La penumbra nocturna envolvía el puerto de Dundalk cuando Declan y Nora retornaron al muelle. El bullicio diurno había menguado, dando paso a un ambiente lleno de una dudosa tranquilidad. Nora, con sus sentidos en alerta máxima en el puerto, escudriñaba los alrededores. Sus ojos verdes, vivaces y alertas, se movían incesantemente de un lado a otro, captando cada movimiento en las sombras. Mientras tanto, Declan se afanaba en desatar las amarras del bote con sus manos expertas trabajando con rapidez y precisión. El murmullo de las olas contra el casco de las embarcaciones y el crujir de la madera bajo sus pies componían una sinfonía nocturna que no lograba apaciguar la impaciencia que les embargaba, especialmente a la muchacha. Nora, siguiendo el consejo de Declan —más por instinto de supe