—¡No lo hagas! —grité asustado consiguiendo su atención, pero no disminuyendo su furia.
—¡Debo protegerte! —en dos palabras me conmocionó—. Pudo asesinarte, Travis, ¡quería asesinarte! —gruñó colérica presionando el arma en la cabeza del sujeto como si fuese un taladro.
—¡Lo sé y ya me protegiste, pero no le dispares, chiquita, mejor deja que la policía se encargue de él!
—No lo harán —gruñó más enojada que antes dándole un puntapié en la entrepierna en tanto yo seguía con los nervios de punta.
—Sí lo harán, pero él es quien menos me importa —de nuevo sus ojos en mi alma…—. Chiquita, si lo asesinas entonces no conseguirás lo que quieres y por lo que tanto has luchado, recuerda lo que me dijiste de la primera pelea. ¿Es eso lo que quieres en tu vida? —el conflicto la abrumó negando frustrada sin apartar el arma de él—. Entonces suéltalo…, o al menos suelta el arma y olvídate de él, no vale la pena.
No sé qué pasaría por su cabeza, pero se notaba que mis palabras conflictuaban con cualquier idea proveniente de esta consiguiendo que ella gritara frustrada dejando inconsciente al sujeto tras golpearlo con el arma y arrojándola muy lejos en el lago, después bajó del puente quedando cerca del borde y caminé hasta ella con la mayor tranquilidad del mundo al saber que pude evitar la muerte de alguien, pero más importante aún, pude evitar que ella manchara sus manos con otra vida.
—Pudo asesinarte —fueron sus primeras palabras en cuanto salí.
Me daba cierto pesar porque se notaba que en parte quería dispararle, lo que es terrible y al mismo tiempo un hermoso detalle de su parte porque era en son de protegerme, pero no puedo permitirle eso.
—A ti también te pudo asesinar, pero ninguno de los dos pensó en lo que pudo hacernos por pensar en el bienestar del otro. ¿Sabes por qué? —ella negó sin dejar de empuñar sus manos—. Porque nos importamos el uno al otro y nos dolería que algo malo nos ocurriese —en verdad se veía tan linda con el conflicto en su faz que daban ganas de abrazarla.
—Deberíamos volver a casa, estás empapado y podrías resfriarte —y sigue preocupándose por mí…
—Tienes razón, lo bueno es que al menos podemos irnos felices esta noche y celebrar cuando lleguemos.
—¿Por qué?
—Porque pasaste tu prueba con honores al atravesar la ciudad en metro, dar un paseo en el parque, también por protegerme y evitar asesinar a un hombre malo… Eres una heroína, chiquita…, mi heroína.
No sé qué provocó la mordida en su labio, no sé si fueron mis palabras, mi voz o el ambiente entre nosotros a pesar de lo ocurrido segundos atrás, pero me encantaba que ella se mostrara vulnerable ante mí porque era como estar en su habitación descubriendo un poquito más de ella, de ese lado íntimo que no revela a nadie.
Esta vez decidimos ir en metro hasta cierto punto y de ahí continuaríamos a pie, aunque fue una excusa de mi parte para disfrutar más tiempo a su lado, uno que resultaba ameno en medio del silencio y habría continuado así de no ser por el fuerte diluvio que nos alcanzó de un minuto al otro obligándonos a correr. Ingresamos por el jardín trasero, pero antes de poder ingresar a la casa ella me detuvo.
—¿Qué ocurre?
—Desnúdate.
—¡¿Qué?!
—Si entramos así entonces Livi se dará cuenta, lo mejor será desnudarnos y quedarnos en la habitación junto a la cocina —no me gustaba la idea, pero conociendo a mamá…
—De acuerdo, pero solo por esta vez —advertí haciéndome el digno.
Una traviesa mordida emergió de ella y enseguida me esquivó la mirada enfocándose en desnudarse, aunque yo terminé soltando la sonrisa que quería ver en sus labios por la maldad en su ser ante la descabellada idea a la que accedí sin recato.
—Prepararé algo caliente.
—No, Livi se podría dar cuenta, mejor ve a la habitación que yo traeré algo para secarnos.
Obedecí enfocándome en colgar la ropa donde pude y ella apareció al poco tiempo con toallas y ropa seca para cada uno, enseguida vestí una sudadera, pero cuando estaba a punto de ponerme la camiseta noté que ella seguía desnuda con la vista perdida en la lluvia.
—¿Te recuerda algo? —pregunté en voz baja al no querer sacarla del todo de ese momento.
—Cuando escapé de ese lugar era una noche como esta —murmuró sin cambiar su semblante—… Recuerdo que en el pueblo en el que viví después también llovió algunas veces.
—¿Te molesta la lluvia? —negó con su cabeza—. ¿Qué pasa en tu cuerpo o por tu mente cuando la ves?
—No lo sé —colocó su manito en el abdomen repasando sus cicatrices—… Siento un hormigueo en mi estómago, mi corazón late despacio, todo desaparece a mi alrededor y la lluvia pareciera que borrara el pasado… el dolor… calla los gritos en mi cabeza…
No pude evitar compararla con mi padre, son muy parecidos y recuerdo que en ocasiones él ha dicho esas palabras, lo que de alguna u otra forma me permitió comprenderla más que antes.
—Entonces te gusta la lluvia, no es solo una vista más para ti, sino que en verdad la disfrutas en su máximo esplendor.
—No lo sé.
—No te lo pregunté, lo afirmo —caminé hacia otra ventana conservando la distancia en tanto veía los ojos de mi padre reflejados en los míos—. A mi papá le encanta la lluvia, su estación favorita del año es el otoño y dice que no hay mejor combinación que disfrutar de una nocturna lluvia otoñal… Creo que a ti te pasa igual.
—¿Así se siente siempre cuando te gusta algo?
—Supongo que para cada persona es diferente, pero si te hace sentir tanta paz de adentro hacia afuera, entonces te gusta, te hace feliz.
—No entiendo esa palabra…
—Lo harás en su momento… —esta vez fui yo quien sintió el hormigueo en el estómago al recordar su reacción en el puente—. Chiquita, gracias por salvarme, disculpa también por haber sido tan inútil, se supone que debía protegerte y al final fuiste tú quien quedó en peligro por mi culpa…
—Trav…
—Perdóname… Creo que no me lo habría perdonado si algo te pasaba.
De pronto el silencio ahondó en la habitación, la lluvia era la única que nos acompañaba ocultando nuestros pasos, nuestras voces, esta visita secreta que hice desesperado solo por ella, por esa pequeña que clavaba tan bellos ojos nocturnos en mí y que… c-comenzaba a caminar lento hasta quedar a un metro de distancia dejándome anonadado.
—¿Chiquita…? Tú…
Justo cuando mi felicidad parecía desbordarse en la misma intensidad que esta lluvia, ella lo cambió por la mayor preocupación del mundo al cerrar sus ojos cayendo desmayada frente a mí, por suerte no alcanzó a golpear su cabeza con una saliente que había al lograr sujetarla, aunque tampoco fue muy astuto de mi parte considerando lo que pudo pasarme si ella llegaba a reaccionar, pero no sabía qué era peor, que no reaccionara o que se lastimara; sin embargo, fue al tocar su carita y el resto de su cuerpo que comprendí la gravedad del asunto y el terrible error que cometí al sacarla, pues tenía fiebre y yo como un idiota no me percaté de ello aun cuando noté su inusual sonrojo desde esta mañana.