Huida

2924 Words
—Fue lo mejor que pudo pasar —dice Peter con tono calmado, haciendo que le dedique una mirada torva por enésima vez. Está empacando sus maletas, porque tiene un viaje y más de una vez me ha hecho resoplar con su actitud metomentodo que ahora le sale a pedir de boca. —Suenas a disco rayado —espeto irritado, tratando de suavizar un poco mi tono de voz—. Has repetido eso al menos unas seis veces y francamente, comienzo a cansarme. Él me mira fijamente largo rato, y la verdad no quiero seguir discutiendo de este tema con él, es algo que me irrita sin que pueda hallar la razón. Quizás se deba a que ninguna mujer me había rechazado antes. Bien, ella no me había rechazado como tal, pero es prácticamente lo mismo. —De acuerdo, no volveré a sacar el tema —resopla, poniendo los ojos en blanco—. Pareces resentido por lo que pasó, Evan. —Solo te imaginas cosas, Pete —espeto seco, y para mi fortuna, no vuelve a hablar más. Las ansias de Peter por saber si había "finiquitado" el asunto con mi alumna me puso de mal humor tres días enteros. A pesar de que le había asegurado que no pensaba insistir con ella y mucho menos ir a buscarla. "Maldición, ojalá hubiera aceptado mi propuesta", fueron esas las palabras que accidentalmente habían salido de mi boca y tenían a mi hermano tan preocupado. Le había dicho que solamente era un deseo oculto, aunque por otro lado, mis ganas de acercarme a ella no habían disminuido ni un poco, aunque ignorarla en clases no era tan difícil si solo fingía que había una silla vacía en su lugar. No lo era, excepto por el perfume que ahora podía reconocer a kilómetros de distancia y me hacía distraer de vez en cuando. Ella parecía no notarlo, estaba más pendiente de intentar evitarme también, o al menos eso fue al principio. Ella ahora me mira demasiado, no sé si es por culpa o porque piensa que su decisión fue precipitada, pero sea como sea, no pienso mover un dedo hasta que ella tome la iniciativa de buscarme. Debo ser fiel a mi consigna de que no oligo ni seduzco… —Niña… —¿Eh? —Nada —suelto sin pensar, tratando de concentrarme en mi café. Mi hermano me mira con el ceño fruncido, pero no dice nada. Pocos minutos después se despide de mí y sale para su viaje de crucero, mientras tanto, yo reviso unos pendientes y preparo un examen sorpresa. Llego a la universidad y soy consciente de que a las diez tengo la clase donde ella va a estar. Pienso finiquitar este asunto de una vez por todas siendo más indiferente que nunca, aunque mi mal humor tiene que ver ahora con los coqueteos inútiles de la profesora Tennyson. —Luces estresado —dice con su acostumbrado arrojo, mirándome de arriba a abajo como si fuese un plato suculento, deteniéndose en mis hombros—. Sé dar buenos masajes, si deseas… —Lo siento, pero no es algo que pueda desear ahora —miento, plenamente consciente de que un masaje no me vendría mal, pero pedirle a Rita que me lo dé, sería como firmar mi sentencia de muerte—. Tengo que dar una clase, profesora. Salgo de allí lo más rápido que puedo, pero parece ser que no lo suficientemente rápido, porque esa mujer parece no callarse ni debajo del agua. “¿Leilah sabrá dar masajes?”, pienso con una mueca, sacando rápidamente ese pensamiento de mi cabeza. —Nos vemos a la hora del almuerzo, Evan —escucho su chillona voz detrás de mí—. Yo invito. "¿Qué diablos, Evan?", me reprocho por lo que acabo de pensar, sin prestar atención a las palabras de la molestia llamada Rita. La próxima clase llega rápidamente y aunque me siento reacio de entrar, sé que me debo a mi profesionalismo y responsabilidad, sin importar nada más. Leilah ya está sentada y su mirada está fija sobre mí, pero ni siquiera le presto atención y comienzo la clase sin siquiera mirarla otra vez. —El tema de hoy serán las células y sus defectos genéticos, más les vale prestar atención —endurezco mi gesto cuando noto que ella no deja de mirarme, puedo notarla de reojo. Quiero llamarle la atención, pero no estamos en primaria y si no estudia ni presta atención, simplemente no es mi problema. Habrá un examen sorpresa y ya deberían saberlo, dos semanas atrás tuvimos uno. Su mirada pesa como un maldito yunque, pero mantengo mis expresiones en calma, incluso imprimo un tono más severo a mi tono y a mis gestos, quizás así pueda espantar a unas cuantas que andan suspirando por ahí, incluyéndola. La mayoría comienza a tomar notas luego de hablar de los trastornos cromosómicos, donde los cromosomas (o parte de cromosomas) faltan o cambian. Noto que ella nuevamente está distraída, pero paseo mi mirada por el lugar sin mirarla ni una sola vez, aunque se ve algo frustrada. Veo que guarda sus cosas y aprieto los puños al ver que nuevamente está haciendo tiempo tontamente, quizás para hablarme. Todos los demás han salido del salón, solo quedamos ella y yo, mi mirada está fija en unos papeles sobre mi escritorio, pero noto de reojo que ella me está mirando sin hacer nada más. “¿Qué diablos pretendes? Sal ya del maldito salón o no respondo.” —¿Necesita algo, Ferguson? —bien, el tono ha salido los suficientemente autoritario para hacerla saltar en su lugar. La veo tensarse y su mirada se apaga un poco antes de responder. —No, profesor —responde severa. El aire se pone tenso de repente, así que decido que es suficiente y me preparo para salir, tomando mi maletín, pero al verla parada mirándome todavía. No puedo evitar caminar hacia ella, algo irritado. —¿Necesitas algo? —cuestiono entre incrédulo y molesto—. ¿Por qué sigues retrasando tu salida? Ella se pone muy nerviosa y reprimo una sonrisa porque he adivinado sus intenciones rápidamente. Eso, a pesar de todo, me causa diversión, incluso su sonrojo la hace ver radiante. —Y-yo no... no he... —comienza a tartamudear y aunque quiero reírme, la miro fijamente, esperando que acabe de hablar—. No sé... de qué habla, profesor. La oigo hiperventilar cuando rozo su brazo, sus mejillas se tornan de un intenso carmesí cuando me coloco frente a ella y se encoge un poco ante mi presencia. Me gusta tenerla cerca, no puedo evitarlo. —¿Qu- qué...? —parece a punto de sufrir un síncope cuando me inclino para tomar su bufanda. Cuando recobro mi posición inicial, veo que sus ojos están cerrados y sus labios permanecen entreabiertos. No puedo evitar recordar esa tarde en la oficina y lo que pudo haber pasado si no se hubiera ido corriendo como conejillo asustado. Demonios, deseo besarla otra vez. —Se te cayó esto —ella abre los ojos y ve que sostengo la bufanda, parece que se ve algo desconcertada. ¿Acaso esperaba algo más de mí? Claro que sí. Ella duda unos segundos y luego de lo que parece una eternidad, toma el trozo de tela de mi mano y siento el roce de su piel, que me trae una extraña sensación familiar, una que ignoro al ver su estúpido comportamiento. Veo sus labios temblar, ladeo un poco la cabeza y alzo una ceja al reparar en sus expresiones, siento curiosidad por saber si va a cambiar de opinión con lo tímida que siempre parece estar delante de mí. Parece que ni siquiera puede aguantar mi mirada fija. —No la pierdas —señalo el trozo de tela de sus manos—. Más te vale ser menos descuidada, Ferguson, no estamos en primaria. Veo que tuerce la boca y me dirijo hacia la salida sin volver mi mirada ni una sola vez. "Maldición, la tensión entre nosotros es evidente. ¿Cuánto tiempo le tomará volver a mí? Bien, espero que sea pronto", pienso para mí mismo, seguro de mis palabras. Y es que sé que es cuestión de tiempo para que Leilah reconsidere mi propuesta, el hijo de Elton es un muchacho sin personalidad real y parece que no tiene la más mínima intención de estar con ella, lo que queda como anillo al dedo. Me voy a mi cubículo porque no quiero encontrarme nuevamente con esa mujer de cabellos rojos y voz de silbato. Siento que comienzo a detestarla, y la verdad prefiero inventar cualquier excusa para no haberme reunido con ella a la hora del almuerzo, a aguantarme sus absurdos coqueteos que no van a llegar a ningún lugar. No pienso caer ante ella por ninguna razón, también han llegado los rumores a mis oídos y prefiero apartarme de cualquier situación que provoque un escándalo. Odio esa clase de sucesos. Por nada ni nadie del mundo pienso perder mi reputación o mi amada carrera. *** Alan "No tengo ganas de ninguna fiesta, perdedor", era el mensaje que le había mandado a Neil y ahora lo tenía como loco, respondiendo que debía ir, que Leilah incluso estaría allí. Esa es precisamente la razón por la que no quiero ir… ella. La última vez, las cosas estuvieron algo extrañas y como con Kristen las cosas iban cada vez a mejor, no quería que se llevara una nueva decepción y verla triste es algo que no soporto. Lo pienso por unos minutos y al final me armo de valor para ir a la dichosa fiesta, pero solo porque Neil me lo había pedido. Aunque no me agrada ver a la mayoría de mis ex compañeros de la universidad, ya que son idiotas en su máximo esplendor. Eso incluye a los idiotas de Russell y Kevin, los insoportables amigos de Neil. —Hey, mal nacido, te ves bien —me saluda Neil apenas toco la puerta, con un abrazo incluido—. Los chicos acaban de llegar, pero hay otros que faltan. —Gracias, idiota —digo con una sonrisa. A los segundos llega su madre y se acerca a saludarme, luego tengo que aguantar la perorata de Russell, un tipejo sin ninguna clase de ingenio más que para hacer el ridículo. Neil me dice que Leilah ya debe estar por llegar con sus amigos, y la verdad no quiero ver a nadie, pero no me queda de otra que fingir que la estoy pasando bien. El ambiente no está nada mal, pero la incertidumbre de lo que puede ocurrir me tiene aprensivo. Esto de actuar como un ratón asustado, huyendo del posible ataque del gato, me hace sentir ridículo e infantil. Pero ya lo había decidido, no podía involucrarme, y aunque su presencia me agrada y me hace sentir incómodo al mismo tiempo, siento que es demasiado pronto para estar frente a frente. Leilah llega y aunque nos saludamos brevemente, Neil y sus amigos comienzan a hacer retos y no puedo resistirme a la competencia, así que me olvido de la compañía de chicas por un par de horas. Veo que ella también está hablando animada con sus amigas, así que decido no acercarme a la zona peligrosa, solo por si acaso. "¿Puedo llamarte o estás muy ocupado?" El mensaje de Kristen me llega como anillo al dedo y me apresuro a informarle a Neil que voy a salir afuera a hacer una llamada. —Está bien, pero no tardes tanto, mira que toca hacer otro reto —dice con una sonrisa tranquila—. Además, Leilah estaba preguntando por ti hace rato. —¿Por qué me recuerdas una y otra vez a tu hermana? Ya sé que anda por aquí —espeto irritado sin pensar—. Espero que no quieras nuevamente dejarnos a solas o algo así, porque te golpearé. —Prometí que no lo haría, Alan —me dice seriamente y sé que he sido demasiado duro con mis palabras—. No te preocupes, quizás ella todavía quiera verte… o quizás ya no. Sé que hay un trasfondo en esas palabras, pero no me quedo a averiguarlo. Salgo fuera de la casa para tomar aire y marcar el número de Kristen. —Sabía que ibas a llamarme —dice con voz melosa al responder—. ¿Me extrañabas? Suelto un monosílabo y ella sigue contándome de su día y lo mucho que había pensado en mí. Sé que siento algo por ella, pero no sé qué es realmente. Me gusta porque es bonita e inteligente, pero no quiero ponerme a elucubrar sobre lo que falta o seguramente mi cabeza va a estallar. Camino de un lado a otro, mientras escucho la voz de mi ex en mi oído, y me estoy preguntando por qué sigo aquí, cuando noto una mirada que conozco sobre mí. —Tengo que colgar. —Pero… Sin más, cuelgo la llamada sin siquiera despedirme, y me encuentro con la mirada de Leilah. —Alan —su voz es apenas un murmullo ronco y peina su cabello con una sonrisa algo extraña. ¿Por qué rayos me mira de esa manera? —¿Por qué no estás adentro, Leilah? —le digo algo cortante, tratando de sacar esos pensamientos de mí. —Necesitaba algo de aire —se encoge de hombros—. ¿Qué pasa contigo? Neil estaba a punto de retarte a otra de sus competencias, hasta Russell estaba interesado. Bueno, no debes conocerlo o quizás sí… —se detiene abruptamente, hablando demasiado rápido como si estuviera nerviosa. ¿Me estaba buscando? Ay, no. —Me lo presentó hace rato, es fastidioso. —Un poco —muerde su labio y me mira a través de las pestañas—. No ha parado de invitarme a salir. Entrecierro los ojos por sus palabras. ¿Qué pretende con todo esto? Hay un silencio algo incómodo que se instala entre nosotros, no puedo dejar de pensar en Kristen y las palabras de Neil de "no dar segundas oportunidades, porque siempre hay gente esperando la primera oportunidad". ¿Por qué se me viene a la mente ese idiota y sus ridículas palabras? —Alan —me llama ella, y creo que le respondo con un "¿sí?" distraído. —El otro día que me enviaste un mensaje, creí que te ocurría algo. —¿Por qué pensaste eso? —frunzo el ceño por sus palabras. —Ya sabes —suelta un suspiro—, desde que nos reencontramos hemos hablado un poco más, antes nos distanciamos un poco. —Ya sabes, la universidad —evado sus palabras un poco, porque fue más el estar con Kristen y la posibilidad de volver con ella lo que me alejó de todo. —No puedes culparme por preocuparme por ti y ese mensaje —me mira de esa manera que me hace sentir algo incómodo. Incluso me siento algo halagado por sus sentimientos, pero ahora… simplemente no puedo cambiar esto entre nosotros, no se me hace correcto. —Quería hablar con alguien —vuelvo mi mirada al frente, apoyando mis codos en la baranda de las escaleras. Por alguna razón, el no tener que mirarla a los ojos mientras me dice que se preocupa por mí, hace más llevadero el no poder corresponderle. —¿Estás bien? —pregunta con voz suave. Frunzo los labios al recordar la conversación con Rick y la pelea con mis padres. Si no fuera por mi hermano mayor, hace rato me habría ido lejos de Elton y su manía de compararme con todos, pero claro, también pienso en mi madre. —Si necesitas algo... o Rick... —acaricia mi antebrazo y deja el ofrecimiento en el aire. La miro fijamente, porque sé que Leilah es demasiado buena para todos, incluso para mí. —Lo sé, pero no hace falta —me despego de la baranda, con intenciones de ir nuevamente adentro—. Gracias, Leilah. Ella sonríe ampliamente y siento la vibración de mi celular en mi mano. Ya sé de quién se trata y aunque quiero tomarle la palabra a Leilah y decirle lo que había pasado, prefiero desligarme de todo este asunto por un rato, para no seguir agobiándome. Su expresión cambia unos segundos después y me pregunto el porqué, pero el celular sigue vibrando en mis manos y siento que me jala en dirección opuesta a ella, así que jugueteo con él, alejándome nuevamente. —El siguiente reencuentro, sé tú quien haga la reservación —sugiero, porque es obvio que el sitio elegido por Neil no fue el mejor, y procedo a responder la llamada—. Kristen. —¿Por qué me cortaste antes? —cuestiona la pelirroja y tengo que rodar los ojos por su molesto instinto controlador. ¿Puede ser que por esa razón, me sienta tan cómodo con ella? Es posible, estoy acostumbrado a ese tipo de tratos, aunque sé que no está nada bien. Cuando entro a la sala quince minutos después, descubro que Leilah se fue a casa y ni siquiera se despidió. No puedo evitar fruncir el ceño y preguntarme si se sintió demasiado ofendida por mi trato antes o quizás por mis palabras. Neil no me lo reprocha, pero se nota que va a darme otro sermón que francamente no tengo ganas de escuchar ahora, y es por eso busco una excusa para irme rápidamente mientras pienso nuevamente en sus ridículas palabras.
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