—Doctor Roberts, es realmente un placer conocerlo esta noche —se acerca a mí una mujer, que se presenta como Shailene Western, tía Alan y Rick—. Mi hermana siempre habla de usted con mucho cariño, y tenía ganas de conocerlo.
—El placer es mío —digo estrechando su mano, pero luego de unos minutos intentando sacarme conversación, se marcha de mi lado y puedo respirar más tranquilo.
Ya no soporto las presentaciones.
Solo quiero estar al pendiente de Peter, quien parece enojado por tener que llamar a alguien, su expresión seria podría asustar al más valiente y solo aparto mi mirada de él para ver a la chica al lado de Alan.
Su reto viene y enderezo mi espalda cuando se trata de un beso a uno de los presentes, el alboroto y algarabía es inequívoco, ella sonríe y le echa un vistazo a Alan, quien aburrido dice una frase, haciendo que la expresión de ella cambie por completo.
—¿La ha rechazado? —musito incrédulo—. Entonces no son nada…
“¿Quién rechaza un beso de una chica como ella? Debe ser idiota ese muchacho ” pienso sin poderlo evitar.
Es que si fuese yo, hubiera aprovechado el momento sin dudar. Quizás Alan se está dando a sí mismo mucha importancia y ella sigue ahí, decepcionada, aunque en su babilla hay determinación: quizás planea besar a Alan después de todo.
Me acerco al grupo y mi mirada va a parar hacia la posición de Leilah.
Ella parece notarlo, sus increíbles ojos se encuentran con los míos, pero rápidamente desvía la mirada y coloca sus manos detrás de su espalda, mientras finge escuchar a los parloteos de Rick.
Le presto atención al mayor de los Beresford cuando dice que el reto para Leilah sigue en pie. La mirada de ella va nuevamente para Alan y siguen con el juego, tomando unos cuantos shots de tequila, al igual que Peter, que luce muy mareado.
De pronto escucho una risa y es ella, Leilah. Parece borracha y Alan la mira serio, por lo que la toma de la muñeca, obligándola a levantarse de la silla.
—Ya es tarde, te llevaré a casa —sentencia.
No me gusta cómo le habla. No me gusta que quiera llevársela a rastras como si fuera un objeto. ¿Qué acaso no puede ser un caballero?
Maldición, hasta yo puedo ser menos patán que él.
Todos comienzan a levantarse, incluso Rick y su novia, pero Samuel vuelve a hablar, logrando llamar la atención de todos, incluyéndome.
—Alan no ha oído su último reto —se queja y el aludido lo mira—. Debes besar a una de las chicas que estuvo presente en el juego.
Le sonríe a Leilah y ella lo imita. Pero Alan ni siquiera ha prestado atención a las palabras de su primo, simplemente está dispuesto a salir con ella del salón.
—Trae tu bolso —dice serio y ella asiente.
Ellos salen y aparecen Diana y Elton, quienes se dirigen a Rick y su novia de manera seria; lo que intuyo, será un problema familiar.
—Tenemos que hablar, Rick —dice Elton con la barbilla alzada—. Prefiero hacerlo a solas, pero si me obligas a hacerlo aquí frente a todos…
—¿De qué se trata todo esto, padre? —cuestiona él con el ceño fruncido. A su lado, Elaine se muestra turbada y algo pálida, incluso siento pena ajena por ellos.
—Será mejor que vengas conmigo… —dice Elton con tono duro.
—Elaine vendrá también —dice Rick con la barbilla alzada y toma a su novia de la mano, para dirigirse al despacho de su padre, siendo seguido por ellos de manera sombría.
—Creo que debemos irnos —dice Peter con una ceja alzada, pero le hago una seña a Samuel, quien rápidamente se acerca a nosotros con su expresión animada de siempre—. ¿Qué haces?
—¿Puedes asegurarte que Peter llegue sano y salvo a casa? —digo y mi hermano intenta protestar—. Creo que debo evitar que se forme una batalla campal aquí, te veré en un rato, Pete.
—¿Te quedarás aquí? ¿Por qué? —cuestiona y sacudo la cabeza, sin querer hablar frente al primo de Alan—. De acuerdo, nos vemos en casa. De todas maneras ya estoy aburrido.
Me dirijo hacia la puerta por donde salió Alan hace unos minutos, porque dudo mucho que después de esto pueda realmente llevar a Leilah a casa, lo cual quiero aprovechar para acercarme a ella y así ver si mis teorías son ciertas.
No la veo todavía, pero supongo que debe estar cerca. Alan pasa por mi lado y después de dirigirme una mirada rápida, entra también al despacho de su padre.
Los oigo discutir y cuestionar que Rick pague la universidad de su novia, lo cual me parece un tanto idiota si lo hace con su dinero, pero Elton no se caracteriza por ser muy inteligente y sabe que su hijo no dará su brazo a torcer jamás.
La chica sale en un mar de lágrimas y de pronto escucho una voz de mujer más adelante, cerca de los sanitarios.
—¡Elaine!
De pronto la encuentro doblando hacia el pasillo, tiene ya su bolsa en la mano y frena repentinamente antes de chocar conmigo, retrocediendo un par de pasos y estrellándose contra una maceta.
Parece nerviosa y eso me causa satisfacción, así que me quedo allí parado, mirándola con detenimiento.
—Buenas noches —muerde su labio y acomoda su vestido, uno que quiero arrancar de su cuerpo si me deja.
Espero que lo haga.
Me mira y estrecha un poco los ojos, así que me echo a un lado para dejarla pasar, ella comienza a caminar hacia la salida y la sigo en silencio.
—Gracias —habla bajito y nota con un sobresalto que estoy detrás—. Creí que iba hacia el otro lado, profesor.
—Te estoy escoltando afuera —aclaro.
—¿Por qué?
—¿Qué harías si alguien te agrede? —digo con ironía.
Noto sus piernas, su trasero, la línea de su espalda. Todo es perfecto, quiero pasar mis labios por su piel, mi lengua, mis dedos…
Ella se recuesta del muro de enredaderas y me quedo a una distancia prudente, observándola.
Se nota nerviosa, no sabe siquiera a dónde mirar y sé que está esperando a Alan, pero estoy seguro de que ya se habrá olvidado de ella para estar al lado de su familia. Eso pasa siempre cuando se trata de ellos.
Dejo mi mente elucubrar y se me ocurre que si sale Alan por esa puerta, ¿va a llevarla a su casa y besarla?
—¿Cuántos años tiene? —pregunta ella de pronto.
Su pregunta me toma desprevenido.
—Treinta y tres.
Se forma un silencio de nuevo y la noto más nerviosa que antes.
Volteo a verla y en pocos segundos noto que traga saliva, acomoda su cabello y mira a los lados, incómoda. Ya quiero irme de allí, y ella parece querer esperar a Alan toda la vida.
Incluso resulta irónico si está enamorada de él y no es correspondida.
—Alan no va a venir —comento y ella ve la entrada, seguramente esperando que aparezca. Aprieta los labios con desilusión y baja la vista hacia sus zapatos.
“Dios, Alan es un idiota”
—Te llevaré a tu casa.
—No —espeta de manera ruda, y alzo una ceja—. Llamaré un taxi.
Toma aire y la veo andar en dirección opuesta a mí, tratando de evitarme.
Quiero protestar, pero ella vuelve a hablar sin detenerse.
—No lo conozco.
—Soy tu profesor —me encojo de hombros—. Además, me aseguraste que no querías una nota fácil. Nadie va a seducir a nadie.
Camino hacia mi auto y abro la puerta, ella se ve insegura todavía, así que me acerco, notando que mi cercanía la pone tensa. Su respiración se acelera cuando me acerco a su mejilla para hablar a su oído.
—Aunque no lo creas, no soy tan pervertido.
Parece estar a punto de sufrir un ataque de pánico.
—No quiero sacarlo de la fiesta —murmura cuando insisto para que entre al auto.
—¿Te parece que esa seguía siendo una fiesta? —alzo una ceja con acritud.
Muerde su labio y me entran unas enormes ganas de probarlos.
—Vas a lastimarte —acerco el dorso de mi mano y la suavidad de su boca hace que la mía se seque en un santiamén.
Leilah está nerviosa, su respiración está visiblemente agitada, pero eso no le quita el deseo de acercarse a mí, queriendo besarme.
La detengo con delicadeza, sintiendo su piel demasiado caliente. Tengo que controlarme o la haré mía en mi auto y no quiero eso. De hecho, nunca había tenido la necesidad… hasta ahora.
—Creí que no trataríamos de seducirnos —digo para despejar mi mente y alejarla por los momentos.
Parece darse cuenta de nuestra cercanía y se pega a la puerta, mirándome incrédula. Luce asustada, como si se hubiera acercado solo por un impulso del momento y ahora ha recobrado la cordura.
—Es que no soy una de… esas —titubea—. No… quiero una nota fácil.
—Ya veo que sí.
Me mira con ojos muy abiertos, su rostro está encendido como una bombilla de navidad.
—¡Sólo trataba de ganar el reto! —exclama.
La miro con diversión. ¿Por eso quería besarme?
No sé si sentirme ofendido por ello o más bien privilegiado.
—¡Es en serio! Samuel dijo que ganaría si besaba a uno de los presentes esta noche y... —se detiene, luciendo derrotada—. ¿Por qué no nos movemos? Ya hay luz verde.
—Estoy esperando.
Ella voltea a verme lentamente. Sus expresiones me parecen muy graciosas, estoy realmente entretenido por su modo de actuar, parece una pequeña niña sin ninguna experiencia. ¿Será virgen?
Eso solo hace todo esto más interesante.
—¿Al menos me vas a decir dónde vives? —enarco una ceja y ella desinfla su expresión.
Sí, en realidad quería besarme por ese reto. ¿Quién soy yo para negarme?
—No trato de seducirlo —musita luego de unos minutos.
—Intentas ganar un juego infantil de Samuel —la miro de reojo—. Ten por seguro que Alan no ganará.
—Ni yo... —murmura desganada, soltando un suspiro.
—Sólo porque él no se atrevió, no significa que pierdas —digo con simpleza.
No se atrevió y no entiendo la razón, ni siquiera yo puedo negarle un beso a ella. ¿Por qué lo haría? Sus labios lucen exquisitos y suaves, tengo unas enormes ganas de probarlos desde que la vi.
—No es más que un niñato —me burlo, porque por alguna razón no se atrevió a hacerlo y quiero averiguarlo.
Ella se vuelve a mí, intrigada y detengo el auto, mirándola con una sonrisa. Rozo su mejilla con la yema de sus dedos, bajando por su mandíbula y luego a su clavícula.
Sus labios tiemblan y los sostengo con el pulgar, sintiendo que mis ganas de besarla aumentan.
—No te cortaste —hablo muy cerca de su boca—. No te muerdas tan fuerte, no se supone que seas tú quien lo haga.
Sonrío al ver su turbación y me alejo para abrir la puerta del auto, notando con deleite cada uno de sus movimientos, sus piernas en verdad son fantásticas.
Recuerdo la falta de caballerosidad de Alan y ofrezco mi mano para ayudarla a bajar. Ella parece mirarme como un ente raro y eso me hace sonreír, porque sé que no está acostumbrada a este tipo de detalles y su desconcierto me divierte.
Su suave piel me enciende cuando la toco nuevamente, parece nerviosa todavía, aunque lucha por parecer serena mientras camina hacia la entrada y revisa su bolso.
—Sé que están aquí, profesor —dice buscando sus llaves por eternos segundos.
—Evan.
—¿Eh? —alza la mirada, mirándome como si no me entendiera.
—Mi nombre es Evan —le aclaro y de pronto escucho el tintineo de sus llaves frente a mis narices.
Leilah se concentra en abrir la puerta y me coloco detrás de ella, aspirando su olor con deleite, y tragando saliva por el terrible deseo que despierta el solo tener su cuerpo tan cerca del mío.
Cuando voltea, ya la tengo acorralada entre mi cuerpo y la pared. No tiene escapatoria y por la forma en que reacciona a mi cercanía, no creo que la quiera.
—¿Puedo? —me inclino y la veo dudar, boqueando.
—En el auto... —titubea, nerviosa.
Sus palabras me hacen reír.
—¿Crees que no me atreví, señorita? —digo a modo de reto, porque lo que dice es simplemente absurdo—. Estábamos en medio de la carretera.
Las palabras sobran, aunque sean a modo de explicación. Alzo mi mano para acariciar su mejilla y unir mis labios a los suyos, dejándola estática y sin aire.
Sus labios saben mejor de lo que esperaba, su cálido aliento me ha dejado sediento y con ganas de más. Me dejo llevar por esa suavidad y dulzura que me cala hasta los huesos cuando rozo mi lengua con la suya, arrancándole un gemido que me sabe a gloria.
Ahora la deseo aún más.
Sin embargo, me alejo rápidamente antes de perder el control y que ella también no pueda contenerse, este no es el lugar para hacer mi propuesta, pero espero hacerlo pronto.
—Ganaste —me limito a decir, apartándome lejos de su hechizante cercanía.
Ella parece desconcertada y perdida, yo trago saliva porque mis labios hormiguean y mis manos quieren tocarla nuevamente, aunque me había prometido que por ahora, solo le daría lo que quería.
Leilah me da una última mirada antes de cerrar la puerta. Suspiro y lucho arduamente con las ganas de llamar a su puerta, preguntándome por qué parece tener un magnetismo extraño que me atrae irremediablemente.
—La deseo, debe ser por eso —digo pensativo y con un dedo en mis labios, antes de arrancar el auto nuevamente hasta mi casa.