La doctora no respondió de inmediato. En su lugar, arrastró un taburete metálico hasta situarlo junto a la cama. El chirrido de las patas contra el suelo hizo que Soran apretara los dientes. Con movimientos precisos, casi rituales, ella comenzó su examen. Sus dedos, fríos y clínicos, buscaron el pulso en el brazo de Soran, y el rasgueo de su pluma sobre el papel de la libreta rompió el tenso silencio. —Vine a ver cómo estabas, sujeto de pruebas —respondió finalmente, con su tono profesional contrastando con la intimidad forzada de la situación—. Mañana te daré otra dosis de la droga de sangre vampírica... quiero ver si estás en condiciones para soportar otra dosis mas fuerte, por ordenes de Su Majestad… Soran no pudo evitar que sus músculos se tensaran ante la mención de la droga. El rec