta y seis. Soy Aaron Still, el mayor de tres hermanos, moreno, cabello n***o, ojos azules, 1.78 cm de estatura, de complexión atlética, hijo de Amanda Ordoñez de Still y Roberto Still, este último heredero del Grupo Empresarial Still, quien, a la edad de treinta y cinco años, en extrañas condiciones, sufrió un infarto que le ocasionó la muerte horas después de haber sido recluido en una clínica. No tengo mujer, ni interés en buscarme alguna hasta que no concrete mi venganza. Vivo alejado de la capital y de la ciudad donde viven mi hermana y mi madre. Necesito tranquilidad para planificar y ejecutar mis planes, tenerlas cerca no me es conveniente. Por la proyección de mis acciones, las consecuencias que he previsto, me indican que lo mejor es estar solo, alejar de mi a cualquier persona que pudiera resultar perdidosa en mis acciones.             —Mi amor —escucho la voz de mi madre al otro lado de la línea del teléfono—, ya estamos aquí afuera.             —Ya salgo —Le digo y cuelgo la llamada. Al salir a la entrada principal de mi casa, pude ver que allí estaban dos de las tres mujeres de mi vida, mi madre y Aimara. Como suele suceder cada vez que las tengo cerca, hoy no fue la excepción, sentí una opresión en el pecho al recordar la ausencia de Airam. Aimara es su vivo reflejo, eran dos gotas de agua, dos sentimientos y dos personalidades tan idénticas, que para quien no las conociera bien les costaba diferenciarlas, ambas como yo, morenas y de ojos azules, Aimara, a la fecha de hoy, con una estatura casi normal, 1.55 cm de estatura.             —Hermanitooo —grito Aimara antes de salir corriendo a mi encuentro—, Felicidades —vuelve a gritarme pero esta vez al oído dejándome aturdido—, cuanto te he extrañado —dice prendada a mi cuello al tiempo que llena de besos mi mejilla, aunque ha crecido y es toda una mujer y profesional, no deja de ser la niña, que al igual que Airam, yo solía sobreproteger.             —Te me has crecido pioja —Le digo entre risas, siempre bromeo con su estatura, todo con la intención de hacerla molestar, dice que uno de sus mayores defectos es su estatura, aunque para mí, ella es perfecta.             —Bobo —responde soltándose del abrazo y dándome un golpe en el pecho, y en respuesta finjo un dolor tremendo para ver su reacción—, disculpa hermanito, disculpa.  Sin poder aguantar al ver la expresión de su rostro, suelto una carcajada, lo cual la hace molestar el doble de lo que ya estaba. Detrás de nosotros, escucho a alguien carraspear la garganta, y sabiendo quien pudiera ser, con una gran sonrisa y los brazos abiertos a ambos lados, volteo a ver a quien está detrás de mi.             —Y yo la ignorada —habla mi madre, pero no le doy tiempo a continuar, pues la tomo en mis brazos y le doy una vuelta en el aire—, ¡por Dios! —exclama nerviosa—, bájame Aaron, estas loco, como se te ocurre.             —Hola madre —la saludo dejándola en el piso al tiempo que le doy un sonoro beso en la mejilla—, vengan entremos, ya luego busco su equipaje.             —Feliz cumpleaños mi niño amado —dice mi madre ignorando mis palabras—, aunque seas todo grandote, lleno de músculos, sigues siendo mi niño —agrega tomando mi rostro entre sus manos y dándome besos en ambas mejillas. Una vez asegurada la camioneta de Aimara, entramos a mi casa, una casa de un solo nivel, de estilo veraniego, ubicada en una de las zonas más reconocidas de la ciudad de Valencia. Vivo solo con los empleados de servicio, el ama de llaves y dos chicas que la apoyan, más el jardinero y el chofer, que está solo para situaciones de emergencia, pues mayormente manejo yo, no me gusta estar en compañía de nadie, prefiero la soledad, incluso en mis traslados. Estoy a la espera de la salida de Anderson Ortega, quien tenía fijada orden de excarcelación para principios de este año, pero que por problemas administrativos se ha retrasado en cinco meses, lo normal del sistema de justicia de este país, donde no les importa la vida de ninguna persona.             —Cuéntame hermanito, ¿Qué haremos hoy? —me interroga Airam.             —Bueno yo no sé tú, pero después de cenar iré a dormir —Le digo con tranquilidad.             —¡Por Dios Aaron, que aburrido eres! —exclama torciendo los labios—, hoy es el día de tu cumpleaños, el primero que celebraras fuera de ese horrible lugar, mínimo deberíamos embriagarnos hasta caer rendidos —me dice dejándose caer dramáticamente sobre el sofá.             —Aimara tiene razón hijo, celebra la vida y este nuevo comienzo mi amor —expresa con ternura mi madre—, haré un pastel y prepararé unos bocadillos.             —Y yo decoraré esta triste sala, parece el corredor de una iglesia —comenta Aimara mirando alrededor—, definitivamente a esta casa le falta el toque de una mujer, y a falta de una, aquí está tu hermanita.             —Ya me vas a volver la casa un bazar —Le digo con intenciones de hacerla molestar nuevamente.             —Bazar o no, tendrás que cerrar la boca —dice parándose del sofá y encaminándose hacia la cocina—, ¿Cómo es que se llama tu ama de llaves?             —Antonieta señorita —escucho que la misma ama de llaves se le presenta—, bienvenidas —les dice a ella y a mi madre.             —Encantada Antonieta, vamos a celebrar el cumpleaños del amargado de mi hermano, así seamos solo ustedes y nosotros, así que prepárate, ustedes harán parte de la celebración —Le dice Aimara con una emoción sin igual. Así, Antonieta, Aimara, mi madre y las otras chicas del servicio, se enfrascaron en decorar la sala de estar, lugar que Aimara y mi madre escogieron para la recepción. Tenían todo perfectamente planificado, pues de la camioneta de Aimara saqué bolsas y una caja con diferentes bebidas. Todo lo necesario para una celebración. Dado que tengo años sin saber lo que es celebrar un cumpleaños, este día para mi amaneció como cualquier otro, sin verle lo extraordinario, sin sentir real emoción por un año más de vida. El año pasado salí de prisión al mes siguiente de haber festejado mi cumpleaños treinta y cinco, y como me encontraba en depresión, me vine directo para esta casa, que por la intervención de Orlando ya había comprado desde la prisión. Solo vi a mi madre y a Aimara dos meses después, porque el desánimo que me acompañó en todos esos años se mantuvo hasta después de verlas. Parecía que mi mente no había asumido que ya era un hombre libre, mi cuerpo se movía a libertad pero la mente pareció quedarse encerrada detrás de las rejas que la frustración y el sufrimiento sembraron en mi subconsciente. La alegría de Aimara y el amor de mi madre fueron las que me hicieron caer en cuenta de mi nueva situación. Por ellas poco a poco fui superando ese trauma, por ellas es que respiro todos los días, ellas son mi real razón de vivir.             —Señor Aaron —Antonieta entra a mi despacho.             —Dígame —le respondo al levantar la mirada de unos documentos que estoy revisando— ¿falta algo?, ¿Aimara y mi madre necesitan algo? —Le pregunto en seguida.             —No señor, nada de eso, ellas están bien, animadas con los preparativos —Me responde—, Tiene una visita en la sala.             —¿Visita?, ¿de quién? —Le inquiero poniéndome de pie—, no espero a nadie.             —Es una sorpresa señor —responde Antonieta sonriente.             —Espero no sea otra locura más de Aimara —Le digo encaminándome con ella por el pasillo hasta la sala de estar. Sorprendido quedé cuando frente a mi tenía a Anderson Ortega, mi amigo y compañero de reclusión, quien al verme desplegó una enorme sonrisa y abrió los brazos.             —Mi hermano de la vida —Me saluda al tiempo que me abraza—, feliz cumpleaños.             —Hermano, que felicidad tenerlo fuera de ese infierno —Le respondo palmeándole la espalda— ¡Lo que hace un traje de marca! —exclamo rodeándolo para ver el cambio tan drástico que dio.             —Así es, unos cuantos milloncitos sirven para aparentar ¿no? —inquiere entre sonrisas.             —Aa… —Aimara iba a llamarme a gritos pero al verme y a Anderson freno el paso y la voz, pareció sorprenderse tanto que se ahogó y un exceso de tos le hizo soltar lo que traía en las manos.             —Pioja, ¿qué te sucedió? —Le pregunto acercándome para darle varias palmadas en la espalda.             —¿No ves que se ahogó? —responde Anderson en su lugar. La llevé hasta el sofá para que tomara asiento mientras se recuperaba del exceso de tos. Cuando pareció recuperarse finalmente habló.             —Venía a preguntarte sí ¿querías un trago de whisky? —Me pregunta—, disculpe, no sabía que tenia visita —le dice a Anderson volteándose a mirarlo.             —No se preocupe señorita —Le responde—, por cierto, yo si quiero ese trago de whisky —Le dice guiñándole un ojo.             —Anderson, esta pioja que tenemos aquí es mi hermana, la luz de mis ojos —se la presento abrazándola.             —Lo supuse al verla —afirma—, es idéntica a ti, pero en versión mujer y menudita.             —Hey, si quieres seguir viviendo te aconsejo, limitar tus comentarios sobre mi estatura —Le responde Aimara.             —Disculpe, no lo decía por ofender —se excusa Anderson apenado.             —No le pares hermano, se ofende cuando le hablan de su estatura, pero nada puede hacer para revertir su situación, está por el piso —completo para verla molestarse.             —Voy a hacer de cuenta que no escuche nada —responde Aimara poniéndose de pie—, ya les traigo el trago —dice encaminándose a la cocina.             —Bonita tu hermana —Me dice Anderson una vez que ella se retira.             —Pero inalcanzable —Le lanzo una advertencia.             —¿Qué te pasa hermano?, parece que no me conoces, respeto lo que no es mio, de ti aprendí eso —me aclara.             —Más te vale —Le amenazo—, ella y mi madre son lo más valioso que tengo y por ellas me hago matar.             —Sí lo sabré yo —Me dice—, cuéntame ¿cómo te estas llevando con la vida en libertad? —Me pregunta Anderson cambiando de tema bruscamente.             —Ahí, aun adaptándome, no ha sido fácil, tantos años en prisión, aunque anhelaba la libertad, me encasillaron, con decirte que vivo encerrado —le expreso.             —Eso si que está mal hermano, aproveche a vivir —me aconseja—, cumpla con sus metas, pero no se olvide que hay que vivir.             —Cuando te han robado la vida de manera tan injusta ese deseo pasa a segundo plano hermano —le digo con amargura en la voz—, no solo me robaron la vida sino también la de mis padres y mis hermanas, dime tu en ese caso ¿puede haber ganas de vivir?             —Por alguna razón estas aun en este mundo Aaron, haga honor a la fortaleza y la riqueza que hoy en día tienes —afirma-. No todo el que pasa por prisión tiene la dicha de superarse como usted lo hizo, usted es un ejemplo para muchos de los que convivimos contigo allá adentro —me expresa.             —Veré hermano, ahora solo tengo un objetivo enfrente, eso de vivir la vida lo dejo para después si aun tengo tiempo —le contesto ignorando sus intenciones.             —Aquí esta su trago y unos bocadillos que les mandó mi madre —nos dice Aimara sacándonos de la conversación que tenemos.             —Gracias pequeña —Le dice Anderson mirándola fijamente.             —Disfruten, ya me les uno —Le responde Aimara dándose la vuelta sobre sus pies para regresar a la cocina.             —Cuidadito Anderson —le digo amenazante—, te recomiendo mirar a otra muñequita. Sonriendo, Anderson tomó uno de los vasos de la bandeja que Aimara dejó sobre la mesa y un bocadillo, y mirando en la dirección en la que ella desapareció, de un solo tiro, se llevó a la boca el bocadillo.       

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