Susan estaba en el tálamo ibicenco, colchones mullidos con cojines de fino encaje y telas de gasa flotando a los lados. No el típico conjunto de playa basto y lleno de arena, sino uno mucho más sofisticado, con cobertor de lino muy fino y sábana de seda, una caricia para la piel. Su mirada descansaba en la piscina infinita con vistas a Santorini, donde una colchoneta se mecía suavemente en la lámina de agua a capricho de la brisa mediterránea, formando pequeñas ondas en la superficie de cristal. El daiquiri en la mano, gafas de sol y un minúsculo bikini de Paul Gautier que apenas dejaba nada a la imaginación. Hoy vendrían a prepararle unos platos típicos un chef de la isla, moussaka y también saganaki, hecho con el mejor queso de la isla, todo regado con vinos del lugar. Después siesta y