—¿Otra vez el número doce? —dice ella en un susurro, aunque no parece realmente una pregunta. —¿Tienes algún problema con eso? —alzo una ceja, mirándola circunspecto. Ella se apresura a alzar las manos y negar de manera efusiva con sus ojos llenos de pánico, cosa que me causa gracia. —Solo era curiosidad —musita, encogiéndose de hombros. Estoy a punto de rodar los ojos, porque de seguro está haciendo una lista de cosas que me gustan o algo así, cuando le había advertido seriamente las consecuencias de indagar demasiado en nuestras vidas privadas. Cuando llegamos a la habitación, la beso con ardor y deseo, pegándola por completo a mi cuerpo y comenzando a sentir nuevamente la urgencia que me ataca por tenerla cerca. Leilah parece haberse convertido en una adicción para mí, cuando resp