Lo que una vez fui

1572 Words
La misma noche Estambul, Turquía Gizem Aun sumergida ante la mirada escrutadora de este hombre elegante y varonil busco descifrar lo que oculta su pregunta inquisidora, ¿Quiere compañía femenina? ¿Pagara por los servicios de una prostituta? ¿Tengo un letrero que dice puta? ¿Es un sádico? O ¿Estoy malinterpretando sus palabras? No puedo evitar cuestionarlo pues es joven, muy apuesto, no es un viejo morboso y no encuentro razones claras en su actuar, también debo sumarle mi desconfianza. Ella camina conmigo como un velo que cubre mi rostro en cada paso, pues la Gizem inocente, incrédula y sumisa joven que una vez fui, de esa ya no quedan rastros, en su lugar existe una mujer envuelta en el perfume del desengaño, con una coraza forjada de dolor, incapaz de bajar la guardia, mi piel convertida en hierro para endurecer mi corazón, nada me conmueve, ni nadie, no creo en las lágrimas, ni en las palabras bonitas, por una simple razón: todos mis sueños se rompieron en miles de pedacitos, mis esperanzas hace rato se desecharon por la implacable maldad del mundo. No exagero, lo he palpado, lo viví en carne propia cuando fui secuestrada siendo una niña, entonces nadie tiene derecho a cuestionarme, ni decirme que exagero en dudar de las intenciones de un desconocido que puede volver a lastimarme, incluso todavía aquel día sigue latente en mi memoria, como si estuviera anclado y no hubiera manera de borrarlo, ni de sacarlo de mi cabeza. Al contrario, sigue repitiéndose cada día como un recuerdo doloroso de mi estupidez. Hace 7 años atrás, Bursa Hoy es un día atípico termine antes la prueba de matemáticas y el profesor nos dejó salir antes del salón de clases, entonces junto con mis compañeras fuimos al centro comercial. Lo sé, no debería distraerme como todos los días lo vive repitiendo mi madre, e ir directo a la casa como corresponde, pero fue una ocasión especial, estábamos celebrando por el buen resultado y ahora camino de regreso por un atajo a mi hogar. Lo malo son los terrenos baldíos y desolados, como si no habitarán nadie por este sector, al punto de respirar una tranquilidad perturbadora que ocasionalmente es interrumpida por el ruido de algún vehículo transitando por la calle, igual avanzo con pasos apresurados por el camino polvoriento a un costado de la ruta, cuando escucho el rugir del motor de un auto acercarse y como reflejo miro sobre mi hombro, pero ya es tarde, a frenado a raya una camioneta negra. Sin darme tiempo a nada dos gorilas robustos me arrastran por los brazos entre gritos de desesperación y de resistencia, incluso me tapan la boca para silenciarme, abro los ojos despavorida mientras lucho como una pequeña fiera buscando zafarme de su agarre con mis brazos delgados, también dando patadas al aire, pero es como luchar en vano, ellos me ganan con su fuerza descomunal. Sus ojos llenos de malicia recorren mi silueta y mi rostro se cubre de lágrimas de impotencia, de dolor, mi voz tiembla en una súplica mientras mi respiración sigue agitada temiendo el peor destino. El corazón lo tengo en la boca escuchando el eco retumbante de las risas y las burlas de estos cerdos, además de observar cómo se relamen los labios saboreando su momento de gloria, recojo mis piernas en una esquina de la camioneta queriendo protegerme, aunque sé que es en vano. –¡Cállate puta! Si te portas bien, seré bueno contigo– habla el sujeto con la cicatriz en la cara anulando la poca distancia y posa su mano asquerosa en mi pierna, pero resuena la voz de otro tipo. –No toquen a la muchacha, es una orden del jefe. Ya saben, por las vírgenes pagan más dinero– anuncia uno de cabrones desde el asiento de la cabina y mis latidos vuelven a dispararse, mis piernas tiemblan como gelatina, mi boca se reseca y tengo un nudo en la garganta que crece cada vez mucho más ante el morbo de estos gorilas asquerosos. No sé donde me llevan, pero tengo la certeza que nunca volveré a mi mamá, no hay manera de escapar o no logro vislumbrar una salida, más bien escucho avanzar la camioneta a toda velocidad por la carretera aumentando mi agonía, ya casi ni se escucha el ajetreo del caos de la ciudad, sino el sonido del viento golpear en las puertas. Entre sollozos me pierdo en mi burbuja imaginando los peores escenarios, mi mirada desolada, llena de dolor y tristeza parece un incentivo para los cabrones. Debo parecer un cervatillo herido sabiendo que no existe manera de escapar del ataque de su depredador y cada minuto encerrada el miedo recorre cada fibra de mi cuerpo. De pronto soy sacada de mi burbuja al percibir que la camioneta baja la velocidad y estaciona, indicando que hemos llegado a nuestro destino. Las voces de los cabrones retumban dando órdenes. Me sujetan por el brazo con violencia, entre empujones desciendo de la camioneta pudiendo apreciar que pronto oscurecerá. Lo que significa que estoy muy lejos de mi casa y solo un milagro me salvara. Entre empujones ingreso por un corredor o, mejor dicho, un recinto de habitaciones improvisadas separadas por sábanas, donde a simple vista puedo notar a hombres violentando a niñas, también a mujeres jóvenes. Mi mirada de pavor asoma, mis latidos vuelven a dispararse y es una lucha caminar sin tropezarme. –¿Qué tenemos aquí? –pregunta un tipo joven cruzándose en mi camino. Su mirada perversa se posa en mi silueta y un sudor escalofriante recorre mi columna vertebral, trago saliva buscando bajar el nudo en la garganta. Su maldad se recrea en sus ojos verdes enloquecidos, su sonrisa retorcida es una señal de peligro, su aspecto de galán puede engañar a cualquier inocente, pero su voz maliciosa lo delata. Es alto de 1.85 cm, de cabellos claros casi rubios, usa la barba en forma de candado, tiene la piel bronceada, brazos anchos y fornidos. –Goker tu padre no quiere perder más dinero– señala el gorila que sujeta mi brazo con firmeza y el maldito sádico suelta una sonrisa burlona, ignorando las palabras del sujeto. De un tirón Goker me arranca de los brazos del gorila y me arrastra por el corredor hasta final. Aparta la cortina improvisada y me tira con violencia sobre un colchón. Mi instinto me hace retrocede sobre mis pies, el corazón lo siento en la garganta, mis ojos llenos de temor se presentan y suelto un grito desgarrador cuando sus manos asquerosas sujetan mis tobillos para arrastrarme al borde de la cama. –¡No suéltame! ¡No me hagas daño! –pido con mi voz temblorosa en una súplica, pero asoma su mirada endiablada mientras se relame los labios. Observo con impotencia como se coloca entre mis piernas, se baja el cierre del pantalón coloca su peso encima de mi cuerpo y me penetra con brutalidad mientras su sonrisa enfermiza que me congela. Aparto mi mirada, sintiendo como mis mejillas se humedecen, mis sollozos se mezclan con sus jadeos a mi oído, su respiración agitada aumenta el dolor. Esa fue mi iniciación en manos del cerdo de Goker, en esa época era una niña de 11 años de edad y no entendía que había hecho para merecer tal castigo. Cada noche el cabrón reclamaba lo que era suyo y si ponía resistencia obtenía una golpiza. A veces pienso que hubiera sido mejor suicidarme, porque cada día sentía que no quedaba nada de mí y mis pocas ilusiones de salvarme se desvanecían al abrir los ojos cada mañana. En fin, ahora lo importante y lo apremiante es responderle a este hombre, también existe una constante que sigue presente: ¿Mis captores estarán cerca? ¿Me atraparan? Entonces el galán parece la mejor alternativa para evitar ser capturada, así dejo escapar la voz de mis labios rompiendo el eterno silencio. –¿Agencia? –cuestiono con miles de dudas, arqueo la ceja intrigante y asoma su mirada inquieta. Al parecer le cuesta expresarse, tensa su rostro, golpea su pie sobre el piso como un tic nervioso y suelta un suspiro de frustración. Camina unos pasos en mi dirección escuchando su voz grave en el ambiente. –Hablo de la agencia de turismo– informa, miro su malestar en sus ojos y continúa hablando. –Soy Onur Çelik, mi asistente programo o más bien me impuso un tour por la ciudad– confiesa con su voz amargada. –Tú debes ser mi guía, ¿Verdad? –señala y asiento muy leve la cabeza. No es un sádico, es un amargado y tal vez un adicto al trabajo, entonces improvisemos, seré su guía turística, aunque no conozca nada de esta ciudad. –Si soy de la agencia, mi nombre es Gizem– pronuncio con mi voz afable y me da una mirada profunda. Por un segundo me quedo paralizada no por su forma de mirarme, sino que acabo de escuchar la voz del cerdo de Goker de fondo. Puede ser paranoia o una realidad, pero no puedo quedarme a descubrirlo. –Onur, vamos por un taxi y me dices que lugares te interesan visitar, ¿De acuerdo? –señalo con una sonrisa en mis labios, pese a sentir el miedo consumirme, pero mi yo temerario no quiere rendirse. Me prendo de su brazo y busco sus ojos marrones que me confunden.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD