Ante las palabras de su hermano Aidan, Declan cerró los ojos con fuerza, como si intentara bloquear la imagen mental que la declaración de Aidan había evocado. Su mano se deslizó instintivamente hacia el bolsillo de su pantalón, donde guardaba el caramelo que Nora le había obsequiado. Aquel pequeño gesto, aquellas palabras "endúlzate la vida", habían calado más hondo en él de lo que estaba dispuesto a admitir. Con un movimiento fluido, Declan sacó el caramelo y lo sostuvo entre sus dedos, con una sonrisa de satisfacción dibujándose en sus labios. —Yo llevo la delantera en su corazón —declaró, con un orgullo que ni siquiera se molestaba en disimular —. Ella me dio esto hoy. Un dulce mágico de otro mundo, solo para mí. La sonrisa de Declan, sin embargo, fue efímera. Las risas de Lugh y Ai