Me encuentro en una disyuntiva, y es que el tener a Leilah merodeando por mi casa ha dejado de ser incómodo y al mismo tiempo, el deseo que siento de tenerla cerca se acrecienta. "No se te ocurra acostumbrarte a ella", me repito una y otra vez. Tomo el celular e impulsado por el sentimiento de repulsa que se hacía cada vez más grande, reservo un pasaje de avión ida y vuelta hasta Kentucky, esperando que Leilah lo acepte y así, verme libre de ella. Había tomado la decisión al verla dormida sobre mi cama, con el cabello desordenado, pero con una pose tan sensual que estaba a punto de romper mi propia promesa y despertarla con besos y caricias que nos llevarían a tener sexo. —De seguro le gustaría —expreso con una sonrisa confiada, que se borra lentamente antes de decidir salir de la cama