[Anna] - ¡Fóllame!

4273 Words
Una hora después la velada transcurre superando las expectativas de Anna. Su efebo no solo es guapo y maduro, sino que hace gala de unos exquisitos modales, una buena cultura y un cosmopolitismo que la impresiona: solo en el último año ha viajado por más países que ella en toda su vida. Tiene gusto y lo demuestra: ha sido capaz de elegir acertadamente dos vinos distintos, para acompañar cada uno de los platos en un maridaje perfecto y ahora está mirando un licor para acompañar el postre. No ha hecho ni una sola mención a los precios, como si en vez de en uno de los bares más de moda y exclusivos del barrio de Salamanca, estuvieran en una tasca de barrio pidiendo cañas. Está claro que el dinero no le preocupa. O al menos no lo demuestra. Respecto a ella, Anna ve con agrado como el chico está atento y la mira con ojos interesados. En el local hay al menos una decena de bellezas espectaculares, casi todas como ella, dejándose invitar. Si estuviera allí su Javier, no habría podido echar evitar echar mínimo un par de miradas a cada una. Stefano no ha vuelto la cara ni una sola vez, ni siquiera cuando al volver del servicio una de ellas se ha cruzado y le ha sonreído con descaro. Una rubia alta, joven y con pinta de modelo. El chaval llama la atención entre la parroquia femenina y a pesar de ello, allí está pendiente de cada movimiento, de cada mirada y de cada palabra suya. Y hablando de palabras, poco a poco la conversación ha ido volviéndose más personal. Clara en la superficie pero turbia en el fondo. Llena de dobles sentidos y de alusiones a la aventura, a la pasión, al sexo…Anna está sorprendida por como Stefano ha sido capaz de ponerla cachonda sin haber mencionado ni una sola palabra soez o explícita. Sus intenciones se sobreentienden, pero tiene la lucidez y la caballerosidad de no estropearlo con ninguna vulgaridad y de no presionarla, dejando siempre terreno para que dé un paso atrás si algo no le agrada o si considera que van demasiado rápido. Pero a ella le arrebata todo lo que sale de su boca. No es una mojigata y sabe a qué están jugando allí. Y le gusta. Con el último chupito la recorre una ola de calor que se torna un bochorno que le oprime el pecho, cuando él pone la mano sobre la suya en la mesa. — Hemos hablado mucho de mí pero poco de ti, Anna. Estoy tan bien, que la noche se va a pasar en un suspiro y apenas voy a saber nada de ti. — Y ¿qué quieres saber? — pregunta ella. — ¿Te gusta la aventura? — ¿A quién no? — responde con otra pregunta, también cargada de doble sentido. — La aventura tiene riesgos. A veces hay que internarse por caminos inexplorados — Indica mientras da unos suaves golpecitos con su dedo índice en el anular de ella, justo donde está la señal de su anillo de boda, ahora convenientemente guardado en el bolso. Anna capta rápidamente la referencia y suelta una pequeña risa. Hasta ese momento nadie había mencionado nada de maridos ni novias. Stefano, sin mencionar la palabra, ha puesto el asunto de manifiesto. En la misma línea de toda la noche: con elegancia, poniendo el dedo en la llaga pero dejándole margen de maniobra por si ella decide dar un volantazo. — Anna, no quiero crearte problemas, pero... — ¿Pero? — La marca de ese anillo no me va a detener. Si quieres que lo dejemos aquí, estás a tiempo. — ¿Tan seguro estás que voy a aceptar? — Creo que sí: eres valiente y tienes las cosas claras, y yo te ofrezco algo emocionante y distinto – hace una pausa antes de continuar, dando un sorbo al vino para dejar que sus palabras calen en la mujer — Pero también puedo estar equivocado y en ese caso, lo último que quisiera es incomodarte. — ¿Qué es eso emocionante y distinto que me ofreces? quizás consigas convencerme Ahora el que ríe es él. Una risa franca y seductora que acompañada de una caricia en la mano, hace que Anna moje el tanga. — Para averiguarlo tendrás que aceptar. “Maldito cabrón seguro de sí mismo”, piensa ella, consciente de que en su mente ya se lo está follando. “Todavía no te voy a decir que sí, aún no, pienso aguantar aunque sea un poquito más”. — ¿Tomamos la última? Aquí cerca está el Geographic Club que pone unos mojitos excelentes. — Por supuesto — concede haciendo una señal con la mano a la camarera para que le traigan la cuenta. Cuando esta llega, simplemente pasa la tarjeta sin mirarla. A pesar de ser solo dos, no ha debido bajar de los 300 €, calcula Anna. Salen del brazo y esta vez Stefano no tiene que invitarla a cogerse de él. A las 23:45 y con dos mojitos más encima, es hora de tomar decisiones. Anna se disculpa un momento y se dirige al baño del Geographic Club. Saca el móvil y le escribe a su marido preguntando por la niña. — Ya está acostada – responde. — Yo voy a tardar, nos hemos ido de copas. — Vaya, bueno pues tú verás, mañana toca madrugar. Yo ya me acuesto también. — Bien. No te preocupes. Procuraré no hacer ruido cuando llegue luego. Hace un largo pis y se seca con un kleenex que saca de su bolso. Luego en el lavabo, se mira. Trata de decirse que se conserva muy bien a sus cuarenta y cinco años, pero aunque esto es cierto, no puede evitar ver un rostro muy diferente al que gastaba cuando tenía la edad de Stefano. Cada arruga, cada marca, cada pequeña hinchazón, le recuerda a la Anna veinteañera y pone de manifiesto la diferencia de edad. Muy bien, Anna, tú decides: ¿para casa o para el hotel? Está un poco mareada, los mojitos iban bien cargados, pero extrañamente lúcida, o al menos, eso piensa cuándo acaba tomando la decisión. No le importa no ser ya una jovencita: le ha gustado a Stefano por algún motivo, así que ¿qué más da? lo importante es no desaprovechar esa ocasión. Quiere sentirse deseada, anhela una noche de placer y de pasión. Y todo eso lo tiene al alcance de la mano, le basta con una palabra o con un gesto para conseguirlo ¿Cuántos Stefanos más se va a encontrar en lo que le queda de vida? Por un instante trata de encontrar un motivo para no hacerlo. Se pone en el lugar de su marido, piensa en si debe hacer lo correcto o sucumbir a la tentación, pero es una tentativa inútil, apenas le vale solo para justificar el expediente: ella ya tiene clara la decisión y también sabe que apenas habrá remordimiento. No es de las que se comen el coco con estas cosas, además, está convencida de que su marido ya ha tenido más de una oportunidad y casi con seguridad la habrá aprovechado. Y ahora, si se representara una chica quince años más joven y guapísima, tampoco él dudaría. Reconstruye un poco el maquillaje volviendo a darse eyeline y un nuevo repaso de lápiz de labios. Luego sale decidida, ya cubierto el expediente del momento de duda, y ahora va en busca de aquello que desea desde que cerraron la cita un día antes. — ¿Otro mojito? — le pregunta Stefano haciendo agitar los cubitos en el vaso vacío. — ¿En qué hotel decías que estabas? — En el Eurobuilding. — Vamos. Stefano sonríe. — Claro que sí. Si te parece tomamos un taxi, no está lejos pero ¿para qué perder media hora andando? — Tengo el coche en el parking. Mejor lo llevamos. — Perfecto, la habitación tiene derecho a plaza de garaje, pero yo no tengo vehículo, así que podemos pasar el tuyo. Eurobuilding es un hotel de 4 estrellas, algo antiguo ya, pero de primera categoría. — ¿Vas a estar de hotel hasta que alquiles el loft? — pregunta Anna. — Mi intención era alquilar algo mientras encontraba un sitio definitivo, pero aquí no te hacen contratos por meses, hay mucha demanda. Ahora que tú has tenido a bien dar los permisos ya no merece la pena buscar nada. Seguiré unos días más de hotel hasta que me pueda ir al loft. Suben a la habitación en el séptimo piso. Moqueta, una cama de 150 cm y una terraza que da a la principal arteria de la ciudad. — Bonitas vistas — dice ella observando la miríada de luces que titilan a lo largo de la avenida. — Desde luego — responde Stefano con la vista puesta en sus ojos y luego recorriendo su escote con la mirada, sin molestarse en contemplar el paisaje. La mano se acerca y le acaricia el cuello, con una suave presión la atrae hacia sí y unos labios carnosos se cierran sobre los suyos. Un beso húmedo, largo y profundo la deja sin aliento. El otro brazo rodea su cintura y la aprieta contra él, mientras repiten beso, esta vez con lengua. Anna reacciona y le echa los brazos a la nuca, sacando también su lengua a pasear y no escatimando en saliva, mientras se aprieta contra el cuerpo duro y esbelto de Stefano. El chal cae hacia atrás y mientras recupera el hálito, él aprovecha para besarle el cuello y los hombros. — Me habías prometido una aventura, una sorpresa — gime ella con los ojos cerrados. — ¿Estás segura? yo tengo unos gustos tanto especiales, quizá no coincidan con los tuyos… a lo mejor prefieres algo más convencional. — Si esto va a ser algo convencional cojo la puerta y me voy. — Jajajaja. La lleva hacia la cama sin dejar de acariciarla y hace que se siente. Luego, de pie frente a ella, se va quitando la ropa. Despacio, con cuidado y elegancia, sin chabacanerías, de forma que Anna pueda disfrutar del striptease. El cuerpo del chico es espectacular y conforme lo va descubriendo, la mujer se va excitando más y más. Finalmente queda desnudo y Anna, no puede retirar la vista del último y deseado secreto descubierto: un pene largo y grueso cuelga como un péndulo delante de ella. Poco a poco va poniéndose erecto. Aquello debe estar alrededor de los 20 cm si no más, calcula sorprendida. “Joder, este tío es perfecto” piensa. Si además es bueno en la cama, va a ser el polvo de su vida. Stefano la toma de las manos y la hace levantarse. Repite el abrazo y el beso mientras ella se estremece, al fundirse contra el cuerpo que ahora sabe desnudo, notando en su vientre la forma cilíndrica de un gran falo erecto. Ahora es su turno. Se separa un poco y coge uno de sus tirantes dejándolo caer por el hombro. Cuando va a repetir la operación con el otro tirante, Stefano la coge por la muñeca. — El juego comienza ahora — le susurra al oído — Tendrás que obedecerme... Y deberás dejarte hacer. A partir de este momento tu voluntad es la mía — Le dice mientras le muerde la tetilla de la oreja. Anna no habla: traga saliva y suspira excitada y expectante. — Yo te quitaré la ropa. Stefano deja caer los tirantes y tira del traje hacia abajo, dejando libres los pechos de la mujer. Desabotona el pantalón y acompañando con las manos, se lo baja hasta los tobillos. Lo hace con cuidado pero aprovechando para acariciar sus glúteos y sus muslos. A la vez que la despoja de la ropa, aprovecha para tocar, besar y acariciar. Sus labios recorren su vientre, un poco prominente, siguiendo la curva que va desde su ombligo hasta el pubis. Le deja el tanga puesto, apenas lo ha rozado con su nariz y su boca, pero Anna ha sentido como la recorría un estremecimiento. Finalmente le quita los tacones, aprovechando para besarle el empeine y los dedos. Saca la lengua y lame algunos de ellos, observando cada reacción de Anna, pendiente del efecto que tienen sus acciones sobre ella antes de pasar a mayores y confirmando que no muestra rechazo o incomodidad. Stefano se incorpora y la vuelve de espaldas bajándole el tanga y deslizándolo para sacarlo por los pies. La envuelve en un abrazo desde atrás y ella percibe la v***a tiesa contra su culo, restregándose por sus cachetes y presionando justo en su raja. Las manos recorren su vientre y suben (haciéndole cosquillas) hasta los pechos. Los dedos juguetean con sus pezones. Besa su cuello, ella se gira buscando su boca y se muerden los labios en esa forzada postura. La mano baja entonces hasta su entrepierna. No va directa, hace un rodeo pasando por su cadera y por su ingle, antes de rozar apenas su coño. Anna emite un gruñido de enfado y presenta su pelvis sacando cintura, porque desea una caricia mucho más contundente y directa. En ese momento, él se separa. — No te muevas – le ordena. Ella permanece quieta, de pie en medio de la habitación y desnuda, observando como Stefano se acerca al cajón de la mesita de noche y saca una especie de venda de tela negra. Vuelve y situándose detrás, se la coloca en la cara, anudándola con cuidado de no ejercer excesiva fuerza. Ella se remueve inquieta, aunque sin llegar a oponerse. — Chissss — le sesea él — ¿no me habías dicho que no querías algo convencional? Le da la vuelta, le levanta la cabeza y la besa mientras con las manos le aprieta las nalgas y le empuja hacia sí, de forma que Anna puede notar la v***a dura, con los huevos presionando sobre su pubis y vientre. Una ligera humedad le empapa el ombligo y sabe que es el líquido preseminal. Se pega y se restriega contra el cuerpo del joven: sabe que Stefano está excitado, si no, su prepucio no estaría mojado. Le gustaría frotársela contra su vulva, pero por la diferencia de altura no puede, así que se empina un poco, a la desesperada. Siente el aliento de Stefano y oye una breve risa suya ante sus intentos. La coge de los muslos y la levanta. Ella los cierra el rededor de su cintura y se coge a su cuello, buscando a ciegas su boca. Mientras se besan, Stefano la deja caer un poco hasta que su glande y el coño de Anna toman contacto. Al tenerla sujeta por cada nalga con sus manos, el mismo peso hace que su rajita despegue los labios vaginales dejando la entrada libre para la penetración. Ahí la sostiene a pulso, mientras ella se retuerce intentando que la punta encuentre el camino a su interior. Resbala una y otra vez por la entrada de su coño. En ese momento, es consciente de lo mojada que está. — ¿Estás segura que quieres jugar? Es tu última oportunidad de dar marcha atrás. — No pienso dar marcha atrás — balbucea entre jadeos y sin dejar de buscar la penetración. — Vale, haremos una cosa. Si en algún momento te arrepientes o crees que voy demasiado lejos, solo tienes que decir la palabra mágica. — ¿Cuál es esa palabra? — Lo haremos fácil: digamos que la palabra es “stop” ¿te parece bien? — No pienso usarla. — Repítela por si acaso. — Stop. En ese momento la suelta y Anna queda de pie, un tanto desconcertada al ver que se ha retirado. Stefano la rodea y envolviéndola con sus brazos le susurra: — ¿Ves? no pasa nada. Si tú dices “stop” yo me retiro, pero habrás podido observar que es menos divertido, en el momento más intenso te has quedado sin el mejor premio. Ella mete la mano por detrás, busca su m*****o y lo aprieta con dureza, lo cual provoca un gemido del chico. — No se te ocurra volver a dejarme con las ganas ¡cabrón! — Murmura. Él se ríe. La toma en brazos y la lleva a la cama, tumbándola y recolocándole la venda para que siga sin ver. Toma uno de sus brazos y con otra venda que saca del cajón, la ata al cabecero de la cama. Repite la operación con el otro brazo ante una sorprendida Anna, que no puede menos que acordarse de su fantasía ¿Será posible? No es exactamente igual pero la coincidencia hace que mil hormigas recorran su cuerpo. Stefano continúa, tomándola de la barbilla, y empieza a lamerle el cuello. Baja por el canal de los pechos y se entretiene acariciándolos. Ella suspira hasta que el pellizca con más fuerza y el gemido se transforma en grito. Entonces retira los dedos y los sustituye por su lengua. Rodea el pezón y lo lame relajando el dolor. Luego, succiona con los labios y vuelve a hacer pinza con los mismos aunque sin llegar al nivel de daño anterior. Anna se agita y jadea inquieta, navegando entre el dolor y el placer. Tiene que reconocer que aquello la pone mucho, es una especie de variante de su fantasía y no se lo esperaba. Está expectante ante lo que tiene que llegar. Por un instante se siente preocupada. No conoce de nada al chico ¿y si es un desequilibrado o un psicópata? Está su merced. Trata de tranquilizarse. Si tuviera intención de hacerle daño la habría amordazado para que no gritara. Además, le ha dicho qué palabra puede utilizar para pararlo todo. Está tentada de hacer la prueba, pero no quiere usarla, quedaría como una estúpida. Y además es tan rico lo que le está haciendo ahora... Ha dejado sus pechos y su boca recorre ahora poco a poco el camino de su entrepierna, deteniéndose en el vientre para besar y lamer. Luego, llega al sexo, que Anna ha tenido la precaución de depilarse casi por entero. Le separa los muslos y entierra su boca entre ellos. — ¡Dios qué gusto! El chico es un auténtico experto. Empieza lento, lamiendo de abajo se arriba y deteniéndose en los bordes para luego concentrarse en su clítoris. La respiración se le acelera, los ahogos son cada vez más continuos, empieza a notar contracciones que salen desde su matriz, recorriendo la v****a y estimulando su clítoris, que responde a cada lametazo con un calambre de placer. Puede sentir cómo se Stefano retira una de las dos manos que presionan sobre sus muslos para mantenerlos abiertos, a continuación, nota un dedo juguetear a la entrada de su v****a. Está chorreando, el chico no ha parado de lamer y mientras continua, se lo introduce hasta el puño. Con suavidad pero con decisión. Una vez dentro, lo dobla hacia arriba haciendo gancho. Anna va soltando rítmicos gritos de placer que van en aumento gracias a la doble estimulación desde dentro de su coño y por fuera. El orgasmo es inevitable y ella se abandona. Retuerce las piernas, tensa los brazos sin conseguir soltarse y finalmente, arquea el cuerpo mientras se corre: el orgasmo más prolongado que ha tenido en mucho tiempo. Stefano continúa y acaba por hacerle cosquillas en su sensible nódulo. Quiere agarrarlo de la cabeza y separarlo, pero no puede al estar sujeta. Patalea y trata de juntar las piernas pero él sigue lamiendo. — Para, para — le pide, pero le hace caso, ignora sus suplicas. Finalmente cae en la cuenta y grita: — Stop, stop, stop… Stefano se interrumpe. Se incorpora y acercándose a gatas a su cara, le dice: — Si pronuncias la palabra, me detengo, pero ten en cuenta que es para toda la noche. Hoy lo dejaré pasar porque es nuestra primera cita, pero la próxima vez que digas stop, cesaré todo contacto y entonces tendrás que vestirte e irte a casa ¿lo has comprendido? Ella asiente con la cabeza. Está agotada por el orgasmo y confundida por el cúmulo de sensaciones nuevas. El chico no le ha mentido: es toda una aventura nada convencional. Pero por nada del mundo quiere irse. Es lo más estimulante que le ha sucedido y no está dispuesta bajarse tan pronto del tiovivo del sexo al que Stefano la ha subido. Él se levanta y lo oye abrir un mueble. Es el minibar. Lo siente sentarse en la cama y a continuación da un grito. Algo la quema en el vientre. — Chisssdd — vuelve a chistar el chico — es solo hielo. Ella se tranquiliza, aunque su vientre sigue subiendo y bajando nervioso. El muchacho recorre con el hielo su cuerpo hasta llegar al pecho y entonces, empieza hacer círculos concéntricos alrededor de sus senos hasta acabar en sus pezones. El cubito casi derretido ya no quema, en realidad la alivia a la vez que consigue que sus pitones se pongan de nuevo erectos. Stefano hace desaparecer el cubito en su boca y después, baja y pasa su lengua fría por el clítoris. Alterna lametones y pasadas del hielo hasta que este se deshace. El contraste excita a Anna, que suspira con los muslos abiertos y las manos colgando de las vendas atadas al cabecero. Stefano se incorpora y se acerca de nuevo a su rostro. — Tienes la barbilla llena de saliva y de babas y el coño lleno de flujo. Vaya corrida que te has pegado. Anna asiente nuevamente sin hablar. — Estás sucia. La mujer se estremece ¿vendrá ahora un nuevo castigo? — No puedo limpiarme: tengo las manos atadas. — Puedes pedirme que lo haga yo… — Stefano ¿puedes limpiarme? — ¿El qué? — La boca y mi.... — ¿Tu qué? ¡Dilo! — Mi sexo. — ¿Mi sexo? Eso tiene otro nombre ¡quiero oírtelo decir! — ¡Mi coño! ¡Quiero que limpies mi coño! — Mucho mejor cariño ¿Sabes que eres todo un hallazgo? me gustas Anna — Susurra y a continuación comienza a lamerle los labios y luego la barbilla. Sus salivas se entremezclan y ella siente su cálido aliento, mientras Stefano va recogiendo con la lengua los restos. Luego la seca con una sábana y después se traslada a su entrepierna de nuevo, repitiendo la operación. Su clítoris sigue sensible, pero esta vez, él tiene un especial cuidado de no hacerle cosquillas. Anna vuelve a gemir aunque la caricia es más lenta. Sigue caliente y por un momento piensa que va a encadenar otro orgasmo. No recuerda cuál fue la última vez que tuvo dos seguidos. — No, no, no — suplica... Ya es demasiado tarde y no quiere correrse así. Quiere tener a Stefano dentro de ella. — Está prohibido decir no, cariño. Solo puedes decir “stop” y ya sabes lo que eso significa. — Perdóname. — ¿Lo has comprendido? — Sí, sí, solo es que necesito que...Me gustaría que me tomaras. — Pídelo por favor. — Por favor, tómame. — Esto parece una puta telenovela. No seamos convencionales ¡venga Anna! aprendes rápido y eso hace que me gustes aún más. Pídemelo con otras palabras más sucias, cuanto más sucias, más rápido lo haré. — Fóllame, fóllame el coño. — Seguro que puedes hacerlo mejor… — ¡Métemela hasta el fondo, lléname de polla! Stefano todavía se hace de rogar un momento más. — ¡Reviéntamelo hasta que me corra otra vez, joder! ¡No me hagas esperar más, so cabrón! — Bien, muy bien ¡no sabes cómo me gustas Anna! no me equivoqué contigo — le susurra mientras ella nota que algo presiona a la entrada de su v****a. Stefano se ha colocado un preservativo lubricado y la está penetrando ¡Dios! es grande, muy grande. Su v****a se dilata y poco a poco consigue introducirla. Nota el peso del chico sobre ella y el roce que progresivamente se va convirtiendo en un placer desaforado. Cuando llega al final, tras un empujón algo más brusco, ella siente un pinchazo que rápidamente se convierte en un calambrazo de gusto. Stefano aumenta el ritmo mientras ella jadea cada vez más fuerte y más rápido. El chico sabe hacerlo, parece que lee su cuerpo para acoplarse con ella al mismo ritmo ascendente. — Fóllame, fóllame — gime Anna — ¡Más fuerte! — ¡Grita! quiero que te oiga todo el hotel. — ¡Que me folles! Digo que quiero que me foooooolles — Grita ella sin reconocerse –Foooll.. Folla ....meeeee…. — Intenta seguir gritando, pero ya no puede articular las palabras. Convulsiona en medio de un orgasmo tremendo mientras Stefano aprieta hasta el fondo, llenándola con toda su virilidad. Uno de sus brazos finalmente se ha soltado. Ella lleva la mano al culo de su amante y luego lo agarra arañándolo, mientras el chico llega al clímax. Lo nota bombear y el simple pensamiento de cómo debe estar llenando el condón de leche, le provoca una última contracción de placer. Stefano intenta retirarse con delicadeza, pero ella cierra las piernas sobre su trasero. — Todavía no, por favor, todavía no… quédate dentro un poco, me gusta sentirte, me gusta cómo me colmas. — ¿Te gusta mi v***a? — Es fantástica — suspira ella. El chico levanta la venda y luego le desata el otro brazo sin salir de ella. Luego la abraza. — Como dijo Humphrey Bogart en Casablanca: este es el inicio de una bonita amistad — le dice mientras la vuelve a besar.
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