Julio
Xun
—¿Segura no necesitas ayuda? No me importaría tomarme unas cortas vacaciones.
—Gracias, señor Fei, pero puedo con un puñado de idiotas —soltó sarcástica y algunos disparos más se escucharon al fondo—, mejor dime el motivo de tu llamada.
—Consideré pertinente informarte al igual que a Oz, pero hace poco dieron un aviso rojo en Londres.
—¿Travis lo sabe?
—No, Oz no quería que se arruinara el gran día, pero sí debemos tener cuidado.
—Comprendo —unos disparos y algunos insultos de su parte me sacaron una sonrisa solo de imaginarla acabando con esos sujetos. Es irónico que una niña termine en un fuego cruzado y de no haberla conocido en enero tendría lástima, pero ella no es como cualquiera—. Xun, no podré ir todavía, pero llegaré después del grado junto a Marcus, por ahora encárgate de la situación y envíame la cuenta de cobro.
—No hace falta.
—Sé que Oz te contrató primero por su acuerdo, pero ahora eres libre y no tienes deber alguno de proteger a Travis.
—Hace muchos años dejó de ser un deber y hoy lo hago por lo que él significa para mí, así que lo protegeré.
—¿Y ya le dijiste que te irás, señor protector? —el mismo humor sarcástico de Oz…
—No, primero solucionaré este problema y una vez se instale en Birmingham se lo diré.
—Me parece bien, igual no dudes en hablarme si necesitas trabajo, me caerá bien unas manos con experiencia para entrenar a algunos de mis hombres.
—Será un placer, señorita Jhonson, pero primero tendré mis vacaciones y después la ayudaré en sus conquistas, muero por verla en acción.
—Me halaga, señor Fei, y de no ser por un ínfimo detalle, creería que busca algo más de mí —unos gritos a lo lejos me dieron a entender que su situación se había complicado—. Hablaremos después, tendré que usar explosivos.
—Descuida, te mantendré al tanto de la situación.
—Fei… —su silencio me inquietó más que sus palabras recordándome tan gélida mirada suya—, gracias por cuidarlo, tu familia estaría orgullosa de ti igual a como lo estamos Oz y yo —no esperaba que me dijera eso, pero por extraño que parezca significó demasiado para mí.
—Jhonson, necesito saber algo antes de que vueles la ciudad.
—Pregunta rápido mientras programo la bomba.
—El día que viniste, ¿qué tenías preparado para mostrarme mis debilidades?
—Travis y Mikehl. Ellos son la representación de tu esposa y tu hijo.
—¿Qué planeabas hacerles?
—Lo que tu imaginación dictamine.
Solo el invernal silencio me dejó al colgar en el acto siendo mi mente la que divagó más allá de las fronteras comprendiendo que ella tenía un poder nato de temer, pues si estaba dispuesta a usarlos para castigarme, es porque no tiene límites a la hora de impartir una condena… Pensándolo bien, quizás sí debería trabajar con ella, no sea que un día me arrepienta de no hacerlo.
—Supongo que es hora de trabajar…
Vestí mi abrigo, alisté un par de herramientas y encendí un cigarrillo partiendo a Hampstead donde se encontraba esa alimaña. Debí esperar un par de horas a que desocuparan la residencia y después ingresé sigiloso escuchando el televisor en el segundo piso, mi objetivo se encontraba al teléfono discutiendo de lo que más me concernía, por lo que esperé en el pasillo a que terminase y entre bulliciosos gritos a la nada, me adentré dándole un fuerte golpe detrás de la cabeza.
—Fue más fácil de lo que creí.
(…)
Horas después
Los gritos comenzaron a inundar el lugar, la silla rechinaba tan desesperada como las cadenas que lo sujetaban a esta y salí de la oscuridad encendiendo un cigarrillo en tanto él jodía más mis oídos.
—¡¿Quién eres?! ¡No tienes idea de con quién te metiste, imbécil! —tranquilo, exhalé el humo sin dejar de observarlo bajo la máscara—. ¡¿En dónde estoy?! ¡¿Quién carajos eres?!
—El que no tiene idea de con quién se metió es otro —en cuanto retiré la máscara, sus estupefactos ojos me aniquilaron al recordarme.
—Tú… ¿Qué mierda hago aquí?
—Por un minuto, imagino a tus padres queriendo creer en ti y en que no causarás más problemas, pero esa llamada me comprobó lo contrario.
—¡Suéltame!
—Verás, Gharbi, hay niños que aprenden a las buenas, hay otros que necesitan un regaño más fuerte, pero tú necesitas un castigo mayor al que te dio el joven Oz años atrás, quizás la mano de un padre sirva para darte un escarmiento y descuida, yo estaré encantado de cumplir ese rol.
—¿Qué harás? ¡Suéltame! ¡¡Suéltame!!
De todo lo que se movió, la silla se rompió dejándolo caer y enseguida emprendió la carrera queriendo golpearme, pero las cadenas lo lanzaron de nuevo al suelo antes de poder siquiera acercárseme un metro.
—Por desgracia no puedo darte fin o un castigo más apropiado, pero esperemos que este escarmiento sea suficiente para olvidarte de esa ridícula idea de buscar a Travis, de lo contrario, no me haré responsable de lo que te hagan, Gharbi.
—¿Y qué me harán, maldita escoria? Esta vez nadie podrá hacerme nada, ¡soy intocable gracias al acuerdo que hizo mi padre!
—¿Intocable? —caminé hasta la palanca halando de esta y las cadenas se recogieron dejándolo suspendido y asegurado a un gancho—. Aquí tu padre no tiene jurisdicción, pero si llegas a mencionarme cuando des tu declaración, le haré algo peor a él y ya veremos con qué acuerdo defenderá su apellido de la problemática escoria que tiene por hijo.
—¡CÁLLAT…! —de una bofetada lo silencié vibrándole cada uno de los dientes por la placa de acero entre mis dedos.
—Es hora de que aprendas a hablarle a tus mayores, Gharbi.
Dejé mi cigarrillo en el cenicero e impacté un golpe más fuerte en su abdomen cortándole la respiración, mas fue al recordar cómo Trav me relató el infierno que este infeliz le hizo pasar en Royal, que me ensañé desatando uno a uno los golpes dándole un espacio para que ambos saboreásemos el sabor del dolor.
Cada lágrima la vengué esta noche, cada minuto en que la esperanza se desvaneció del hijo que llegó a mi vida por azares del diablo, fue recuperada en cada aliento que Gharbi perdía. No me importaba escapar de esta isla como un fugitivo si valía la pena y sé que Travis lo vale, así como también sé que Oz y esa niña volverán a resguardarme al proteger a su avecilla predilecta.
Después de un tiempo, cambié las empuñaduras por otras con púas que habían sido remojadas en una toxina especial, no lo mataría, pero sí causaría un fuerte ardor en conjunto con una comezón imposible de controlar, siendo las ganas de desgarrarse lo piel lo único que queda y al tener heridas abiertas será peor la sensación.
—¿Estás listo? Esto se pondrá mejor… o al menos para mí —quedé detrás suyo, pero me detuve antes de dar el primer golpe—. ¡Casi lo olvido! No quería que te sintieras solo esta noche y consideré traerte una compañera.
—¿D-De qué hablas?
—Me contacté con alguien que me ayudó a traer a una vieja amiga tuya.
—¿Amiga? —la maldad surgió en cada paso hasta la caja blanca que acerqué a su presencia.
—Sí, amiga, ¿no creo que hayas olvidado a la pequeña Lia, ¿o sí?
—Estás loco, no conozco a nadie con ese nombre.
—Me pareció apropiado darle un nombre, aunque ella se acuerda mucho de ti al igual que sus hermanas —destapé la caja retirando las tarántulas que lo horrorizaron en un abrir y cerrar de ojos.
—¡NO! ¡NO! ¡ALEJA ESAS COSAS DE MÍ!
—¿Cosas? No les digas así, han sido un encanto desde que llegaron y no imaginas cuánto te han extrañado, hasta me dijeron que no te habían visto desde que Travis las dejó en tu cama junto a sus otros amigos.
—¡¡NO!! ¡SUÉLTAME, HIJO DE PUTA! —sus muñecas comenzaron a sangrar entre desesperados intentos por zafarse y más al colocar uno a uno los arácnidos en su desnudo pecho despertando los peores miedos en él.
—Disfruta la compañía, la necesitarás para lo que viene.
Que no pudiese asesinarlo, dejarlo inválido o cercenar al menos un dedo, no quiere decir que no hubiese otros métodos para atormentarlo siendo la mente el mejor método para ello y los chillidos de horror que desprendía al sentirlas moverse, además de los síntomas de la toxina repartida por los golpes impactados en su asquerosa existencia, iban empeorando con el pasar de las horas permitiéndome disfrutar el espectáculo de verlo retorcerse en el aire mientras degustaba un cigarrillo.
Por desgracia tenía que devolverlo antes del amanecer, así que le inyecté un paralizante en las extremidades y lo arrastré hasta el auto dejando las tarántulas en su abdomen.
—Así no te sentirás tan solo en el regreso a casa.
—M-Me lo vas a pagar, hijo de perra, te arrepentirás.
—Cuidado con esa lengua, la próxima vez podrían ser serpientes y no te gustará lo que te harán.
—F-Firmaste tu sentencia de muerte, conserje.
—Eso lo hice hace años, ahora solo me divierto contigo, pero ya que tienes tantas ganas de jugar… —inyecté una menor cantidad del paralizante en su rostro dejando una tarántula en este—. Así no te dará frío con esas pequeñas patas peludas acariciando tu estúpido rostro de niño rico.
Menos mal Travis se irá pronto, así quedaré tranquilo al saber que este cretino no podrá lastimarlo de nuevo, pero no dudaré en actuar por mi cuenta si se atreve a buscarlo de nuevo.