—¿Qué necesitas? —inquiero con dureza, fastidiado por tener que volver a hablarle nuevamente... y a herirla.
Leilah se encoge en su sitio, abre la boca con intenciones de responder pero no dice nada. Estoy a punto de rodar los ojos y pedirle que hablemos más tarde al menos sin tantos testigos, cuando se decide a hablar.
—Fue un error —musita más para sí misma. De pronto, se me ocurre que quiere hablar sobre la prueba que no pudo terminar.
—Si estás aquí para pedirme aplicar de nuevo, la respuesta es no —me encojo de hombros, aunque sé que es una falacia—. Tuviste la misma oportunidad que tus compañeros y haberte acostado conmigo no te beneficia más allá del sexo. Creí que lo entendías.
Sus labio tiemblan ante mis palabras y vuelve a estrechar el abrazo contra sus costillas. Frunzo el c
