Lugh, Declan y Aidan, exhaustos y malheridos, yacían en sus formas lupinas sobre el suelo polvoriento afuera de la que sería la casa de Nora en el futuro. No los dejaron mucho tiempo ahí cuando sin mediar palabra, uno de los cazadores arrojó unos pantalones raídos hacia los lobos, se notaba que eran los peores que tenían, y que los usaban para limpiar el piso de madera de sus barcos, porque estaban asquerosos. La tela áspera cayó sobre sus pelajes sucios, recordándoles de esa forma que debían convertirse en hombres otra vez. El cazador que parecía liderar ese grupo, un hombre de ojos fríos y manos callosas por el constante uso de armas apuntó su ballesta directamente a la cabeza de Declan. —Transfórmense ahora mismo —ordenó con voz cortante, llena de desprecio—. Al mínimo intento de ataqu
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