Me llamo Martha tengo 32 años y es la primera vez que entro en un bar de lesbianas. — Venga tía ¡atrévete! — me dice mi amiga Montse mientras tira de mí arrastrándome hacia el local, un semisótano identificado solo por un pequeño neón que titila en la oscuridad de la calle. Entre risas yo me resisto. — Que no, que me van a meter mano… — Más quisieras tú. Anda ven, que eres muy sosa y te hace falta vivir nuevas experiencias. Montse es lesbiana y me empuja a través del portal con la tranquilidad que da el conocer el ambiente y el terreno que pisa. Yo no y de repente, el cachondeo y las ganas de diversión que dan el ir ya por la quinta o sexta cerveza, se transforman en cierto nerviosismo y aprensión ante lo desconocido. La primera sorpresa es que el portero del local es un hombre, que n