En ese instante, Nora se encontraba en una situación que jamás habría imaginado. El calor subió por sus mejillas, tiñéndolas de un intenso carmesí que era tanto producto de la vergüenza como de una creciente indignación. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho ante la intensidad del momento. —Señor, le aseguro que no he hechizado a nadie. Yo no... —comenzó Nora, con su voz temblorosa traicionando la firmeza que intentaba proyectar. —¡No me vengas con esa mierda! —rugió lord O'Brien con su voz retumbando en el salón, al punto que los músicos cercanos fallaron una nota, sorprendidos por el arrebato del patriarca. Nora se quedó paralizada, con sus ojos abiertos de par en par ante la furia desatada del viejo lobo. Lord O'Brien se acercó más, con su aliento cálido y