10. ERES SU HIJO

1585 Words
Travis (16 años) Si bien, la mañana siguiente a los hechos, desperté bajo ese árbol dándome cuenta de que mis últimas palabras antes de dormir fueron en vano, que mi pesadilla fue mi realidad y que había hecho algo terrible horas atrás. Quise buscar a Walken y explicarle lo ocurrido, estaba desesperado y muy asustado creyendo que me harían lo peor en cuanto él y mi familia se enterasen que yo fui el causante de semejante atrocidad, pues era como si ese oscuro impulso se desvaneciera dejándome en un mar de angustia. Sin embargo, seguía sin saber lo que había ocurrido al final con ellos, pero pronto lo averigüé al escuchar las sirenas de las ambulancias a lo lejos. Corrí rápidamente viendo cómo se los llevaban, había machas marrones en las sábanas de las camillas, también sangre, los chicos temblaban horrores mientras mantenían un semblante desfigurado con la mirada perdida, entonces Gharbi gritó mi nombre alertando a todos, me culpaba por lo que había hecho llamándome psicópata y salí corriendo aun cuando el dolor de sus golpes volvió a recorrerme, pero pronto fui alcanzado por el director quien estaba dispuesto a continuar la pesadilla que ese infeliz había comenzado cuando llegué al internado. —Fue demasiado para mí… —susurré apesadumbrado. Apenas me molesté en revisar mi reloj percatándome que en los diez minutos transcurridos recordé demasiadas cosas que trajeron consigo un insoportable cúmulo de emociones. —¿Travis? —¿Walken? —murmuré sin levantar el rostro, era imposible que estuviera ahí. —Hijo —unas manos levantaron mi cabeza, era él, el doctor Walken estaba conmigo—. Ven, levántate —me dejé llevar hasta el lavamanos donde humedeció su pañuelo y limpió mi rostro. Sabía que era una alucinación producto de los vívidos recuerdos que acababa de tener, pero era como si en vez de limpiar mis lágrimas, fuese mi sangre lo que quedaba en la blanquecina tela. —¿Qué haces aquí? —Vine a ver tu competencia, me encontré a Livi afuera muy angustiada y vine por ti en lo que ella se quedó hablando con tu entrenador para que no compitieras. —¿Lo viste, Walken? ¿Viste a ese infeliz? —pregunté acongojado. —Sí, hijo, lo vi… —respondió melancólico—. Pero Trav, no puedes permitir que él gane y no lo digo por el campeonato, lo digo por ti —su intensa mirada se clavó en la mía—, no dejes que te derrote como lo hizo tantas veces en el pasado, no le des ese gusto. El doctor Viggo Walken siempre me pareció un hombre muy particular al tener una mirada intensa, profunda y a la vez entre perdida y melancólica que resaltaba en el azul desvaído de sus ojos con pupilas pequeñas cargadas de mil rayos y centellas, misma que era acompañada de su metro ochenta y tres, tez pálida, cabello castaño, frente amplia y una sonrisa que pocas veces dejaba ver, pero cuando lo hacía fuera de la fachada profesional, se notaba que venía del corazón. Mamá siempre dijo que esas sonrisas, aun cuando parezcan demencialmente aterradoras o intimidantes como la de Walken, la de mi padre y otros amigos de él, son las más bellas porque vienen del alma, se intensifican con el corazón y relucen con las personas en quienes más confían y aman a pesar del dolor que han sufrido. A Walken lo conocí en Suiza, pero cuando llegaron las primeras vacaciones en Royal, mi padre me informó que él sería mi médico de cabecera y cualquier cosa que necesitara podría pedírselo con confianza, igual él ha estado visitándome cada cierto tiempo para hacerme exámenes, también me saca las muestras de laboratorio que mi padre le ordena, me entrega la medicación enviada por este y me inyecta multivitamínicos hechos por él al tener una mayor concentración en las cosas que más le falta a mi cuerpo, pues desde que nací suelo enfermarme en invierno con mayor facilidad, pero no por eso dejaba de gustarme el clima frío y menos en otoño. Sin embargo, y si soy honesto, nunca comprendí del todo mis problemas de salud, así que solo lo dejo hacer su trabajo mientras disfruto en cada visita las charlas que tenemos, en especial desde que estoy en Harrow, pero hoy sentía que no podía sonreír y eso lo afectaba profundamente. —Travis, escucha lo que te digo, sé que no es fácil salir y enfrentarte a él después de tantos años, pero el pasado ya pasó y tus padres están ahora contigo. —¿Mis…? No, mi padre no está aquí, él me odia y todo porque fui un idiota —habría terminado de rodillas llorando en el suelo de no ser porque él lo evitó al abrazarme con fuerza—. Me porté mal, tío V, y por eso él no está conmigo, por eso estoy solo en este lugar haciéndole pasar un horrible momento a mamá cuando ella no tiene la culpa de que me convirtiera en un monstruo. —No eres un monstruo, hijo, créeme, yo los conozco y sé que no lo eres, esa vez solo te llevaron al límite sacando lo peor de ti —limpió de nuevo mi rostro y gesticuló en esa forma tan suya en la que las palabras parecían quedar atoradas en su garganta con pausas y ritmos erráticos, que en ocasiones resultaban graciosos—. Travis, no importa lo que hagas, Oz nunca podría odiarte aun si llegas a soltar tres bombas atómicas. —¿Crees que pueda hacerlo? —Bueno… Te creo capaz de perder el trofeo con tal de partirle la cara a ese infeliz, pero no de provocar un genocidio sin motivo alguno —no sé cómo lo hace, pero ese extraño humor seco a veces me recordaba a mi padre al punto de sacarme una risa por lo bajo—. ¡Ahí está el muchacho que conozco!, ese es Travis Oz, un joven como ningún otro con un corazón único —comentó orgulloso señalando mi pecho. —¿Crees que pueda ganarle sin que nos afecte lo que hice? —Será difícil considerando que te odia con pasión desde siempre, pero ya no eres un niño, Trav, igual si él llega a hacer algo en contra de las normas será descalificado y en el mejor de los casos arrestado, pero no temas que no estás solo, aquí te estaremos apoyando. —Gracias, y perdón por llamarte tío V. —Tranquilo, sé que no es el lugar, pero una vez al año no hace daño. A él nunca le gustó que le dijera de esa forma en espacios públicos, es un título muy familiar que apreciaba de mi parte, aunque jamás quiso decirme el porqué. Después de lavar mi rostro con mucha agua, volvimos al gimnasio sintiéndome más confiando gracias a él, mamá seguía discutiendo con el entrenador mientras este parecía querer arrancarse el poco cabello que tenía de la desesperación, entonces la abracé por detrás buscando su refugio. —Mi niño… —la dejé girarse para que me abrazara en su calidez. —Perdón por haberte preocupado, pero ya me siento mejor gracias a Walken. ¿Pudiste hablar con el jurado para que me sacaran? —Sí, pero ellos dicen que si no hay razones de peso no pueden hacerlo, a no ser que los descalifiquen a todos. —Comprendo —besé su mejilla detallando sus ojos marrones que brillaban en tan achocolatada piel jovial—. Mamá, quiero participar. —Benji, no lo hagas, es evidente que estás muy afectado. —Lo sé, pero Walken tiene razón y no puedo huir toda mi vida de Gharbi, solo te pido que te mantengas cerca por si te necesito. —Sabes que lo estaré, mi niño, no te dejaré solo —nos abrazamos de nuevo y aspiré profundo su perfume. —Confía en mí por favor, dame fuerza para vencerlo a él y los recuerdos que me dejó. —Confío en ti, pero si quieres detenerte, hazlo, recuerda que tú eres más importante —asentí. El locutor hizo el llamado para tomar posiciones en lo que yo calentaba rápidamente, igual el entrenador me dejaría en la última ronda teniendo más tiempo para prepararme, mientras tanto, saludamos al público y al equipo contrincante, manteniendo Gharbi y yo la mirada fija en el otro en todo momento. Él no salió en las dos primeras rondas, así que es probable que haya decidido hablar para lo dejaran competir contra mí, también, en lo que esperaba mi turno, quedé viendo una a una las personas que había en el lugar dándome cuenta de que sus padres no estaban ellos, lo que no me sorprende. —Travis, prepárate —ordenó el entrenador y me levanté haciendo los últimos estiramientos igual que lo hacía Gharbi a la distancia. —Hijo… —Walken se acercó revisando mi uniforme como una excusa para asegurarse de que estuviera bien. —No te preocupes, haré lo posible por controlarme —me abrazó muy fuerte, aunque se me hizo extraño que temblase un poco. —No olvides que eres hijo de Oz y como un Oz, no puedes permitir que otros pisoteen a tu familia, pero para eso debes hacerlo igual que tu padre, con inteligencia, aun cuando el instinto animal te incite a actuar diferente. Me apartó palmeando suave mi mejilla gesticulando un vano intento de sonrisa nerviosa, aunque sus palabras llegaron profundo en mí dejándome más confiado por lo que había hecho.
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