Me muerdo los labios, inhalo hondo un par de ocasiones y me llevo el móvil al oído. Por el rabillo del ojo noto que Evan eleva la mirada de mi celular y luego la concentra en el exterior. —¿Hola? —¿Dónde estás? —La pregunta es directa y concisa, casi demandante. Está enfadado. «Tu sensual doctor y amigo de tu familia, pasó por mí en una limusina. Loco, ¿no?» —Pedí un taxi —miento. —¿Por qué? —¿En serio lo pregunta? —No quería molestarte —suspiro, tratando de sonar convincente. Evan suelta un suspiro de pronto, luego se saca los primeros botones del ojal de su camisa, echando la cabeza hacia atrás. Las rodillas se me tensan por automático ante los pliegues de ropa que me permiten mirar trocitos de su piel. —Se supone que iba a llevarte, Leilah, ¿por qué no me esperaste? Me siento