En el rústico castillo de los O'Brien, la noche se había transformado en un festín para los sentidos. El gran salón, iluminado por antorchas y algunos candelabros que danzaban al ritmo de la música, hervía de actividad. Las paredes de piedra, testigos silenciosos de siglos de historia de la manada de lobos irlandeses, reverberaban con los acordes alegres de flautas, gaitas, tambores y arpas. El sonido penetrante de las gaitas se entrelazaba con las notas cristalinas de las arpas, creando una sinfonía que llenaba de emoción a todos. Los invitados, que eran una mezcla colorida de integrantes de la manada y amigos lobos que se colaron, se movían en un frenesí de baile y júbilo. Sus pies golpeaban el suelo de piedra con un ritmo frenético, siguiendo las cadencias de antiguas melodías irlandes