¿Confiar en ti? (1era.Parte)

2692 Words
La misma madrugada Estambul, Turquía Onur Alguien dijo que existe un momento en tu vida que las señales te gritan que encontraste a la persona que robará tu corazón. Quizás sientes una conexión inexplicable con una palabra, con una mirada profunda o con el sutil roce de la piel, pero al final hace vibrar tu alma adormecida. Supongo que es como un eco silencioso que se escurre en sigilo atrapándote en la locura del amor. En lo personal, mi corazón torpe y endurecido siempre se cerró a ese sentimiento, era incapaz de crear un lazo o entablar una comunicación con alguna mujer, otra cosa era el sexo, pero en sí una relación formal nunca tuve, además mi mal genio era como un repelente a las chicas. Sin embargo, Gizem me sacó la coraza con su espíritu libre y divertido. Era imposible luchar por mantener la distancia entre los dos. Sí admito que perdí el control desde que la vi, me arrastró como un imán y me estaba muriendo por conocer más de esta bella mujer que me tiene cautivo de sus miradas y su proximidad me tenía con el corazón a mil por hora. Entonces en un impulso terminé de enloquecer prendiéndome de sus labios. Quizás me precipite, pero el beso fue profundo, intenso y sentí esa conexión especial alborotando cada poro de mi piel, o más bien desato una tormenta de sentimientos, que todavía sigo descifrando. No obstante, no quiero darle las señales equivocadas y por mi bien detuve el beso, aunque ahora existe la necesidad de experimentar más: como citas con cenas románticas, paseos por la costa, charlas sinceras, conocer a su familia. Sí, reconozco que corro con lo que sueño despierto, pero ella lo hace posible y el primer paso acabo de darlo proponiéndola acompañarla a su casa, también estoy consciente de que debo resolver como funcionaria lo nuestro, pero una cosa a la vez. No obstante, creo que acabo de asustarla con mi inesperada propuesta ahogándome en un silencio absoluto roto por el sonido de nuestras respiraciones, hasta que por fin entreabre sus labios dejando escapar su dulce voz. –Onur no puedo permitir que me acompañes a mi casa, porque puedes perderte en esta inmensa ciudad por ser un caballero. En tal caso, tomemos un taxi a tu hotel y después continuo en el mismo, así te quedas tranquilo– argumenta con su rostro serio matando mis ilusiones y dejándome frustrado. –Creo que amablemente me has dicho: es muy pronto para conocer a tu familia, para saber más de ti, al fin de cuentas soy un desconocido y no confías en mí en mis intenciones, ¿Acerté? –me quejo con mi voz inquieta y me da una sonrisa forzada. –En realidad mis padres son muy sobreprotectores, conservadores y lo que obtendría es un interrogatorio por permitir que me acompañes, inclusive tuve que improvisar para dejar mi casa, porque no les gusta que trabaje hasta tan tarde– confiesa con un tono de malestar y un segundo desvía su mirada. ¿Por qué me miente? Soy un extraño, un tipo que apenas conoce y no debería importarle lo que pienso o tal vez siente vergüenza de lugar donde vive, por esa razón inventa esa disculpa tonta. No sé, me dejo confundido, no poseo la respuesta y lo mejor es dejar de especular, de cuestionarla, de ahogarme en un vaso y disfrutar de su compañía. –Lo siento si te puse en aprietos, pero mi asistente insistió en el tour y debo admitir que fue la mejor decisión, porque te conocí– me disculpo, me prendo de sus ojos y entrelazo su mano con la mía. –¡Onur…! –titubea y suelta mi mano para flotarse los brazos. –Hace un poco de frío, mejor marchémonos– dice con su voz inquieta y como un caballero me quitó el saco. ¡Diablos! Estoy asustándola con mi comportamiento y no es que quiera justificarme, pero soy un desastre relacionándome con las mujeres. –Disculpa mi torpeza, déjame ayudarte– hablo y cubro sus hombros con mi saco inundándome del aroma de su piel que vuelve a avivar las ganas de besarla, pero aprieto mis labios, intento controlar mis impulsos para no asustarla. –¿Mejor? –averiguo con mi voz afable y asienta con la cabeza acomodando su cabello. –Sí, gracias por ser tan gentil conmigo– repite en respuesta a mi gesto, aunque sus palabras son muy sinceras. No como la mayoría de gente que lo dice por educación, lo que ahonda más mi curiosidad. Camino junto a ella buscando las palabras correctas para romper la tensión creada por el beso, aclaro mi garganta y mi voz emerge. –Busquemos un taxi y me cuentas un poco de ti– propongo y miro un rastro de dudas en su rostro. –¿Qué haces además de soportar a imbéciles como yo? –bromeo rompiendo la tensión y asoma una pequeña sonrisa. –¿Estudias? –presiono con mi mirada envuelta en curiosidad. –Los clientes son difíciles, aunque tú eres diferente. Contestando a tu otra pregunta, no tengo tiempo para estudiar. Mi actividad me absorbe demasiado, pero si quiera retomar mis estudios y graduarme– declara y miro sus ojos llenos de melancolía, pero reacciona y continúa hablando. –En cambio tú pareces tener resuelta la vida– menciona y fija su mirada al frente. Sí supiera que soy un desastre con una tristeza profunda que sobrellevo a mi manera, porque mi fortuna de nada me sirvió para recuperar a mi madre. Como dicen el dinero no compra la felicidad y yo soy la prueba viviente. Unos minutos más tarde No tenía afán de encontrar un taxi, ni apuro por regresar al hotel, pero no podía detener lo inevitable separarme de Gizem. Apenas dejamos la zona de la costa los taxis abundaban pese a la hora como si todo el universo estuviera conspirando en mi contra. Y el breve recorrido ha transcurrido en un parpadeo, a tal punto que miro con impotencia la entrada del edificio, el auto comienza a bajar la velocidad para estacionar y un nudo de amargura asoma en mi garganta, pero la sonrisa forzada sigue presente en mi rostro, porque necesito despedirme como corresponde, así dejo escapar la voz de mis labios. –¡Gizem…! Ha sido una hermosa velada, el tour fue más de lo que imagine y quiero continuarlo mañana. Tal vez más temprano para subirnos al crucero. Déjame darte mi tarjeta, allí está mi celular y coordinamos bien el horario– menciono y busco mi billetera en el bolsillo de mi pantalón. –¿Te parece? –pregunto buscando la oscuridad de sus ojos y su silencio me confunde. Gizem Durante mucho tiempo anhelaba regresar a mi casa, volver a ver a mi madre, pero cada día en medio del cautiverio mis esperanzas se me escurrían como la arena entre los dedos. Vivía recordándola repasando una y otra vez su imagen en mi cabeza para no olvidarla, no diré que era una tortura, era buscar un ancla para soportar mi calvario, necesitaba una mínima esperanza para no terminar de enloquecer en ese infierno. Fue difícil, durísimo y casi un milagro al contemplar con impotencia mi suerte, el propio entorno despiadado en el que estaba sumergida contra mi voluntad. Cada día llegaban niños más pequeños con sus miradas llenas de pánico, tristeza y timidez, era como un reflejo de lo que yo era, pero lo peor era escuchar sus súplicas de ayudaba cuando los violaban. Aunque por un tiempo pensé que no podía haber nada más desgarrador, me equivoqué, porque no todos teníamos la capacidad o la endereza para soportar ese infierno, entonces buscaban la salida fácil: suicidarse o drogarse para ocultar su dolor. Todavía sigue grabada en mi mente aquella noche en ese antro. Las nuevas niñas habían llegado para el servicio de unos cerdos custodiadas por los gorilas de Goker. El animal nos exhibía como si fuéramos una mercancía en una habitación llena de cristales. Girábamos con la mirada perdida y desnudas, mientras los clientes pervertidos escogían a sus víctimas. Sin embargo, una de las niñas se resistía, forcejeaba, pateaba con todas sus fuerzas mientras era arrastrada por los gorilas a una de las habitaciones y quien intervino fue el cabrón de Goker. –¡Quieta perra! Pórtate bien o te daré una golpiza. No me hagas enojar, más bien déjame darte tu medicina– advirtió el animal sujetando una jeringa para drogarla. –¡No! ¡No por favor! –suplicó la niña con su voz quebrada. Pero en un acto de valentía mordió el brazo del gorila y corrió al final del pasillo, abrió la ventana y se lanzó al vació. Estábamos en un cuarto piso de un edificio antiguo, como consecuencia murió en el acto con el impacto. Por supuesto se formó un caos mientras los gritos enardecidos de los gorilas, la desesperación de los clientes y los rostros llenos de lágrimas de las otras niñas envolvían el ambiente. Al final nos sacaron a las corridas del lugar sabiendo que la policía vendría pronto y podría conectarlos con su muerte. Lo cierto es que los recuerdos pueden ser salvadores, esperanzadores y también destructivos, pero para mí fue una tabla de salvación recordar a mi madre, me llenaba de frustración, de tristeza y de consuelo, entonces el ofrecimiento de Onur de acompañarme a mi casa me dejo con el corazón oprimido y un nudo en la garganta que amenazaba con delatarme. Tuve que mentirle o le repetí lo que esperaba escuchar y siguió desconcertándome con su manera de actuar. Me coqueteaba, me seducía, me descolocaba, era muy directo con sus intenciones y lo normal hubiera sido mentirle diciendo que tengo novio, pero algo en sus ojos me frenaba. Este hombre que apenas conozco me estaba poniéndome nerviosa de una manera irracional, no solo por mi pasado tormentoso, sino es otra cosa que sigo descifrando. En resumen, cuando el taxi estacionó en la entrada de su hotel Onur volvió a reiterarme su deseo de vernos otra vez con la excusa del tour, pero cuando estaba por responderle, o más bien repetirle alguna excusa o simplemente mentirle, mi mirada se perdió en el frente congelándome por lo que veían mis ojos. No había sido paranoia escuchar la voz del cabrón de Goker en el bar, sino fue verdad, el sádico había estado en el hotel y la prueba es que contemplo al perro de Hazam parado junto a la camioneta en la esquina de la calle, lo que significa que su amo no debe estar lejos. La pregunta que asoma es: ¿Qué hago para burlarlos? ¿Cómo evito caer en sus redes? Creo que tengo una solución sentada a mi lado: Onur. Como tal improvisaré y después resuelvo el resto sobre la marcha. Intento bajar el ritmo de mis latidos, también mis nervios y hago mi voz presente. –Onur definamos el horario ahora, pero no dentro del taxi, mejor continuemos la charla en el hotel, además aprovecho para ir al baño, ¿Sí? –señalo con mi voz inquieta y asienta con la cabeza. –Por supuesto, entremos y en tal caso puedes usar el baño de mi suite para que tengas mayor comodidad– pronuncia y me deja contra la pared, igual suelto una sonrisa forzada. A este punto, mi salvación sigue siendo estar a su lado. Paga la cuenta al chofer, abre la puerta del taxi para bajar primero y después me da la mano para ayudarme, aunque con disimulo una vez afuera mi mirada se fija al frente acelerándose mi pulso a un ritmo vertiginoso por la presencia del perro de Hazam, con pasos temblorosos me aferro al brazo de Onur para ingresar al hotel. Mi mirada escrutadora se pierde en cada rincón del lobby buscando un rastro del sádico, sigo caminando al lado de Onur con una sonrisa fingida escuchando sus palabras como un eco, pues mi atención está centrada en mi verdugo. Así nuestros pasos nos llevan al ascensor todavía con la espinita de la preocupación. Suelto su brazo, busco calmar mis nervios, pero es imposible el movimiento de mis manos me delata mirando con impaciencia el tablero que indica el piso, porque solo estaré a salvo en su suite. Y por fin la campana suena indicando que llegamos a su piso, aunque ahora surge otra interrogante: ¿Qué intenciones tiene? ¿Busca sexo? No creo que sea simple amabilidad invitarme a su suite, ingenua no soy y sus ojos gritan en silencio sus deseos. Mi pequeño momento es interrumpido por su voz una vez delante de la puerta de su suite. –Por favor adelante, el baño está al fondo, es la primera puerta en el pasillo– informa abriendo su puerta, hace un gesto con su mano para ingresar y los nervios se disparan al infinito. ¡Diablos! ¡Diablos! No puedo retractarme, tampoco tengo muchas alternativas y lo que queda es calmarme. Respiro hondo, aprieto mis puños y con mi andar seguro me adentro en la suite. Unos minutos después Vuelvo a caminar ansiosa entre las paredes de este baño lujoso, observando las toallas exquisitas, los jabones delicados y la hermosa bañera que parece invitarme a sumergirme. Incluso abro el grifo, permitiendo que el agua fluya mientras me acomodo en el borde de la bañera, inmersa en mis pensamientos sobre cómo salir airosa de esta situación desconcertante. No puedo encerrarme en el baño durante horas; sería ilógico y despertaría sospechas. ¿Cómo salgo de este hotel sin ser atrapada? ¿Qué carajos hago? –Gizem, ¿estás bien? ¿Necesitas algo? –escucho la voz de Onur al otro lado de la puerta. –Estoy bien, gracias. Ya salgo –respondo. Me incorporo del borde de la bañera, doy dos pasos y me contemplo en el espejo, buscando encontrar la fuerza necesaria. Luego, avanzo hacia la puerta. Cierro los ojos y, una vez lista, giro la perilla, encontrándome con su mirada apenas salgo del baño. –¿Quieres que te pida un taxi? ¿O quieres...? –pregunta con voz nerviosa, dejando la frase en el aire. Es evidente que sigue frenándose, le cuesta abrirse, expresar lo que desea. Esto me inquieta, porque sus ojos son muy expresivos, y revelan lo que le cuesta comunicar con palabras. Quiere más que un beso provocando mis nervios. –No sirvo para esto, no sé cómo comportarme contigo, pero lo que si tengo claro es que no quiero que te marches. ¡Quédate a mi lado! –confiesa con su voz envuelta en frustración mientras anula distancia y me deja con el corazón en la boca por sus palabras. Todo mi ser tiembla ante su cercanía, el eco de mis latidos resuena en mis oídos, y mi boca se reseca aún más al percibir su aliento en mi rostro. Sus ojos se entrelazan con los míos como si quisiera descubrir lo que oculto, y trago saliva intentando bajar el nudo en mi garganta. Lo admito, estoy muy nerviosa, pero no es para menos; él busca algo más que un simple beso, y yo no sé si puedo dar ese paso. Me mira hipnotizado, analizando cada gesto, incrementando la tensión en el aire. Se inclina para besarme, y aunque desee salir corriendo, mis pies no responden. Roza su rostro contra el mío, como en un pedido silencioso; su respiración inunda mis sentidos, y siento la humedad de sus labios. El beso es tan distinto al primero, profundo, cargado de deseo y pasión. Su boca es como un incendio que aviva las llamas cuando su lengua se cruza con la mía, pero es una lucha interna que me consume, porque los recuerdos resurgen como un resorte en mi cabeza, y coloco mi mano en su pecho para frenarlo. Su mirada refleja confusión, sin entender nada. –¿Eres virgen? –pregunta en un susurro, y niego con un gesto de mis ojos. –Déjame ir a tu paso, déjame llevarte al paraíso, déjame perderme en tu piel, ¿sí? –pide en un hilo de voz, dejándome arrinconada con su propuesta.
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