El reloj digital de su celular marcaba las ocho de la noche cuando Nora dio los últimos toques a su atuendo. Se apartó del espejo y contempló su reflejo con una mezcla de asombro y satisfacción. El vestido que lucía era una verdadera obra de arte: un corpiño rojo intenso abrazaba su torso, adornado con intrincados bordados dorados que danzaban sutilmente con cada movimiento, como si tuvieran vida propia. El escote, audaz pero elegante, dibujaba una línea cuadrada que resaltaba su clavícula y estaba delicadamente bordeado por un encaje blanco que contrastaba con su piel bronceada, creando un efecto visual cautivador. Las mangas, voluminosas y abullonadas, típicas de la época, estaban confeccionadas con una tela clara de suave estampado que le conferían un aire romántico y sofisticado. Par