Hannia mira las puertas del autobús abiertas. Mira sin ver, claro, porque ella está otra cosa, observando de piel para dentro, no de pellejo hacia fuera. Un leve toque de bocina la sorprende y entonces sí, fija la vista y puede ver al conductor que la mira interrogante. “Vas a subir o qué” parece decirle el chófer del autobús de la línea 7, la única que pasa por aquella parada. Ella mueve la cabeza negando vehemente y la puerta se cierra, arrancando entre volutas de humo oscuro que hace que los pulmones se le encojan, reticentes a recibir aquel aire cargado. “Pero ¿no eran ya todos los autobuses eléctricos y de gas?”, se pregunta mientras una lágrima le recorre la mejilla. Ella no está ahí para coger ningún bus, sino porque es el único sitio un poco resguardado y solitario donde poder ru