Los ojos de Declan, agudizados por su naturaleza lupina, se clavaron en los caramelos que ahora reposaban en la mano de su tío. En un instante, movido por un impulso que ni él mismo comprendía del todo, actuó. Con la velocidad sobrenatural propia de su especie, estiró su mano hacia Rob y, en un movimiento tan veloz que apenas fue perceptible para Nora, le arrebató los dulces. Sin dudar un segundo, Declan guardó los caramelos en su bolsillo izquierdo, pues el derecho ya albergaba el preciado regalo de miel que la muchacha le había entregado anteriormente. En ese instante, una corriente de posesividad recorrió su cuerpo, electrizante y abrumadora. Para él, cada obsequio de la humana era un tesoro invaluable, una conexión tangible con la humana y no deseaba compartir de ninguna manera. Pero