Siento un fuerte mareo y me dejo caer sobre la cama, oyendo una fuerte exclamación. —¡Evan! —Su voz es de pánico, se acerca rápidamente hasta mí y toca mi frente—. Maldición, ¿por qué diablos has bebido así? —No lo hagas… —digo con los ojos cerrados, al recordar esa maldita boda—. No lo hagas, maldita sea. No escucho nada más y es que tampoco respondería, siento mis extremidades pesadas y mi mente turbia, pensando cosas incoherentes, incluso llego a sentir el olor de Leilah llegar a mis fosas nasales; puedo sentir su aliento chocar contra el mío y sus labios, otorgarme un dulce beso. —Leilah… —susurro y sonrío, pero luego veo su rostro cubierto de lágrimas y me invade la desesperación, un sollozo sale de mi garganta. Luego… todo es oscuridad. Lo es, hasta que siento agua caer sobre